Mackenzie era licenciada en Ciencias Políticas y seguramente conocería la historia de muchos de los lugares poco conocidos de Washington.
Se apartó de la ventana. Hasta el momento, la investigación sobre la muerte trágica de la ayudante del congreso no parecía llevar a la policía hasta Cal Benton. Su rubia y él habían sido cautelosos, aunque no tanto que él no los hubiera fotografiado.
Pero la búsqueda de Harris se intensificaba. Jesse estaba seguro de haber ganado tiempo para presionar a Cal, ¿pero era tiempo suficiente? No podía presionar demasiado y correr el peligro de que Cal prefiriera arriesgarse con el FBI, acudir a ellos con su póliza de seguros y hacer un trato… entregar a Jesse a cambio de quedar él libre de cárcel.
Era un acto de equilibrio delicado.
Jesse no tenía que ser paciente, pero tenía que ser decidido.
Bajó al garaje del edificio y entró en su BMW alquilado. El coche de Cal estaba aparcado al final de la fila. Perfecto. Habría visto ya que alguien había entrado en su casa.
Y no habría llamado a la policía porque no se habría atrevido.
Jesse condujo hasta Arlington y la casa histórica donde se hospedaba Mackenzie. Había pasado antes por allí y visto a una mujer de cabello color miel conferenciando con dos contratistas en furgonetas separadas. Sarah Dunnemore Winter, sin duda. Jesse había investigado a fondo.
Le gustaba la idea de que tanto Mackenzie como él tuvieran residencias temporales. No sólo porque era algo en común entre ellos, sino también porque significaba que el futuro de ella era todavía incierto.
¿Y si la guapa marshal y él estaban destinados a estar juntos?
¿Y si no la había matado por eso? ¿No porque supiera luchar y hubiera tenido suerte sino porque su subconsciente hubiera minado sus planes? ¿Porque había sabido a cierto nivel que tenía que dejarla con vida?
El coche de ella no estaba en el camino. Pensó entrar en la casa y esperar su regreso, pero eso era demasiado impulsivo y muy peligroso. Si se equivocaba y Mackenzie estaba dentro, acabaría con él. Estaba alerta e iba armada. No podría escapar una segunda vez.
El sistema de seguridad de la casa era bastante pobre y no contaba con cámaras de vigilancia. Para Jesse era muy sencillo aparcar a la sombra y salir del coche. Tomó un cuchillo igual al que había usado en New Hampshire, cortó una gruesa hortensia rosa y la colocó en la puerta.
– De un amigo -dijo-. De alguien que te conoce mejor de lo que te conoces tú.
Para estar seguro de que ella supiera que era suya, dejó el cuchillo de asalto al lado de la hortensia.
Veintiuno
La lista de amigos de J. Harris Mayer no era tan larga como en otro tiempo, pero hablar con la mitad de ellos había ocupado todo el día de Rook y de T.J., que tenían poco que mostrar por sus esfuerzos. La gente se asustaba más de encontrar al FBI en su puerta preguntando por el antiguo juez caído en desgracia que por la ausencia de éste. Según los que lo conocían bien, su desaparición desde la semana anterior no era algo raro en él. Estaba divorciado desde hacía tiempo y sus hijos eran mayores. ¿Qué le iba a impedir largarse a la playa?
¿O a New Hampshire? Rook y T.J. estaban en un atasco en Beltway, un modo perfecto de acabar aquel día. T.J. conducía y se mostraba igual de frustrado que su compañero.
Cuando sonó el móvil, Rook sintió el impulso de tirarlo por la ventanilla. No quería hablar con nadie.
Miró la pantallita. Era Mackenzie.
Decidió no tirar el teléfono.
– Hola, agente.
– Rook -dijo ella-. Andrew. ¿Alguien te llama Andrew? Tienes hermanos y también son Rook. Debe de ser confuso en las reuniones de familia.
– ¿Mac?
– No tienes sentido del humor, Rook. No tienes…
– ¿Qué ocurre?
– Estoy en mi casa -ella carraspeó-. Alguien me ha dejado un regalo. Una hortensia rosa y un cuchillo de asalto. Bonito, ¿eh?
– Vamos para allá -miró a T.J.
