– Vaya, vaya, vaya -dijo una voz familiar-. Pero si es mi ex. Y con su espléndido aspecto habitual.
Rebecca se sintió humillada, pero no quiso que su ex marido se diera cuenta. Alzó la barbilla y lo miró con frialdad.
Él estaba muy elegante, vestido con unos pantalones de color beige y una camisa blanca almidonada con sus iniciales bordadas en el bolsillo. Llevaba la bata blanca de médico doblada en el brazo, y los dedos entrelazados con los de la mujer por la que había abandonado a Rebecca, Constance Blake.
Constance llevaba un traje de color claro y también estaba muy elegante. Y quizá sus joyas fueran también regalo del ex marido de Rebecca. Se había gastado en ella el dinero de la pensión de la que había conseguido librarse en el acuerdo de divorcio.
– Hola, Ray -le dijo ella.
Él odiaba que lo llamara así. Su nombre de pila era Rayburn, y lo prefería. Siempre había dicho que Ray era un tipo que se tiraba en el sofá de su casa a beber cerveza.
– ¿Va todo bien, Rebecca?
Al oír aquella nueva voz en la conversación, todo el mundo miró hacia Trent. Acababa de llegar con un cubo lleno de agua y una fregona.
Oh, no. Rebecca reprimió un gemido. Lo último que quería era que el padre de Eisenhower conociera a Ray. Aquello sólo conseguiría empeorar la idea que Trent hubiera podido hacerse de ella. ¿Qué tipo de mujer iba a casarse con semejante idiota?
Y, como si quisiera confirmar aquello, Ray abrió la boca.
– ¿Es tu nuevo novio, Becca? -dijo, y miró el cubo y la fregona con una sonrisa de desdén-. ¿Estás saliendo con el conserje?
Trent había estado reprendiéndose a sí mismo durante todo el camino hacia la taquilla de Eddie y durante toda la vuelta. Había estado pensado con el cerebro que tenía por debajo del cinturón en vez de pensar con el que tenía entre las orejas, y había estado bromeando y coqueteando como un adolescente con Rebecca. Sin embargo, ella no necesitaba aquello. Había dicho que no necesitaba ni quería nada de él.
Y él, verdaderamente, no necesitaba que su implicación casual se convirtiera en nada más estrecho.
Sin embargo, aquellos pensamientos se evaporaron cuando la vio hablando con un hombre y una mujer. A Trent no le gustó la expresión tirante del rostro de Rebecca, una expresión que se hizo aún más tensa cuando el otro hombre dijo algo que Trent no entendió. Algo acerca de un conserje.
Se acercó a ellos y se dirigió directamente a aquel tipo.
– ¿Disculpe? ¿Estaba hablando conmigo?
El tipo miró a Rebecca.
– Le estaba preguntando a Becca sobre su vida amorosa -respondió él, con una sonrisa desagradable.
– Mi vida amorosa no es asunto tuyo, Ray -dijo Rebecca. Miró a Trent y exhaló un suave suspiro-. Te presento a mi ex marido, Ray Holley, y a su amiga, Constance Blake. Constance, Ray, os presento a Trent Crosby.
– Doctor Rayburn Holley -dijo el hombre. Después, con aires de grandeza, miró el cubo y la fregona que portaba Trent-.Te daría la mano, pero entro a trabajar dentro de pocos minutos. Así que estás saliendo con mi pequeña Becca, ¿eh?
Aaah. Si Trent juntaba la vida amorosa y el comentario del conserje, vería claramente que el doctor Ray había estado intentando humillar a su ex mujer. Trent sonrió.
– Más o menos, Ray -respondió, y se volvió hacia la amiga del médico-. Hola, Constance. ¿Te dijo tu hermano que el otro día le di una buena paliza en la pista de tenis?
Si las sonrisas pudieran matar, la de Constance lo habría fulminado allí mismo. Él sonrió también.
– ¿Qué te pasa, Con? ¿Te duelen las muelas?
– No me pasa nada, Trent.
– Nada que no pueda solucionar una transfusión de sangre caliente -murmuró él al oído de Rebecca, y se sintió satisfecho al percibir un pequeño resoplido de risa contenida. Después alzó la voz de nuevo-. Lo siento. Pensé que quizá por eso tuvieras una cita con el doctor Ray.
– Soy dermatólogo, no dentista -dijo el médico, y miró a su compañera-. ¿Conoces a este hombre, Constance?
