Rebecca se dejó caer en el colchón.
– ¿Qué?
– Nos entendemos muy bien en la cama. Yo me llevo bien con tus amigos y tú te llevas bien con mis amigos y con mi familia.
– Eso no es suficiente para mí, Trent.
– Pero hay más, demonios. Sé que hay más cosas entre nosotros.
– ¿Por ejemplo? Dime una sola cosa, Trent.
Trent se dio la vuelta y la miró fijamente.
– El amor.
Ella se sintió alarmada. ¿Acaso quería quedarse con ella porque sentía lástima? ¿Se sentía tan obligado por lo que ella sentía por él como se había sentido antes por el niño?
– Tú no crees en el amor.
– ¿Y si te dijera lo contrario? -respondió Trent, e hizo un gesto vago con la mano-. He visto el amor por aquí. Lo he sentido.
Así que él se había dado cuenta de que ella estaba enamorada de él. Y estaba intentando hacerle creer que él sentía lo mismo.
– Trent, tú no pareces un hombre que pueda sentir amor. Más bien eres un hombre que, cuando se propone algo, no para hasta que lo consigue. Pero en esta ocasión no es necesario que lo consigas, Trent. Puedes dejarme marchar.
– Rebecca…
– No puedes dar todos los pasos que llevan hasta el amor sin sentirlos, Trent. Lo siento, pero eres un hombre demasiado desapasionado como para conseguir que yo me lo crea.
Y, como si quisiera demostrárselo, sin decir una palabra más, su marido salió del dormitorio y de su vida.
Sin pensar, Trent condujo hasta Crosby Systems y pasó por delante de la mesa vacía de Claudine para encerrarse en su despacho. Cerró la puerta y puso su escritorio de caoba entre él y el resto del mundo.
Aquél era su mundo, pensó, mirando la pila de informes y de mensajes que lo esperaban. Aquello siempre estaría allí para llenar su tiempo y su vida de sentido.
Cuando sonó el interfono, apretó el botón de escucha.
– ¿Sí?
La voz de su ayudante arremetió contra él.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Dirigir esta empresa -respondió, y cortó la comunicación.
Sonó otra vez el timbre. Fue un sonido enfadado, como el zumbido de una abeja dispuesta a picar. Él utilizó todo su control cuando respondió.
– ¿Sí?
– ¿Qué estás haciendo aquí hoy?
¿Y qué otra cosa podía hacer? Su mujer estaba haciendo las maletas para dejarlo y él había decidido que no se iba a quedar a verlo. Aunque le hubiera dicho que quería que se quedara porque la quería, ella no lo hubiera creído. Así que, ¿de qué habría servido?
– ¿Qué estás haciendo aquí hoy? -le preguntó de nuevo Claudine.
– Trabajar, verdulera -le dijo a Claudine por el interfono-.Trabajar.
Ya que lo había dicho, sabía que tenía que hacerlo. Tomó la carpeta que tenía más a mano y la abrió. Después la cerró de golpe. Era una carpeta que le había prestado Katie. Bueno, más bien Peter. Había hecho una búsqueda exhaustiva de los mejores cochecitos, colchones y sillas de niño.
Trent se lo había pedido prestado. Sin embargo, en aquel momento no podía soportar tenerlo a la vista en su oficina. Decidió que llamaría a Katie para que fuera a buscarlo y llamó a su oficina. No obtuvo respuesta.
Bien. Metió la carpeta bajo el montón de informes y tomó la siguiente carpeta. Sin embargo, la que estaba al fondo seguía distrayéndolo. La esquina de un recorte del artículo de una revista se salía de entre la cartulina, y Trent veía una fotografía de un oso de peluche.
Con una maldición, intentó comunicarse con su hermana de nuevo. Pero tampoco obtuvo respuesta. Llamó a su secretaria. Tampoco. Entonces llamó a Claudine.
– ¿Dónde demonios está todo el mundo? -preguntó.
El suspiro de Claudine le llegó a través del interfono.
– ¿Qué necesitas, jefe?
A Rebecca. A Eisenhower. Necesitaba que su vida fuera como él quería. Pero se quitó todo aquello de la cabeza.
– ¿Dónde está mi hermana? -le preguntó.
– En casa.
