– Tienes que comer.
– Espera, no…
– No te levantes -dijo Trent-. Soy soltero. Puedo preparar algo parecido a una comida si es necesario.
Rebecca se quedó tan sorprendida que no pudo moverse del asiento. En silencio, observó cómo él le ponía delante un plato con rebanadas de pan tostado, queso y pedazos de manzana.
Después, Trent se sentó.
– Ahora, a comer. ¿Estás tomando vitaminas prenatales?
Ella se quedó boquiabierta.
– Eh… sí. ¿Cómo sabes…?
– Tengo dos hermanas. Una acaba de tener un niño y la otra está embarazada -dijo-. Al principio, Ivy se mareaba con las vitaminas a no ser que las tomara con pan. Y Katie tenía que tomarlas con espaguetis con mantequilla fríos.
– Yo no me mareo -murmuró Rebecca.
Para su contrariedad, se sentía… intrigada. Casi encantada. ¿Quién hubiera pensado que aquel hombre de negocios tan importante pudiera saber los detalles de los embarazos de sus hermanas?
– Tienes… eh… muy buena educación.
Él se encogió de hombros.
– Lo que ocurre es que estoy bien informado. Soy el mayor de mis hermanos. Crecí limpiándoles la nariz y administrándoles aspirina infantil. Supongo que los más pequeños siguen acudiendo a mí cuando no se encuentran bien.
– Yo también soy la mayor -dijo ella.
Sin embargo, aunque sus hermanos la admiraban como hermana mayor, acudían a papá y mamá cuando estaban enfermos.
– Come -insistió él.
– Está bien, está bien -le dijo ella.
El primer bocado le supo a gloria, pero se sentía cada vez más cansada. Cada vez que masticaba tenía que invertir más energía.
– He hablado con Morgan Davis -dijo Trent.
Rebecca tragó saliva y notó una inyección de adrenalina que la hizo ponerse en alerta.
– ¿Y?
– Y me ha explicado que ha habido una confusión con las muestras de semen. Están intentando averiguar cuál fue el verdadero problema. Me dijo que está muy preocupado por la reputación de la clínica y por las posibles… dificultades legales. Sin embargo, Children's Connection ha hecho tanto bien que yo le he asegurado que no los demandaré. Me dijo que tú le habías asegurado lo mismo. Así que… bueno, siento mi manera de reaccionar de ayer. No me esperaba…
– ¿Que yo estuviera embarazada, y gracias a ti?
Él parpadeó y se rió.
– Sí. Exactamente.
Rebecca sonrió sin poder evitarlo. Con aquella expresión de buen humor en el rostro, era difícil pensar que aquel hombre rico y poderoso pudiera amenazar el futuro feliz que ella había planeado para sí misma y para Eisenhower.
Sólo era un hombre, un hombre que se preocupaba por los demás, que le había llevado cajas y que sabía algo sobre embarazos. Todo iba a salir bien, pensó Rebecca, y lo dijo en voz alta.
– Todo va a salir bien.
Trent la miró.
– Sí, estoy de acuerdo. Creo que todo va a salir bien.
Rebecca le dio otro sorbo a su té, pero estaba tremendamente cansada. El libro sobre el embarazo que estaba leyendo decía que era muy común sentirse cansada durante el primer trimestre, y ella lo estaba.
– ¿Rebecca?
– ¿Sí?
Trent se acercó a ella y la ayudó a levantarse.
– Deja que te ayude. Estás rendida.
Pese a sus débiles protestas, él la llevó hasta su habitación y la ayudó a tenderse sobre la cama.
– Buenas noches, Rebecca Holley.
– Buenas noches, Trent Crosby -respondió ella-. Siento que no hayamos podido hablar más.
Pero hablarían de nuevo, porque era un hombre bueno, un hombre en quien se podría confiar y que no se entrometería en su vida y en la de su bebé si ella no quería. Y Rebecca no quería. Un gran bostezo hizo que le crujiera la mandíbula.
Él se quedó un momento más allí.
– ¿Ibas a decir algo? -le preguntó Rebecca, mientras se le cerraban los ojos sin que pudiera evitarlo-. Lo siento, pero he tenido un turno muy largo en el hospital y estoy muy cansada.
