– Bien, Rebecca Holley, enfermera diplomada, tengo mucho que hacer. ¿Cuál es el motivo de tu visita?
Ella se sentó frente a él y volvió a morderse el labio.
– Es un poco difícil de explicar…
Sin embargo, para conmoción de Trent, ella consiguió explicarle lo que había ocurrido con frases breves. Un lío en Children's Connection. Su esperma. Su embarazo. Durante toda aquella explicación, lo único que pudo hacer Trent fue mirarla fijamente, aturdido.
Increíble.
Increíble y abrumador.
Cuando ella se quedó callada, él se dio cuenta de que esperaba una respuesta por su parte.
– Mis hermanas te han pedido que me gastes esta broma. Es un poco tarde para el Día de los Inocentes, pero…
– No bromearía con algo así -le dijo ella secamente, irguiendo la espalda-.Yo no haría bromas con mi bebé.
Bebé. Bebé.
Los recuerdos se le agolparon en la mente. Sus hermanas cuando eran unas bebés regordetas y sonrientes. La adoración infantil hacia él en los ojos de su hermano pequeño. El tremendo horror que había sentido a los nueve años, el día en que Robbie Logan había sido secuestrado mientras jugaba en el jardín de su casa. Y veinte años más tarde, la sensación de ahogo y de pánico cuando había sabido que su propio sobrino había sido secuestrado.
Y después, aquella sensación de mareo y de náuseas en la consulta de Children's Connection, cuando su esposa había admitido por fin que el único problema de fertilidad que ella tenía era él. Que no había dejado de tomar la píldora anticonceptiva durante aquellos años porque no quería tener un hijo con él, ni estar casada con él durante más tiempo.
Comenzó a notar un dolor de cabeza molesto y se llevó los dedos a las sienes.
– Es una broma -repitió con la voz ronca-.Tiene que ser una broma de alguien.
Fijó la mirada en aquella guapa mujer que quizá no fuera una espía industrial, pero que estaba cometiendo un delito igualmente. La señaló con el dedo, aunque consiguió mantener la voz a un volumen controlado.
– Y no me voy a reír si aún estás sentada ahí cuando vuelva.
Con aquello, Trent se levantó y salió por la puerta de su despacho.
– Espera…
Pero él no le prestó atención, sino que siguió caminando por el pasillo y estuvo a punto de chocarse con su ayudante.
– Lo siento, Claudine. Lo siento.
Ella se quedó mirándolo con asombro.
– ¿Trent? ¿Qué te pasa?
Nada. Todo. No podía ser cierto. Miró a su alrededor, intentando encontrar algo en lo que concentrarse. Propuestas. Informes. Hojas de cálculo. Los detalles de trabajo que siempre habían llenado su vida.
Pero no pudo ver otra cosa que bebés sonrientes, niños desaparecidos y secuestrados. Esperanzas que no habían llegado a nacer.
Entonces sintió un movimiento tras él y supo que no podía quedarse allí ni un minuto más. No podía verse de nuevo frente a la mujer que le había hecho pensar en todo aquello. Se dirigió hacia las escaleras y le dijo a Claudine:
– Tómate el resto de la tarde libre. Te lo mereces.
– ¡No! ¿El matón de la empresa me da tiempo libre? ¿Y se va a casa antes de que acabe la jornada?
Él no tuvo corazón para devolverle el insulto. Pero aquello estaba bien, ¿no?
Después de todo, los corazones no eran más que una maldita molestia.
Capítulo 2
Después de un largo día en el hospital, Rebecca llegó a su casa y se encontró con que Trent Crosby la estaba esperando en la puerta. No había vuelto a saber nada más de él desde el día anterior, cuando había salido de su despacho sin expresión en la cara, y ella se había atrevido a esperar que las cosas continuaran así.
– ¿Qué quieres? -preguntó ella sin acercarse.
Tenía razones para ser cautelosa. Un día la había acusado de ser una espía y, al día siguiente, de ser una gamberra. ¿Quién sabía lo que podía salir de la boca de ese hombre en aquel momento?
