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Rook se hizo a un lado y dejó que Mackenzie hablara con ellos. T.J. se reunió con él moviendo la cabeza.

– Quiero a ese hijo de perra -dijo.

– Ponte a la cola.

Nate se acercó a Rook.

– A mí no me pasó nada de esto en mi primer año de trabajo -dijo-. ¿Te ha llamado ella?

Rook asintió.

– Mi tío y yo fuimos los primeros en llegar hasta su padre cuando se cortó con la sierra. Ella se había quedado con él. Tenía tanta sangre que al principio pensamos que también estaba herida. Creímos que Kevin había muerto. Gus encontró pulso y luego temimos que no viviría hasta que llegara la ambulancia. Es un gran tipo, fuerte y honrado. Su esposa Molly también. Él luchó mucho por recuperarse y todos estaban pendientes de él.

– Y Mackenzie se volvió un poco salvaje.

– Ella dice que ha evitado la sangre y el gore desde entonces. Pensé que eso la echaría de la Academia, si no lo hacía su rebeldía ante la autoridad. No se deja intimidar fácilmente, por si no te has dado cuenta.

– Me la he dado.

– No les ha dicho a sus padres lo del ataque. Están en Irlanda y no quería preocuparlos. No está acostumbrada a estar en ese lado de las cosas.

– ¿Por qué me cuentas esto?

Nate miró a su esposa y Mackenzie, que charlaban juntas.

– Si Mackenzie supiera dónde está Harris Mayer, te lo diría. Si la jueza Peacham lo supiera, no se lo diría necesariamente a Mackenzie. Ni a ti.

– Yo no desconfío de Mackenzie, si es eso lo que preguntas.

– No pregunto nada -Nate se despidió con una inclinación de cabeza-. Tengo que irme.

Cuando se hubo alejado, T.J. soltó un silbido bajo.

– Creo que ese tipo es más duro aún que tú, Rook.

– ¿Quieres traducirme lo que acaba de decir?

– Ha dicho que, si le partes el corazón a Mackenzie, no lo olvidará.

Rook hizo una mueca.

– Eres idiota, T.J.

Éste sonrió.

– Me quedaré por si necesitas que te lleve a casa.

– Lo necesito -musitó Rook.

Unos minutos después, con la mayoría de agentes de la ley ya fuera de allí, T.J. bostezó aparatosamente.

– Mi estómago pide una pizza que lleve de todo menos anchoas. Las anchoas y el pepperoni no se mezclan bien.

Rook suspiró.

– Dos minutos.

Se acercó al porche, donde Mackenzie discutía con un agente joven de uniforme para intentar convencerlo de que no necesitaba que un coche patrullara vigilara periódicamente la casa durante la noche. Él no se dejó convencer y adujo que estaban protegiendo la propiedad, no a ella. La joven acabó por ceder, probablemente porque era el único modo de librarse de él. El agente se retiró victorioso.

– El chico tiene futuro si puede enfrentarse a una marshal -dijo Rook.

Mackenzie lo miró con cara de pocos amigos.

– Todos están asustados por la hortensia.

– Todos estaríamos más tranquilos si no pasaras la noche aquí.

– Nate y Sarah me han ofrecido su cuarto de invitados, pero he rehusado. Ya es bastante malo que Sarah tenga que preocuparse de esta casa con un niño en camino y conmigo atrayendo problemas. No necesita que además me quede en su casa.

– Ven a la mía. T.J. tiene hambre. Mi sobrino estará allá y siempre tiene hambre. Vamos a pedir pizza. Y puedes quedarte en el dormitorio de arriba tú sólita.

Ella lo miró vacilante.

– Considéralo de este modo -insistió Rook-. O me quedo yo aquí o te quedas tú en mi casa. Y si no soy yo, sabes que será Nate, ¿y por qué vas a querer eso? Tiene una casa nueva y una esposa embarazada -sonrió-. Y no es tan guapo como yo.

– No sé, Rook. Nate es bastante guapo. Y también está T.J. Es tan guapo que seguro que rompe muchos corazones -ella se puso seria-. De verdad, no es necesario que te quedes…

– Pues ve a por tu cepillo de dientes, porque no te pienso dejar aquí sola.

Ella se pasó ambas manos por el pelo y luego las dejó caer.