– ¿En casa? ¿No es la vicepresidenta? ¿No tiene que trabajar?
– Está trabajando desde casa hoy, tirano. Quizá tú deberías hacer lo mismo.
Él miró con cara de pocos amigos al interfono.
– Estás despedida. Prepara los papeles.
– Muy bien, lo haré la semana que viene. 0 más pronto, si no recuperas el sentido común, Trent. Tienes que estar en otro lugar en este momento. Tienes que atender otros asuntos.
– Rebecca quiere estar sola -dijo. No podía admitir que ella no lo quería. Aún no-. Está disgustada por el aborto.
– ¿Y tú no?
– Claro que sí.
Sí, estaba muy disgustado. Pero no iba a pensarlo. ¿Cómo podía haber perdido otro niño? No, no, no. Sentía una angustia muy grande que le oprimía el pecho. Casi no podía respirar. «Olvida al bebé. Olvida todo lo que no sea el trabajo».
Su mirada se posó de nuevo en la esquina de aquel artículo. Tenía que librarse de aquella endemoniada carpeta.
– Tengo un recado que hacer. Podrás localizarme en casa de Katie.
Su hermana le abrió la puerta con la misma pregunta que Claudine.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
Él le dio la carpeta.
– Te he traído esto.
Cuando él se dio la vuelta para marcharse, ella lo agarró del brazo.
– No tan rápido. Quiero saber qué tal está Rebecca. Y qué tal estás tú.
– No tienes que preocuparte por mí. Rebecca se marcha.
– ¿Qué?
Que habían vuelto a abandonarlo, pensó Trent. Antes de conocer a Rebecca, él era listo. Sabía que el amor era un mito que la gente como su hermana y Peter decía que sentía para sacar algo en claro de su atracción sexual. Pero entonces, había llegado Rebecca. Con su suavidad, había conseguido suavizar también las aristas afiladas de su cinismo. Y él había bajado la guardia, se había vuelto vulnerable de nuevo. A ella, a sus sentimientos.
Todo se había ido al diablo cuando había dejado de esperar lo peor de todo el mundo.
– La misma canción, segunda estrofa -le dijo a su hermana.
– ¿Qué? -repitió ella, y después miró por encima de su hombro-. No podemos hablar en este momento. La policía acaba de llegar.
Trent se quedó sorprendido y miró hacia atrás.
– ¿La policía?
– Mis suegros están dentro. Unos detectives los llamaron antes para hablar con ellos y han decidido reunirse aquí.
– Me voy, entonces…
– ¡No! -Katie lo agarró con fuerza por el brazo-. No quiero que te vayas de aquí sin que hayamos hablado de esto.
Trent no supo por qué permitió que su hermana lo arrastrara hacia dentro de la casa. Bueno, sí lo sabía. No quería estar a solas consigo mismo en aquel momento. Mientras Katie saludaba a los policías, él asomó la cabeza al salón para decirles hola a Peter y a sus padres.
– Me quedaré en el despacho, si te parece bien -le dijo a su cuñado.
Fue la señora Logan la que respondió, con una de sus encantadoras sonrisas.
– Trent, eres de la familia, ¿recuerdas? Y nos han dicho que esto tiene algo que ver con Children's Connection. Ya sabes lo que ha estado ocurriendo allí, así que siéntate -le dijo Leslie, y después miró a su marido-. Terrence está de acuerdo conmigo, ¿verdad?
Aunque no parecía que Terrence estuviera tan convencido como su mujer, asintió. Trent pensó que aquella pareja llevaba más de cuarenta años casada, y se preguntó cómo se las habrían arreglado para conseguirlo. Respeto, decidió. Y confianza. Si el amor era un sentimiento vacío, falso e inconstante, entonces un matrimonio tan largo debía basarse en el respeto y la confianza.
0 no. Porque, demonios, él había respetado a Rebecca. Y en cuanto a la confianza…
«No confiaste en ella lo suficiente como para decirle cuáles eran tus sentimientos».
En aquel momento, Katie hizo entrar a los detectives al salón. Después de que los presentara como el detective Levine, un hombre de mediana edad, y como la detective Ellen Slater, una mujer joven, ambos del Departamento de Policía de Portland, Trent se retiró a un rincón.