En el porche de atrás brillaba una luz y había empezado a caer una lluvia fina que formaba una película delgada en los escalones. Rook pensó en volverse e irse a su casa. ¿Qué iba a hacer allí aparte de meterse en más honduras con una mujer a la que había conocido por todas las razones equivocadas?
Se abrió la puerta del porche y salió Mackenzie con el pelo recogido en una coleta alta, como si quisiera domarlo de una vez por todas en aquella humedad. Iba descalza, con pantalón corto y camiseta, y en conjunto parecía aún más pequeña de lo que era.
Echó atrás la cabeza y miró a su visitante.
– Podría haberte disparado y nadie me habría dicho nada. Estoy aquí, herida y sola en una casa aislada, y llegas tú en plan furtivo.
– ¿Te he asustado?
– No, pero por un segundo he pensado que podías ser un fantasma.
– Tú no crees en fantasmas.
– Quédate un par de noches aquí y creerás en ellos -ella se sonrojó y respiró hondo-. Quiero decir a solas. Quédate aquí un par de noches solo y luego me hablas de fantasmas.
– A Nate y su esposa no parecían importarles los fantasmas.
– A Sarah no. Y a Nate le costaría mucho creer que estaba en presencia de algún fantasma -Mackenzie se cruzó de brazos-. ¿Quieres entrar un momento?
Rook dio un paso hacia ella.
– No me quedaré mucho.
La siguió a la cocina. La pequeña mesa estaba llena de platos y distintos objetos, como si ella acabara de abrir una de las cajas amontonadas a lo largo de la pared. Se preguntó si tendría planes para la velada o si pensaba quedarse allí a solas con sus fantasmas.
– Mac, lo de esta tarde en casa de Harris…
– No hay mucho que decir, ¿verdad?
– Queremos encontrarlo.
– Entendido. Si supiera dónde está, te lo diría. Si tuviera alguna idea, te lo diría. Supongo que tampoco lo encontraste en New Hampshire -sacó una silla de debajo de la mesa y se dejó caer en ella-. Oficialmente no se le busca. ¿Te está ofreciendo información? Es tan arrastrado que seguro que sabe muchas cosas.
– No tenemos motivos para creer que tenga nada que ver con tu ataque.
– Me alegra oírlo -ella suspiró-. ¡Maldita sea, Rook! ¿Qué está pasando?
Él vio un rollo de cinta de embalar en el suelo, lo tomó y lo echó en una caja vacía apoyada contra la pared, al lado de las llenas.
– Anoche en casa de la jueza, tú le ocultabas algo. Ella lo sabía, pero no quiso presionarte delante de mí.
– Los del FBI leéis la mente.
– Si es algo que yo deba saber, dímelo. Éste puede ser un buen momento.
Mackenzie se levantó de un salto, pero soltó un gemido y se llevó una mano al costado.
– Vale, todavía no puedo hacer movimientos bruscos para esquivar a agentes del FBI. Dame un par de días más.
– Mac…
– Lo que no le dije anoche a Beanie es personal.
– ¿Estás segura?
– Cal vino aquí y me preguntó por Harris antes de que saliera para New Hampshire. ¿Esos dos han montado algo que haya atraído la atención del FBI?
– Mac -suspiró Rook-. No debería haber venido.
Se hizo un silencio incómodo.
Ella echó a andar hacia la puerta, posiblemente para abrirla para él, pero Rook le tocó el brazo y sintió la misma atracción que había sentido la primera vez que se vieron, cuando la invitó a salir. Le puso la mano bajo la barbilla y le acarició el labio inferior con el pulgar.
– Mac -suspiró de nuevo, moviendo la cabeza-. ¡Maldita sea! No pensaba volver a besarte.
Ella no se resistió ni le dijo que se largara, sino que le devolvió el beso. Rook podía sentir su fogosidad, la chispa de deseo en ella. De no haber sido por el costado vendado, la habría abrazado y dejado que sintiera su reacción al beso.
– Me estás complicando la vida -musitó ella, y volvió a besarlo.
– No se puede decir que tú simplifiques la mía.
Ella se apartó y lo miró a los ojos.
– No me gusta exponerme a que me hagan daño.
