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– Ha sido un buen día -le dijo Sydney.

– Un día muy bueno -respondió Rebecca-. Me siento como si hubiera dado una vuelta en globo.

Sydney asintió.

– Las familias pueden empezar de formas muy diferentes, pero la felicidad es la misma, ¿verdad?

Rebecca no dejó de pensar en aquellas palabras mientras se dirigía a casa de Trent. Después de la reunión de la asociación de aquel día, se sentía llena de optimismo y felicidad. Se negaba a que las dudas la agobiaran más. Era el momento de empezar su vida como esposa de Trent.

Trent pasó su primer día de casado intentando no pensar que era un hombre casado. Sabía que en algún momento tendría que contarles a sus compañeros de trabajo y a su familia que había cambiado de estado civil, pero decidió concederse a sí mismo, y concederle a Rebecca, unos cuantos días para adaptarse a la idea.

Aquel día llegó a casa a las siete de la tarde. Se sentía orgulloso y aliviado, porque aunque había tenido un horario muy apretado, recién casado o no, había sacado todo el trabajo adelante, y más aún.

Cuando llegó a su calle y vio el coche de Rebecca aparcado frente a la casa, se sintió bien al saber que estar casado no lo había afectado en absoluto. Y así era como iban a continuar las cosas, se dijo.

La idea de dormir con ella había sido natural, pero debía olvidarla. Aquel matrimonio sólo había sido un método para tener al niño en su vida. Trent pasaría el próximo periodo indefinido de tiempo como había pasado aquel día. No permitiendo que aquel cambio de estado afectara a su vida.

Mientras, Rebecca se había mudado por completo y había ocupado una de las habitaciones de invitados.

Él cerró la puerta, esperando una noche tranquila. Una cerveza fría, y después llamaría al restaurante al que siempre recurría para que le llevaran la cena a casa, y leería alguna revista de deportes.

El olor fue lo primero que notó cuando entró por la puerta. Parecía como si le tirara fuertemente de la corbata hacia la cocina, atrayéndolo hacia allí. Allí se quedó mirando las encimeras y todas las cosas que había sobre ellas.

– Buenas noches -le dijo Rebecca-. ¿Qué tal te ha ido el día?

– Me ha ido… -dijo él, y sacudió la cabeza-. ¿A qué huele?

– A tarta de manzana.

– Tarta de manzana -repitió él-. ¿Y qué es esto? -dijo, señalando una cacerola cubierta que había al fuego.

– Estofado de pollo.

– ¿Y eso? ¿Y eso? ¿Y eso? -dijo él, señalando por la cocina.

– Perejil. Brécol. Judías verdes. Es decir, lo que queda. Todo lo demás fue a parar al estofado -respondió ella, sonrojada-. No soy una de esas cocineras que limpian mientras trabajan.

– Te has hecho la cena.

– He hecho la cena para los dos. No estaba segura de cuándo llegarías a casa, así que hice algo que pudiera calentar más tarde.

– No tienes que cocinar para mí. Iba a pedir que trajeran la cena de DeLuce's.

– Ah, bien -dijo ella. Se volvió y se acercó al refrigerador-. Si prefieres eso…

– No, no. Es que no me esperaba… no pensé que… -tarta de manzana. Estofado de pollo. Había muerto y había ido al cielo.

– He estado pensando mucho hoy. Acerca de nuestro matrimonio.

La satisfacción de Trent bajó unos cuantos puntos. Rebecca había estado pensado mucho en su matrimonio, y él no había pensado en absoluto.

– Escucha, Rebecca, yo también he pensado un poco. No quisiera que nuestro… nuestro acuerdo fuera un impedimento para nuestros hábitos.

– ¡Exactamente! -dijo ella con una sonrisa que hizo que Trent creyera de nuevo que estaba en el cielo-. ¿Por qué no vas a prepararte para cenar y hablamos mientras comemos?

Tomaron los primeros bocados en silencio, salvo por los efusivos cumplidos de Trent hacia su habilidad culinaria. Aquello del matrimonio quizá sí fuera a afectar a su rutina, pero una mujer que le hiciera buena comida no era nada para preocuparse.

