– Ha hecho muchos años ese camino.
Él bajó la vista.
– Sí, es cierto. Mackenzie, voy a ser sincero -la miró muy serio-. No tengo intención de contarle a Bernadette lo que viste este verano. Y si tú no estuvieras en Washington y la vieras de un modo regular, tampoco pensarías en decírselo.
– Eso no es cierto.
– No es tanto que creas que necesita saberlo como que no te gusta ocultarle algo. Te preocupa lo que pensará de ti si se entera de que lo sabías y no se lo has dicho.
Mackenzie no se dejó convencer.
– El ataque del lago lo cambia todo. Ocurrió en la propiedad de Beanie y eso la coloca bajo el escrutinio de la policía, el FBI y los periodistas. La gente examinará su vida en busca de vinculaciones con ese hombre. Cuanto más tiempo tarden en encontrarlo, más probable es que examinen a conciencia su vida en el lago.
– Eso significa que la mía también -musitó Cal-. No había pensado en eso.
– Cal, no puede enterarse de tu aventura con esa morena por la policía o los periodistas. Tiene que saberlo por ti.
– ¿Tú me viste con la mujer morena?
– Sí, morena de pelo hasta los hombros. Yo estaba en una canoa y vosotros dos en el porche. No hace falta que… -se interrumpió e hizo una mueca-. ¡Oh, demonios! Ella no fue la única. Ha habido otras mujeres.
Él respiró hondo por la nariz.
– No tienes derecho a juzgarme.
– Sólo establezco los hechos.
– Normalmente no soy promiscuo -dijo él-. El divorcio me afectó más de lo que pensaba. Supongo que me precipité, pero no soy el primer hombre que cede a… -se interrumpió.
Ella deseó que volviera la araña y se arrastrara por el pie de Cal.
– Me gustaría no haberos visto. Si crees que tus aventuras se van a saber, ¿por qué no se lo dices a Beanie?
– Lo haré. En este momento, ésa no es mi mayor preocupación -él carraspeó, metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un papel doblado. Lo abrió con cuidado y se lo mostró. Era el boceto policial del hombre que la había atacado una semana atrás-. ¿Es un buen parecido?
– Excepto por los ojos -dijo ella-. Es difícil captar lo vacíos y tétricos que eran. ¿Por qué? ¿Lo reconoces?
El dobló de nuevo el papel.
– No sé -pareció recuperar algo de su arrogancia innata-. La primera vez que vi el dibujo la semana pasada no me dijo nada. Pero no dejo de pensar en ello.
– ¿En qué?
Cal se encogió de hombros.
– No sé. No consigo aclararme -le pasó el dibujo-. ¿Crees que es una de las personas a las que ayudó Bernadette?
Mackenzie tomó el papel, pero no lo desdobló.
– No tengo ni idea.
– ¿Todavía no has podido recordar dónde lo has visto antes?
– No.
– Extraño, ¿verdad? -Cal no esperó respuesta-. Llamaré a los inspectores de New Hampshire y les diré que a mí también me resulta familiar. Quizá eso ayude o quizá no.
– Yo les diré también que hemos hablado.
Él la miró con frialdad.
– Claro que, si Bernadette ayudó a ese hombre, probablemente fue antes de que yo estuviera en su vida. Ahora se ha vuelto más circunspecta. No dejo de decirle que no necesita involucrarse directamente. Puede donar dinero a organizaciones y prestar su credibilidad a buenas causas -sacó un pañuelo doblado del bolsillo y se secó el sudor del labio superior-. Como hizo con la recaudación de fondos para Literatura de la semana pasada.
Mackenzie intentó no mostrar lo irritante y condescendiente que lo encontraba.
– Beanie es una persona generosa.
– Es raro en una persona que mira tanto el dinero, ¿no crees?
– Yo creo que tiene mucho sentido. La caridad no es siempre cuestión de dinero.
– Eso es porque tú también eres de Cold Ridge. Allí pensáis todos igual -miró su reloj-. Tengo que irme.
– Cal…
– Gracias por venir.
– ¿Me has hecho venir sólo para decirme que no le ibas a contar la verdad a Beanie?