Él sonrió.
– Eso no te ha dolido, ¿verdad?
Mackenzie le abrió la puerta. Fuera llovía con suavidad, sin viento, truenos ni relámpagos. No había llegado un frente que acabara con el calor y la humedad. La luz del porche iluminó el rostro de ella y resaltó sus oscuras ojeras. Sólo hacía cinco días que Mackenzie había tenido que luchar por su vida y Rook pensó que no era tiempo suficiente para que nadie esperara que hubiera vuelto a la normalidad, y menos con su atacante todavía suelto.
Pasó a su lado y salió al porche.
Ella permaneció en el umbral.
– He conocido a Beanie Peacham toda mi vida. No confío en muchas personas, pero en ella sí.
– ¿Qué harías por ella? -preguntó Rook.
– Nunca me ha pedido que haga nada.
– Puede que sepa que no tiene que pedírtelo.
Esperaba una reacción acalorada, pero Mackenzie no mordió el anzuelo.
– ¿Quieres decir porque yo anticipo sus deseos? Ése no es el caso. Sencillamente no lo es.
– De acuerdo.
– A ti no te cae bien.
Rook la miró. Odiaba dejarla sola, ¿pero qué otra cosa podía hacer? Cuando Harris Mayer se la había señalado en el hotel la semana anterior, había confiado en que no le resultara difícil alejarse de ella. Pero se había equivocado y desde que le dejara el mensaje en el buzón de voz cancelando la cena, sólo había conseguido sentirse aún más atraído por ella.
Y sin embargo, sabía que no debía subestimar a esa mujer; ni confundir con vulnerabilidad la herida del costado ni su respuesta a él.
– Creo que la jueza Peacham te mira y ve a una niña de once años traumatizada y llena de culpa por el accidente de tu padre -repuso-. Y quizá a la intelectual que esperaba que llegarías a ser. ¿Aprobaba ella tu cambio de profesión?
– No lo aprobaba nadie. Beanie no está sola en eso.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué me hice marshal? -Mackenzie sonrió tan de repente que Rook sintió como un puñetazo en el estómago-. Porque no quería hacer la tesis.
– ¿Tus alumnos siempre se ríen de tus bromas?
– Siempre. Los agentes de la ley no tanto -ella se puso seria-. Quería capturar a los malos y ayudar a que la gente se sienta segura, eso es todo. Por eso presenté mi solicitud.
– Es una razón tan válida como la que más.
– ¿Por qué entraste tú en el FBI?
Él se encogió de hombros.
– Nunca se me ocurrió hacer ninguna otra cosa. Mac…
– No puedo hacer el amor con estos malditos puntos -repuso ella con rapidez-. Así que dame las buenas noches.
Rook no se movió.
– Mac, hacer el amor contigo no es un asunto inacabado que tenga que finalizar antes de seguir adelante. No soy tan villano -se acercó a ella-. Podemos ir un poco más lejos a pesar de los puntos. No te haré daño.
– ¿Qué? -dijo ella.
Pero le tomó la mano y retrocedió a la cocina, donde llevó la mano de él a su pecho y lo miró a los ojos.
– ¿Cómo pude pensar que podía alejarme de ti? -preguntó Rook.
Ella sonrió.
– No pienses en eso ahora.
Él le levantó la camisa, desabrochó el sujetador y pasó las yemas de los dedos por los pezones endurecidos y la piel suave entre los pechos. Sus sentidos estaban inundados por el olor de ella. Mackenzie le puso la mano en el pelo y gimió con suavidad mientras él la acariciaba, le sacaba la camiseta y el sujetador por la cabeza y los tiraba al suelo.
– Rook -susurró ella-. Andrew…
Él miró la curva de los pechos, el estómago plano y las caderas. La deseaba mucho.
– Mac.
Su voz sonaba estrangulada y la estrechó en sus brazos, evitando la herida. La piel de ella estaba fresca y cremosa bajo su contacto. Todo en ella lo excitaba, lo absorbía. Le besó el cuello y bajó más, inmerso en su aroma, en su sabor, mientras exploraba con la lengua y los dientes y le provocaba suaves gemidos de placer. La sintió vacilar levemente, pero los dos siguieron de pie.