– He llamado a la policía -dijo ella-. ¡Maldita sea! ¿Qué me pasa? Yo conozco a ese hombre, Andrew, lo sé. Pero no puedo recordar de qué. Y ahora está aquí y atacará a alguien más si no lo encontramos pronto -respiró con fuerza-. Vale. Ven aquí. Yo…
– Tú te escondes y esperas.
– Vale. Eso es lo que iba a decir -ella no parecía ofendida-. Gracias.
– No cuelgues. Hablaré contigo hasta que llegue la policía.
– ¿Estás muy lejos?
– Quince minutos. ¿Dónde estás tú?
– Detrás de la puerta del coche. No dentro del vehículo -ya parecía más ella misma-. Si salta sobre mí desde los arbustos, esta vez lo capturaré. Pero no está aquí. Es un arrastrado escurridizo que intenta ponerme nerviosa. Ha dejado su regalo y se ha largado.
– Le gustan los cuchillos, ¿eh?
– Eso parece. Bueno, ¿cómo te llama T.J., Andrew o Rook?
Rook no se dejó engañar por sus palabras. La flor y el cuchillo la habían alterado.
– A veces Andrew y a veces Rook.
– Mi atacante lunático está relacionado con tu caso -dijo Mac-. No es coincidencia que aparecierais los dos en casa de Beanie al mismo tiempo -hizo una pausa-. Creo que tienes que hablar conmigo. Contarme lo que haces.
– Harris no nos ha dicho nada definitivo, Mac -Rook oyó sirenas de policía en el lado de ella. No le gustaba tener que colgar, pero no había más remedio-. Tienes que irte, lo sé. Llegaremos pronto.
– Es una hortensia rosa -dijo ella-. Juro que no volveré a usar nada rosa.
Colgó el teléfono y Rook aflojó la presión en el suyo. Contó a T.J. lo que ocurría y su compañero pisó el acelerador.
Cuando llegaron a la casa de Arlington, había un coche patrulla allí. Rook y T.J. mostraron su placa y subieron al porche, donde Mackenzie hablaba con un agente.
– Cuando le mandes flores -dijo T.J. a Rook en voz baja-, no le envíes ninguna rosa. Ni cuchillos. Los bombones siempre son una buena opción.
Rook lanzó una maldición.
– La hortensia estaba aquí en el jardín. Ese hijo de perra ha entrado aquí, cortado la maldita flor… -volvió a jurar-. Es osado.
– Voy a hablar con los vecinos a ver si averiguo algo -se ofreció T.J.
Rook vio que Mackenzie se había separado del agente y se dirigía hacia ellos.
– No hace falta que te vayas -dijo.
– Sí la hace.
T.J. guiñó un ojo a Mackenzie y se alejó. Ella se detuvo delante de Rook con el pelo suelto y los rizos colgando sobre su rostro.
– Juro que me habría parecido menos macabro que me dejara la cabeza de una ardilla o algo así. ¿Una flor y un cuchillo? -se apartó el pelo con ambas manos y él vio que tenía sudor en la frente-. Intento mantener una mente abierta porque, en realidad, puede haber sido cualquiera. El ataque ha salido en la prensa…
– No ha sido cualquiera.
– No. Probablemente no. ¡Ojalá hubiera estado aquí y lo hubiera visto otra vez!
– ¿Dónde estabas?
– Buscando casa con Juliet Longstreet y Ethan Brooker.
Rook los conocía.
– ¿Cuánto tiempo habéis estado?
– Dos horas. Él ha debido… No sé. Mi coche no estaba aquí. No buscaba un enfrentamiento, sólo quería que supiera que ha estado aquí -miró hacia el porche-. Me gustaría saber qué dicen de esto vuestros psicólogos del FBI.
– Es un sociópata osado y calculador que se está volviendo imprudente -especuló Rook-. ¿Este incidente te ayuda a recordarlo?
– No. Pero nos conocemos. Simplemente no sé de qué.
Rook le tocó los dedos, un gesto sutil que no notarían los demás agentes presentes.
– ¿Estás bien?
– Frustrada -ella sonrió de pronto-. A lo mejor han sido mis fantasmas.
Joe Delvecchio paró en el camino de entrada, seguido por Nate Winter y su esposa, una mujer muy hermosa visiblemente embarazada.