– Ya lo veo. Y yo tengo la solución a nuestro problema. Me gustaría que lo pensaras.
– Mmmm -dijo ella, mientras caía en un sueño ligero.
Las últimas palabras de Trent le entraron por los oídos y le salieron de nuevo antes de que pudieran causarle una pesadilla.
– Cuando tengas el bebé -dijo Trent-, si me concedes la custodia, te daré medio millón de dólares.
En su escritorio, Trent garabateaba en una libreta. Al darse cuenta, soltó el bolígrafo, disgustado. ¡Él nunca hacía garabatos distraídamente!
Eran las dos y media. Hacía más de cuarenta y dos horas que no había tenido noticias de Rebecca Holley. Él tenía mucha práctica en el arte de negociar y sabía que el próximo movimiento debía proceder de ella, pero aquella espera lo estaba volviendo completamente loco. No tuvo más remedio que admitir que no podía concentrarse en ninguna otra cosa. Se levantó de la silla y salió de su despacho.
Claudine alzó la vista desde su escritorio, que estaba a unos pasos de la puerta de Trent.
– ¿Habéis terminado con los informes del departamento?
Él le echó una mirada malvada, dando gracias al cielo por aquella distracción.
– ¿Otra vez? ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me hables en plural?
– Es el plural mayestático -respondió ella-. Porque eres una molestia real.
Él tuvo que contener la risotada para no darle la satisfacción a Claudine. Pasó por delante de ella sin mirarla.
– ¿Adónde vais, majestad?
– A Recursos Humanos. A recoger los formularios necesarios para despedirte.
– Sin mí, tú no podrías encontrar Recursos Humanos, y menos rellenar esos formularios.
– Arpía -le dijo él desde el pasillo.
– Autócrata.
Trent siguió andando y alzó la voz. Estaba decidido a decir la última palabra.
– Gruñona.
La respuesta de Claudine llegó a sus oídos igualmente.
– Oligarca.
Aquello hizo que Trent se detuviera. Volvió y asomó la cabeza por la puerta.
– ¿Oligarca? Ésa es buena. Ya lo creo, muy buena.
Claudine esbozó una sonrisa petulante.
– Claro que sí. Yo soy muy buena.
Él soltó un bufido y comenzó a moverse de nuevo.
– ¿Adónde vas, Trent?
Él suspiró.
– Cúbreme un rato, ¿de acuerdo, Claudine? Quizá esté fuera un par de horas.
Mientras bajaba hacia el aparcamiento, pensó que era hora de ir a ver a Rebecca Holley y decirle en términos claros y concisos lo que quería de ella.
Un poco después, Trent entraba en la habitación de juegos de la planta de pediatría. Rebecca estaba sentada en el suelo, con un bebé en el regazo y una niña algo mayor colgada del cuello. Se quedó observándola unos segundos desde la puerta, porque ella se estaba riendo, y su expresión feliz lo conmovió. Sin embargo, Rebecca alzó la vista y se extinguió la sonrisa de sus labios.
– ¡Oh!
– Rebecca -dijo él, a modo de saludo.
Ella se puso en pie con el bebé en brazos.
– Éste es Vince, uno de mis pacientes -le dijo Rebecca a Trent-. Y te presento a Merry -añadió, mirando a la niña con la que había estado jugando.
– Encantado de conocerte -le dijo Trent a la niña.
Merry saludó tímidamente con la mano.
– ¿Qué tal estás? -le preguntó entonces Trent a Rebecca.
– He comido mucho mejor estos días -le aseguró ella-, y también he descansado más-. Me gustaría disculparme por haberme dormido cuando estuviste en casa el otro día. Nunca me había ocurrido nada semejante.
– No pasa nada.
– Bueno, gracias -dijo ella, y después lo miró con extrañeza-. ¿Querías algo?
– Pues… sí. ¿Podríamos hablar un rato?
Ella parpadeó un par de veces.
– Oh… eh, claro. Pero tengo que quedarme en la sala de juegos. Le dije a mi amiga Janet que la sustituiría un rato. Tiene que haber una enfermera aquí durante todo el tiempo.