Al menos, para estar cerca de la familia a la que había fallado. ¿Cómo podía haberlos olvidado? ¿Cómo había podido perder la fe tan rápidamente?
Los otros dos hombres lo estaban mirando desde el otro lado de la mesa, con el ceño fruncido.
– ¿Quién demonios es realmente, Everett? -le preguntó el detective Levine.
– Robbie -respondió él.
Al pronunciar su nombre, los recuerdos que había retenido en la memoria se liberaron. Abrir un regalo de Navidad. Un partido de béisbol con un hombre que le pasaba un perrito caliente. Era el mejor perrito que hubiera comido en su vida, eso lo recordaba. El recuerdo de su madre era un perfume, un perfume que no podía olvidar, porque tenía galletas, sábanas y flores dentro. Había otros recuerdos, y finalmente habían tomado sentido para él cuando había conocido su verdadera identidad.
Everett miró a los otros dos hombres.
– Mi nombre verdadero es Robbie Logan.
Rebecca se había quedado dormida poco después de las noticias de las once y, sin saber qué hacer, Trent había vuelto a casa. Quizá debiera haberse quedado con ella en el hospital, pero Rebecca lo había estado mirando con tanta tristeza que él había decidido darle cierto espacio. Quizá mirar a su marido sólo hacía que se sintiera aún más abatida por haber perdido el niño.
Por supuesto, no le había dicho que la quería. Le parecía muy arriesgado hacerlo, al verla tan demacrada y silenciosa. Trent se había guardado todas sus emociones para poder ser quien ella necesitaba que fuera en aquel momento: una persona calmada, racional, razonable, lógica.
Pero aquello había sido el día anterior. Después de toda una noche sin dormir, Trent volvió a toda prisa al hospital. Danny le había dicho que no se separara de ella. Katie le había aconsejado que le dijera que la quería.
Él no había hecho ninguna de las dos cosas y, al amanecer, se había dado cuenta de que había sido un gran error.
Un poco antes de las siete de la mañana llegó a la habitación de Rebecca. Esperaba encontrarla dormida, para que cuando abriera los ojos lo viera allí mismo, donde estaba la noche anterior. Entonces le diría lo mucho que significaba para él. Haría lo que tenía que hacer para que Rebecca no se separara de él.
La puerta de su habitación estaba abierta.
Se oía un murmullo de voces.
No estaba sola, pensó Trent. Asomó la cabeza por la puerta y miró. Tampoco estaba dormida. Estaba completamente vestida y rodeada por algunas de sus amigas y compañeras del hospital, charlando con ellas.
– Rebecca -dijo él suavemente.
Ella alzó los ojos. Tenía unas profundas ojeras. Él detestaba ver aquellas ojeras en su rostro.
Una de las enfermeras sonrió.
– Aquí está tu marido, Rebecca. Que te lleve a casa y que te mime. Sólo comida china y helado de chocolate la semana que viene. Siete días de eso y te aseguro que la pena se habrá desvanecido.
Rebecca sonrió, poco convencida.
– Será mejor que ningún nutricionista nos oiga, Donna.
– Date tiempo, cariño -le dijo Donna, e hizo un gesto para abarcar a las otras mujeres-. Recuerda que las tres hemos pasado por esto.
– Nosotras cuatro -puntualizó Rebeca.
Donna señaló a Trent.
– Digamos que los cinco.
Rebecca asintió, pero no dijo nada.
Sus compañeras se despidieron afectuosamente de los dos y los dejaron a solas. Trent se acercó a ella. Sin embargo, Rebeca se puso tensa.
Y aquella evidente tensión dejó a Trent sin saber qué hacer. Carraspeó y le preguntó:
– ¿Ha venido el médico? ¿Hay alguna noticia?
Ella sacudió la cabeza.
– Ha reiterado lo mismo que dijo ayer. Que no hay ninguna secuela física. Ha dicho que no hay ningún problema y que podré tener más hijos.
