Él habría sido un buen padre, ella lo sabía. Pero el hecho era que ya no había ningún bebé.
Y ninguna razón para que Trent siguiera casado con ella.
Everett había dormido bien la noche anterior. Había dormido bien por primera vez durante meses. Quizá durante años.
Quizá desde que no tenía más que seis años.
Cuando el guardia le llevó el desayuno, le dio las gracias y le pidió que les hiciera llegar un recado a los detectives que trabajaban en su caso.
– Por favor, dígales que necesito hablar con ellos. Dígales que tengo que contarles más cosas.
Tal y como había sospechado, no pasó mucho tiempo antes de que los guardias lo trasladaran a una sala de interrogatorios. Le indicaron que se sentara y, al cabo de pocos minutos, entraron dos hombres que se sentaron también frente a él.
Uno era el detective Abe Levine, del Departamento de Policía de Portland, el hombre al que había llamado cuando había decidido entregarse. El otro era el agente Drew Delane, del FBI.
Everett se agarró las manos sobre la mesa y decidió acabar con aquello lo antes posible.
– Mi nombre real no es Everett Baker.
Los dos hombres se miraron.
– ¿Cómo? -le preguntó el detective Levine-. Lo hemos investigado, Everett. Tiene número de la seguridad social, carné de conducir… además, hemos visto sus expedientes académicos del instituto y de la universidad, con su fotografía.
– Lo sé -dijo Everett-. Voy a empezar a contárselo todo desde el principio.
– ¿Y por qué ahora, señor Baker? -le preguntó el agente Delane.
– Por Nancy -respondió Everett.
Ella lo había visitado el día anterior y, en aquel momento, cuando dijo su nombre, vio su cara, sus preciosos ojos castaños, y oyó su risa. Recordó cómo, desde el principio, ella había conseguido atravesar la barrera de su timidez con su calidez y su humanidad. Y más tarde, con su generosa pasión.
– Ya le hemos dicho, Everett -dijo el detective Levine-, que no vamos a acusarla de nada.
– Pero podríamos hacerlo -puntualizó el agente Delane sin pestañear.
Everett sonrió con agradecimiento al detective Levine e hizo caso omiso del agente del FBI.
– Voy a contarles la historia completa porque Nancy me ha convencido de que la verdad podría hacer que ocurrieran cosas buenas. De que quizá yo no sea el único culpable de todo lo que ha sucedido.
El agente Delane se cruzó de brazos y arqueó una ceja.
– Entonces, ¿quién es el culpable, señor Baker?
El señor Baker, claro. Pero aquella respuesta los confundiría aún más. Everett abrió la boca, preparado para comenzar por el principio, tal y como había dicho, pero entonces notó que se atascaba. Era difícil decirlo en voz alta. Era muy difícil superar toda su vergüenza y su tristeza.
– Señor Baker, no juegue con nosotros. ¿Cuál es esta nueva información que quiere que conozcamos?
– Es sobre… sobre Charlie Prescott.
Bien aquél no era el principio, pero era un lugar por el que comenzar.
Everett les explicó cómo había conocido a Prescott. Cuando se había mudado a Portland y había conseguido un trabajo en Children's Connection, no conocía a nadie en la ciudad.
– Comencé a ir a un bar del barrio. Es un sitio sencillo. Iba allí para tomar una copa y una cena barata todas las noches. Allí conocí a Charlie.
– Ya, ya -dijo el agente Delane con impaciencia-. Ya conocemos la participación de Prescott en todo esto. Sabemos que, tomando unas copas, ustedes dos decidieron asociarse para robar niños.
– Eso es lo que he estado pensando últimamente, en mi celda. He estado intentando averiguar cómo empezó todo esto, cómo me metí en este lío, siguiendo el rastro hacia atrás. Y creo que finalmente he visto cómo encajan las piezas.
– ¿Y cómo?
– Yo… yo siempre he querido tener dinero. Cuando era niño, mi familia se mudó muchas veces. La gente que me crió se gastaba todo el dinero que ganaba, cuando tenían trabajo, en alcohol. La seguridad de tener unos ingresos extra me parecía atractiva.