Ella le dio un suave codazo.
– Es Trent Crosby, Rayburn. De Crosby Systems.
El doctor Ray parpadeó de sorpresa. Después miró a Trent y a Rebecca.
– Vaya -dijo, sacudiendo la cabeza-. Vaya, vaya.
Rebecca se cruzó de brazos.
– Bueno, Ray, no te entretengas más. Estoy segura de que tus pacientes te necesitan más que nosotros.
– Entonces, ¿hay un «nosotros», Rebecca? ¿Trent Crosby y tú?
El ver a Rebecca avergonzada y ruborizada fue todo el estímulo que necesitó Trent para responder:
– ¿Qué otra cosa podría sacarme de la oficina un sábado por la mañana aparte de una mujer bella, Ray? -dijo, y después le rodeó los hombros con el brazo a Rebecca y le dio un ligero beso en los labios.
Con sólo aquel breve contacto, el calor estalló. Trent se apartó y miró a Rebecca a los ojos. Ella estaba igualmente asombrada. A él le costó desviar la vista de ella hacia el médico.
– Ah, y gracias, a propósito.
– ¿Por qué? -preguntó el otro hombre, que no estaba muy feliz.
– Por perderte a esta mujer, claro. Así he podido quedármela yo.
Trent mantuvo el brazo sobre los hombros de Rebecca hasta que el doctor engreído se marchó con su reina de hielo. Entonces, ella se encogió y se apartó de él.
– No tenías por qué hacerlo.
– ¿Qué? -preguntó él.
No podía evitar sonreírle a Rebecca, porque el doctor idiota estaba fuera de su vida y porque estaba preciosa con todo el algodón de azúcar por el pelo.
– Fingir delante de Ray.
Trent se encogió de hombros.
– Él estaba intentando humillarte.
– Lo sé -respondió ella, con un suspiro-. Lo sé, y no puedo evitar que me afecte. Después de pillarlo engañándome, fue como si él quisiera culparme por sus propios defectos.
– Los cónyuges son unos cerdos.
Ella se rió.
– Al menos, tú eres sincero. Ray no lo fue.
– Ni tampoco mi ex mujer.
– Supongo que eso significa que tenemos más en común de lo que nunca hubiera sospechado -respondió Rebecca.
– Sí. Esposos infieles y una actitud muy negativa hacia el amor.
– Y también está el embarazo -dijo Rebecca-. Y debo ser honesta en eso, Trent. Espero que entiendas que nunca, nunca cederé a mi hijo. Quiero que me concedas la custodia única.
Aunque Trent sabía de antemano lo que ella quería, casi se sintió enfadado al oírselo decir.
– ¿Te parezco tan mal tipo?
– No. Claro que no -respondió Rebecca, con las mejillas enrojecidas y los labios apretados.
Aquello hizo que Trent pensara en el beso. En el sorprendente calor que había sentido. Quizá fuera mejor que se distanciara para siempre de ella. Y del bebé.
¡Pero no podía hacerlo! Tuvo cientos de recuerdos en aquel momento. Mejillas regordetas, deditos, adoración de hermano pequeño… Pensó en su sobrino y en Robbie Logan. No podía perder a otro niño. No podía.
– Yo también tengo que ser sincero, Rebecca -le dijo él-. No puedo desaparecer.
Ella asintió como si Trent hubiera confirmado sus peores miedos.
– Entonces tendremos que pensar en otro plan.
Sí, otro plan. Trent pensó que podrían conseguirlo porque, pese a sus roces iniciales, se llevaban bien. Muy bien, de hecho. Se reían juntos y disfrutaban de la compañía del otro. Y habían disfrutado de un beso. Demonios, aquello era más de lo que habían conseguido sus padres en su matrimonio.
– Nuestro bebé debería tener una madre y un padre a tiempo completo -dijo.
Rebecca se encogió de hombros.
– Eso es lo ideal, pero no es imprescindible.
Trent pensó de nuevo en el matrimonio de sus padres. Habían llevado vidas separadas aunque vivieran en la misma casa. Habían tenido hijos, pero en una relación de animosidad. Pero, ¿y si hubieran conseguido llevarse bien? ¿Y si hubieran conseguido tener vidas separadas pero hubieran compartido el espacio doméstico y a sus hijos? Aquello podría haber funcionado.