– Está bien. Dame dos minutos.

– Tómate todo el tiempo que necesites.

– Y me llevo mi coche -dijo ella-. No pienso permitir que el jefe Delvecchio me pille mañana llegando al trabajo con un agente del FBI.

– De acuerdo. Enviaré a T.J. delante a pedir las pizzas e iré contigo.

– Bien, pero conduzco yo.

Aquella mujer era implacable, pero cuando Rook la observó entrar en la casa, notó cierta vacilación en su paso. Esa noche estaba afectada. Y por lo que había visto, la hortensia y el cuchillo habían afectado también a los investigadores.

Cuando llegaron a casa de Rook, Mackenzie tomó su mochila antes de que lo hiciera él, se la echó al hombro y lo siguió hasta la puerta. En el coche había hablado poco y él no sabía si estaba más preocupada por lo que había encontrado en la puerta de su casa o por la idea de pasar la noche en casa de él.

Brian abrió la puerta.

– Estáis aquí -se pasó una mano por el pelo-. Ahora te iba a llamar. Ha venido un hombre a buscarte.

Rook entró en la casa y miró a su sobrino con el ceño fruncido.

– ¿Un hombre? ¿Quién?

– No lo sé. Le he preguntado el nombre pero no me lo ha dicho. Ha dicho que te dijera que sentía no haberte visto.

Mackenzie entró en la casa y dejó la mochila en el suelo al pie de las escaleras.

– ¿Puedes describirlo? -preguntó Rook.

– Cincuenta y tantos años, pelo gris, bien vestido -Brian se encogió de hombros y miró a Mackenzie con una mezcla de indiferencia y curiosidad que sólo un chico de diecinueve años podría conseguir.

– ¿Qué más?

– Muy rubio.

– Cal Benton -dijo Mackenzie.

Brian no reconoció el nombre.

– ¿Qué pasa? ¿Es algo federal? ¿Ese hombre está buscado?

– Espera un segundo, Brian -intervino Rook-. Mac…

Pero ella estaba ya en la puerta y él la siguió, sorprendido de su rapidez. La joven se volvió hacia él.

– Puedo avanzar más sola. Yo no trabajo en un caso.

– T.J. llegará en un minuto. Él se quedará con Brian. Iremos juntos.

– Yo soy amiga de esas personas -ella subió a su coche.

– Eres amiga de la jueza Peacham. Cal Benton…

– No tardaré mucho -ella le sonrió-. Guárdame pizza.

Cuando retrocedía por el camino de entrada, Brian salió de la casa y se puso al lado de su tío.

– Puedes salir detrás de ella. Yo estaré bien aquí.

Rook negó con la cabeza.

– Esperaré a T.J.

– Podemos llamar a papá y hacer que la intercepte.

Rook sonrió.

– Mac sabe lo que hace.

– O eso esperas -repuso su sobrino.

– Sí, eso espero. Ven. Vamos a entrar y me cuentas todo lo que te ha dicho ese hombre.

– Lo he anotado.

– ¿En serio? -Rook le dio una palmada en el hombro-. Muy bien.

Veintidós

Mackenzie sintió el impulso de salir del camino de entrada de Bernadette dos segundos después de haber llegado. Pero había luz en la casa, lo que sugería que la persona que estuviera allí, Bernadette o Cal o los dos, no se había acostado aún.

Cuando subió los escalones de la puerta lateral, ésta se había abierto ya. Bernadette la esperaba descalza y ataviada con una túnica negra.

– Podemos hablar arriba. Estoy haciendo las maletas para New Hampshire, me voy por la mañana -se volvió bruscamente y miró a Mackenzie-. Puedes subir escaleras, ¿verdad?

– Sí. ¿Cal está aquí?

– No.

Bernadette se alejó por el pasillo y Mackenzie cerró la puerta tras de sí y la siguió. Subió hasta el segundo piso recordando cómo le gustaba antes visitar a Bernadette en Washington, sobre todo antes de su matrimonio con Cal. Ella había intentado mantenerse neutral con él, aunque ninguno de los demás amigos de Bernadette se había molestado en hacerlo. Y desde luego, nadie en Cold Ridge, donde no era apreciado. Pero todos querían que Bernadette fuera feliz y si Cal la hacía feliz, ¿quiénes eran ellos para criticarla?