A Trent se le encogió el corazón dolorosamente. Sabía que había sido un error por parte de aquel médico decirle aquello a Rebecca. Trent lo sabía, entre otras cosas, por la expresión abatida de Rebeca.
No había problema. Otro niño.
Trent notó una opresión en el pecho. El corazón se le encogió nuevamente.
¿Acaso no había sabido siempre que el corazón no era más que un inconveniente, algo peligroso? Tragó saliva y volvió a guardarse sus emociones.
No era momento de ponerse sentimental. Era momento de ser fuerte para Rebeca y de llevarla de nuevo a casa, al lugar al que pertenecía.
Capítulo 14
Rebecca se sintió aliviada al entrar en casa de Trent. No porque le resultara acogedora, sino porque allí estaban todas sus cosas: su ropa, sus libros y sus llaves. Allí podría recoger su vida y seguir con ella.
«Otro destino en otra base. Piensa en ello como en un cambio de destino», se obligó a pensar para reunir fuerzas.
– ¿Va todo bien? -le preguntó Trent.
Ella tomó aire y se volvió hacia él.
– Te habré dejado en paz antes de que vuelvas a casa de trabajar.
– ¿Trabajar? -le preguntó él con el ceño fruncido-. No voy a trabajar hoy.
Rebecca se encogió de hombros.
– Bueno, de todos modos yo voy a empezar a llevarme mis cosas ahora mismo.
– ¿Qué demonios quieres decir?
– Trent, nuestro acuerdo es nulo. Porque… bueno, porque ya no vamos a tener un hijo -dijo ella.
Sin embargo, el sonido de aquellas palabras le sonó muy feo, aunque pensara que aquél era un lenguaje que podía entender el presidente de una gran empresa.
– Así que me estás diciendo que todo ha terminado. Todo lo que teníamos.
– Todo lo que teníamos ha terminado -confirmó Rebecca. Después comenzó a subir las escaleras, consciente de que Trent la seguía. Rebecca no podría hacer las maletas si sabía que él estaba vigilándola-. No hace falta que me ayudes. Puedo hacerlo yo sola.
– Sí, claro -murmuró él-. Así es como nos metiste en este lío, ¿no? Pensando que podrías tener un bebé sola.
Mientras entraba en la habitación principal, Rebecca se enfureció por sus palabras.
– Y podría haberlo conseguido. El hecho de que tú te involucraras fue algo inesperado. Que tú fueras el padre de Eisenhower fue un…
– No digas que fue un error -le ordenó él categóricamente-. No te atrevas a decir que fue un error.
Rebecca miró al cielo con resignación.
– Aún eres incapaz de admitir que puedes cometer un error, ¿eh,Trent?
Al darse cuenta de que no había sacado la maleta, se acercó a la cama y dejó allí toda la ropa.
– No hagas esto, Rebecca.
Ella se obligó a mirarlo.
– Lo siento, Trent. Tienes razón. Eres un buen hombre. De veras, lo creo. Un buen hombre que tiene conciencia. Pero tus responsabilidades conmigo han terminado.
– Rebecca…
Tenía que dejarla hablar. Tenía que dejarla hablar mientras aún estaba serena.
– No tenemos nada en común, Trent. ¿No ha quedado suficientemente claro? El presidente y la enfermera. La mujer que está acostumbrada a las comidas caseras y el hombre que está acostumbrado a las cenas del club social. Aunque te agradezco que tu conciencia no te permita echarme de casa…
– Sí, es cierto. No te estoy echando de casa. Que conste que eres tú la que se está marchando.
Y si él no tuviera una actitud tan contenida, aquello podría ser incluso más difícil. Pero su rostro tenía una expresión neutral, como si estuvieran hablando sobre los términos de un contrato en vez de estar hablando del resto de sus vidas.
– Deja que me vaya ahora, Trent. Al fin y al cabo, ocurriría de todos modos.
– ¿Estás segura? ¿Y…? -Trent se interrumpió. Se dio la vuelta y, rápidamente, se alejó hasta la ventana y se quedó mirando a la calle.