– Enséñamelo.
Él la miró con frustración y exasperación. Tenía el pelo revuelto y estaba echando chispas. Al menos, estaba menos perfecto que de costumbre.
– Maldita sea, Rebecca -repitió. Después bajó la cabeza y murmuró algo extraño-. Esto es culpa tuya, Terrence Logan.
Entonces, Trent miró a Rebecca fijamente. Alzó las manos y tiró de ambos lados de la camisa hasta que se la abrió rasgándose los botones.
Ella se sobresaltó.
– ¿Qué…?
Entonces, lo vio. De una cadena más larga que la que le había regalado a ella, Trent se había colgado al cuello la pequeña figura del ángel. Aquel ángel colgaba en mitad del pecho de Trent.
– Te lo dejaste en el lavabo del baño -le dijo él con la voz ronca-. La noche en que estabas en el hospital yo lo recogí y… no pude dejarlo en ningún sitio.
Ella lo miró a la cara y se quedó paralizada. Ya no era el mismo Trent frío y siempre correcto que ella había visto mil veces. En su lugar había un hombre de sangre caliente que sentía la tristeza, la angustia y el dolor. Un hombre que sentía de verdad. Él se cubrió el corazón con la mano y se dio la vuelta.
– Oh, Dios, Rebecca. Dios, Rebecca, hemos perdido a Eisenhower.
Ella corrió hacia él, lo abrazó y apoyó la mejilla en su espalda. Abrazó con fuerza a aquel hombre que no había querido perder otro niño.
– Lo sé,Trent. Lo sé, mi amor.
Después lo arrastró hasta el sofá y siguió abrazándolo con fuerza. Él apoyó la cabeza sobre la de ella y después la besó en la mejilla. Estaba húmeda. Debía de haber estado llorando de nuevo. No, era él mismo.
Meciéndose suavemente, se consolaron el uno al otro con palabras que ella no recordaría nunca.
Pero las palabras no importaban. Sus corazones sí. Rotos, curados, rotos de nuevo. Y después, curados para siempre.
Trent se apartó ligeramente de Rebecca y tomó su cara entre las manos.
– Lo siento. Lo siento. Tenía miedo de que, enfrentándome a la verdad, sintiera el dolor como algo real. Pero duele de todos modos. Me da tanta pena haber perdido a nuestro bebé…
Pero se habían encontrado el uno al otro.
Rebecca posó la mano sobre el ángel que descansaba en el pecho de Trent. Había otro ángel esperándolos en algún lugar, ¿verdad? ¿Sonriendo? ¿Esperando a otro momento para entrar en sus vidas?
Claro que sí.
– Te quiero -le dijo Trent.
Y en aquella ocasión, ella lo sintió.
Rebecca miró el castillo y después miró a su marido. Con Trent a su lado, tenía a aquella persona para amar que había querido tener toda su vida. Si estaban juntos, todo iría bien. Juntos, ya no era tan difícil creer en los finales felices.
Christie Ridgway