Estaba disfrutando de su segunda ración de pollo estofado cuando ella sacó una pequeña libreta.

– Bueno, como ya te he dicho, he estado pensando mucho hoy, y he hecho estos planes.

– ¿Mmm? -dijo él, y ladeó la cabeza para intentar leer su escritura al revés.

– La colada, la compra, la comida y la limpieza de la casa.

– Esto suena…

– Lo he escrito todo. Pensé que tú podrías cocinar los lunes, los miércoles y los jueves. Yo me quedaré con los martes, viernes y domingos. Eso nos deja el sábado para cualquier otra cosa.

Trent se quedó mirándola embobado, así que ella continuó explicándole cómo había organizado el resto de las cosas.

¿El camión de la basura? ¿Quitar el polvo? ¿Pasar la aspiradora? ¿Limpiar los baños?

– Eh… Rebecca, creo que no entiendes cómo funcionan las cosas aquí. Tengo una señora de la limpieza que viene tres veces por semana. Yo… eh… nosotros no tenemos que preocuparnos de limpiar. Ella también hará la colada si le dejas tu ropa en la cesta de la ropa sucia, aunque la mayor parte de las veces a mí se me olvida y al final tengo que ir a la tintorería.

– Oh -dijo ella, y cerró la libreta-. Ya entiendo.

– En cuanto a la compra, normalmente yo pido la comida a un restaurante, a no ser que tenga una cena de negocios. No creo que el plan que tú has sugerido pueda funcionar.

– Oh -repitió ella, y se puso en pie-. Creo que me voy a mi habitación un rato. Yo lavaré los platos después. No toques nada.

Trent supuso que aquello incluía la tarta de manzana, y suspiró al ver a Rebecca salir de la cocina. Aunque en realidad, ya no le apetecía demasiado comer más.

Trent sabía que había hecho algo mal, que había dicho algo mal, que lo había estropeado todo de algún modo y que, si no rectificaba su error, aquel matrimonio sí afectaría a su vida.

No podría vivir con la conciencia tranquila.

Capítulo 6

Al oír que Trent llamaba a la puerta de su habitación, Rebecca respondió con la voz más calmada que pudo.

– Pasa.

Él abrió y la encontró sentada en la cama, con unas agujas y un ovillo de lana en el regazo.

– ¿Qué haces?

– No lo sé. Un lío. Pero estoy intentando aprender a hacer punto.

Él sacudió la cabeza con admiración.

– ¿Es que hay algo que no sepas hacer?

– Bueno… quizá no sepa ser la mujer de Trent Crosby.

– Rebecca…

– De verdad, Trent. Señoras de la limpieza, cenas de negocios… yo no vengo de ese mundo. No pertenezco a él.

– ¿Cómo lo sabes?

– ¿Te acuerdas del doctor Ray?

Al pensar en aquel idiota, Trent apretó los dientes.

– Lo recuerdo perfectamente, sí.

– Nos divorciamos porque yo no encajaba en su vida.

– Tú eres enfermera, por Dios. Él es médico. A mí me parece que eso encaja.

Aunque en realidad no le gustara nada decirlo.

– Yo no encajaba en su vida social. Su grupo de amigos y conocidos era un grupo de gente que venía de universidades prestigiosas, como él. Me dijo que yo no era lo suficientemente refinada. Me dijo que el problema era que yo no tenía nada en común con ellos, así que no sabía qué decirles. Y tenía razón.

– Quizá deberías haberles dicho que tu marido era un idiota de primera categoría que estaba intentando culparte de todos sus defectos. Si ellos no eran unos idiotas superficiales como él, entonces probablemente habrías tenido muchos temas de conversación con ellos después de decírselo.

Rebeca se rió.

– ¿Cómo lo haces?

– ¿Qué?

– Que me sienta mejor.

Él se sentó a su lado y su cadera quedó junto al muslo de Rebeca. Ella llevaba ropa suelta, así que lo único que Trent podía apreciar era su piel blanca, su boca rosada y los enormes ojos marrones que lo empujaban a hacer promesas para el resto de su vida.