– Tenemos que hablar -respondió Trent-. Por favor, dame una oportunidad.
Como ella continuó estudiándolo en silencio, él dio un paso hacia ella.
Ella dio un paso atrás.
Él se quedó inmóvil.
– Quiero compensarte por lo de ayer -dijo, y sonrió-.Te he traído un regalo.
Oh, no. Aquella sonrisa encantadora asustó mucho a Rebecca, porque con tan pequeño esfuerzo la estaba afectando, estaba consiguiendo derretir su frío recelo hacia él.
Así pues, Rebecca lo miró con cara de pocos amigos.
– ¿Un regalo?
Se recordó a sí misma que a los hombres ricos les resultaba fácil hacer regalos. Su ex marido también hacía muchos regalos. Los que había cargado a las tarjetas de crédito de cuentas comunes eran los que la habían avisado de que la estaba engañando, porque aquellos regalitos tan glamurosos nunca habían ido a parar a ella.
– ¿Qué regalo?
Trent se volvió a medias y arrastró algo que había en el porche y que ella no había visto.
– Cajas -le dijo él-. Había una pila de ellas en la basura hoy, y cuando salía de la oficina me he acordado de ti.
Le había llevado cajas.
Por supuesto, la única razón por la que aquello estaba haciendo que todas las defensas de Rebecca se derrumbaran era que se había pasado una hora después de su turno de trabajo con Merry, la niña asmática a la que le había prometido la cabaña. Aquellas cajas significaban que al día siguiente podría darle a la pequeña un informe sobre los avances del proyecto.
Con aquello en mente, se acercó apresuradamente a Trent. Le había llevado seis cajas. Seis cajas plegadas, extra grandes, del tamaño ideal para construir aquella cabaña.
– Gracias -dijo ella, pensando de nuevo en Merry. Rebecca se sacó las llaves del bolso mientras respiraba profundamente-. Está bien, puedes pasar -le dijo. Sin embargo, iba a mantenerse en guardia.
Trent entró tras ella al pequeño salón de su casa. Mientras Rebecca colgaba el bolso en la percha del vestíbulo, vio cómo él recorría lentamente con la vista lo que lo rodeaba. Una fina alfombra oriental sobre el suelo, limpio pero rayado. Un sofá cubierto con una colcha que había comprado en un mercadillo, unas cortinas que ella misma había confeccionado con la ayuda de una máquina de coser y unas estanterías típicas de piso de estudiante o de mujeres que estaban recomponiendo sus vidas después de un matrimonio fracasado.
Mientras ella se volvía hacia Trent, pensó que para él sería una casa demasiado modesta. Él volvió la vista hacia la entrada que llevaba a la cocina y después la miró a la cara.
– Agradable -le dijo-.Acogedor.
Ja. Más bien, feo. Pero no había ni rastro de malicia ni de desprecio en sus ojos al decirlo, y Rebecca notó que la grieta que había en el hielo se agrandaba más y más.
– Bueno, pasa a la cocina -le dijo. No era mejor que el resto de la casa-. ¿Te apetece tomar un poco de té frío?
Él respondió que sí y se sentó en una silla junto a la mesa diminuta.
– ¿Es té verde?
– Sí, y sin teína. ¿Te parece bien?
Él asintió sin mirarla.
– Perfecto.
Ella sirvió dos vasos y se sentó, fatigada. Durante las últimas noches no había dormido apenas, y aquel turno tan largo que había tenido en el hospital le pesaba sobre los hombros. Alzó el vaso de té e intentó disimular un bostezo.
Sin embargo, él debía de tener un oído excelente.
– ¿Ocurre algo? -le preguntó.
Ella intentó responder.
– No, nada. Nada más que un día muy largo, el embarazo y un hombre extraño en mi cocina.
– ¿Has comido algo?
– Sí, en algún momento del día… A la hora de comer.
Él se levantó y comenzó a rebuscar en los armarios antes de que Rebecca pudiera reaccionar.