Él no contestó, sino que echó a andar hacia el túnel de cristal. Mackenzie se colocó en la sombra del sauce y pensó si debía seguirlo e intentar arrancarle respuestas. Por qué había pasado por casa de Rook la noche anterior y qué sabía del paradero de Harris Mayer.
Pero oyó pasos a sus espaldas y al volverse vio a Rook y T.J. con sus trajes del FBI. Se dejó caer en un banco de piedra.
– Hola -dijo, estirando las piernas-. Si buscáis a Cal Benton, se ha ido por ahí -señaló el pasadizo-. Lleva un minuto de ventaja. Creo que os ha visto porque sosteníamos una agradable conversación sobre cachorros de tres patas cuando…
– Voy yo -T.J. se alejó deprisa.
Rook se sentó al lado de Mackenzie en el banco.
– Pareces acalorada.
– Tengo calor. Cal ha monopolizado la sombra.
– ¿Te han quitado los puntos?
– Sí. Dentro de nada podré correr, saltar y disparar sin dolor -miró el cielo-. Cal intenta manipularme y no sé por qué.
– Para salvar el pellejo, probablemente.
– Creo que le gusta -miró a Rook, que no parecía sudar en absoluto-. ¿El portero os ha dicho que estábamos aquí?
– Deberías haber visto la cara de T.J. cuando nos ha hablado de una pelirroja.
– Me ha llamado Cal, no he venido por mi cuenta. ¿Por qué habéis venido vosotros?
– Por lo de anoche. Es hora de sacarle respuestas a Benton -Rook se recostó en el banco-. Si esta mañana no te hubieras escabullido cuando estaba en la ducha, te habría dicho que pensaba venir.
Mackenzie se encogió de hombros.
– No tienes los donuts que me gustan -señaló la hierba-. Ahí hay arañas. Una muy grande. Claro que, como tú eres de la zona, seguro que estás acostumbrado a ellas.
– Mac…
– Cal quería hablarme de un asunto privado.
– ¿Qué asunto privado?
Ella le habló de la aventura del lago y su conclusión de que había habido más incidentes. Rook la escuchó sin interrumpirla.
– Es un comportamiento sórdido pero no es ilegal -comentó cuando hubo terminado-. ¿Reconociste a la mujer con la que estaba?
– No.
– ¿Cuánto hace que Cal sabe que los viste?
– Desde que llegué a Washington, dos semanas después de haberlos visto. Pensé fingir que no había visto nada, pero no pude. No me fiaba de que no siguiera haciéndolo y pensé que, si sabía que lo habían pillado, no lo repetiría.
Rook no contestó inmediatamente.
– ¿Qué? -preguntó ella.
– ¿Seguro que no te sentiste traicionada tú? Te criaste en ese lago y la jueza ha sido una figura importante en tu vida.
– Pues claro que me sentí traicionada. ¿Y qué? -pero cambió de tema, pues no quería hablar de su infancia en el lago. Desdobló el dibujo-. Cal ahora piensa que nuestro hombre le resulta familiar.
– ¿Tú lo crees?
Mackenzie se encogió de hombros.
– No sé. Puede ser otra manipulación, pero no tiene sentido que mienta. Aunque tampoco tiene sentido que lleve a una mujer a la casa de Beanie.
– ¿Por qué no? Es un lugar aislado. Tus padres están en Irlanda. Casi todos los demás que hubiera allí serían turistas. Y si te gusta la idea de ponerle los cuernos a la que pronto será tu ex mujer…
– Es un modo horrible de pensar.
– ¿Quién más puede conocer las aventuras de Cal? -preguntó Rook.
– Gus, quizá. Cuida de la propiedad cuando no está Beanie. Pero yo no he dicho nada a nadie excepto a Cal, y ahora a ti.
T.J. volvió con paso tranquilo.
– Se ha largado. Podemos probar en su despacho.
– No iba vestido para el trabajo -dijo Mackenzie-. Claro que es viernes. Supongo que puede pasar por allí. No me ha dicho adonde iba.
– Esperaré en el vestíbulo, donde hay aire acondicionado y protección si hay un tornado -dijo T.J.
Rook no se movió. Mackenzie lo miró.