El agente Delane lo miró con los ojos entornados y le habló con la voz llena de repulsión.
– Y pensó que la mejor manera de conseguirlo era robar los hijos de los demás.
Dicho de aquel modo, todo parecía asqueroso.
– Recuerdo que le conté a Charlie lo del mercado negro de bebés. En la cafetería había oído a un par de trabajadores sociales hablar sobre cómo funcionaba. Él se obsesionó con aquella idea y sacaba el tema todas las noches. Me decía que no haríamos nada distinto a lo que hacía Children's Connection, que les daríamos un hogar a los niños. Y que seríamos nosotros los que nos beneficiaríamos, en vez de la institución. Cuanto más hablaba, más me convencía yo de que era posible.
– Si realmente fue idea de Charlie Prescott, ¿por qué no se alejó de él, Everett? -le preguntó el detective Levine.
– Porque… porque por fin yo había conseguido tener un amigo. Estaba muy solo en Portland. Me cuesta relacionarme con la gente y parecía que a Charlie le caía bien. Por eso, cuanto más hablábamos del mercado negro de niños, más me parecía que era factible. Charlie comenzó a llamarse a sí mismo «la cigüeña», y a decirme que podríamos sacar muchos beneficios de la venta de bebés. Nos veíamos como un par de empresarios que iban a convertirse en millonarios.
Todo sonaba patético y sórdido al contarlo en voz alta. Sin embargo, Everett se obligó a seguir hablando y les contó cómo Charlie y Vladimir Kosanisky habían establecido contacto para trabajar con bebés rusos.
– Pero las cosas fueron de mal en peor cuando conocí a Nancy y comencé a pasar tiempo con ella.
Nancy había acabado por convertirse en su salvación. Habían sido su dulzura y su compasión lo que le había hecho darse cuenta, por contraste, de lo que verdaderamente era él.
– Charlie estaba preocupado de que yo le contara a ella lo que estábamos haciendo. Incluso Charlie se dio cuenta de que Nancy nunca se uniría a nuestros planes ni miraría a otro lado.
Entonces, Charle había pasado a la siguiente fase de su plan: robar bebés norteamericanos de madres pobres y vendérselos a los ricos.
– Después del primer secuestro, yo le dije a Charlie que no quería seguir. Pero él me amenazó con contarle a Nancy nuestros crímenes. Yo sabía que ella me odiaría si se enteraba, o algo peor, se odiaría a sí misma por haber tenido una relación con alguien como yo.
Sin embargo, Nancy había vuelto a demostrar de qué pasta estaba hecha. Cuando Everett se lo había contado, ella había llorado. Pero había llorado por los dos.
– ¿Y a qué se debió el juego con las muestras de semen?
Everett enrojeció.
– Eso fue idea de Charlie. No era por el dinero, sino porque Charlie quería destruir Children's Connection a toda costa. No sé por qué.
El agente Delane lo miró con escepticismo.
– Entonces, eso fue otra de las ideas de Prescott.
– Sí. Quería manchar la reputación de la clínica.
– Bien, Everett, parece que es usted el peor de los males -dijo el agente Delane con un tono de desdén-. Quizá Nancy tenga razón sobre usted.
Ella debería odiarlo, pero no lo odiaba. Era la bondad que había en ella, y la bondad que decía que había visto en él, lo que había empujado a Everett a entregarse para pagar por todos sus horribles delitos. Si Nancy, la mujer a la que quería, pensaba que él merecía la pena, entonces él iba a demostrarle que tenía razón.
El detective Levine comenzó a repasar sus notas.
– Pero, espere… ha dicho que su nombre no es Everett Baker. ¿A qué se refería?
Aquélla era la ironía, la agonía, la esencia de todo.
– Antes de que la mujer que me crió muriera, me dijo algo que hizo encajar el rompecabezas de todos los miedos y recuerdos que yo había tenido desde siempre. Ella me dijo que su marido me había secuestrado cuando yo tenía seis años. Me dio un álbum lleno de recortes de periódicos sobre el caso que había conservado. Cuando me lo mostró, la creí. Me mudé a Portland después de que ella muriera. Quería… volver a casa.