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Gus se encogió de hombros.

– A mí no tenía que caerme bien. No fui yo el que se casó con él.

– Tú no aprobaste…

– ¿Y tenía que hacerlo? -él no levantó la voz-. Ahora ya está fuera de tu vida. Quizá sea hora de que dejes de cuidar de él.

Bernadette agarró a Gus por el brazo justo encima del codo y apretó con fuerza.

– ¿Qué es lo que no me dices?

– Beanie…

– Nos conocemos desde niños -dijo ella-. Yo estaba aquí cuando te fuiste a Vietnam y cuando murieron Harry y Jill. No soy una extraña. Te conozco -le soltó el brazo-. Si tienes que decirme algo, hazlo.

Él miró el lago.

– Cal trajo mujeres a la casa -dijo sin preámbulos.

– ¿Aquí?

– Sí -él la miró a los ojos-. Aquí.

Bernadette no pudo sostenerle la mirada.

– ¿Cuándo? ¿Cuánto tiempo?

– No lo sé. Yo lo noté por primera vez hace ocho meses. Era evidente que lo vuestro no funcionaría.

Ella se sonrojó de vergüenza y de rabia.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Porque no quería interponerme entre vosotros.

– ¿Por qué me lo dices ahora?

– Porque no me gusta lo que está pasando por aquí y he pensado que ya es hora de sacarlo todo a la luz. No importa que no tenga nada que ver con la muerte de Harris o con el ataque a esa senderista.

– Las dos fueron apuñaladas -dijo Bernadette, casi para sí-. Como Harris.

– Yo no digo que Cal haya tenido nada que ver con los ataques.

Ella asintió, ya más controlada. Por supuesto que Cal había tenido mujeres, sobre todo en el último año. Y por supuesto que las había llevado allí, al lago.

– ¿Mackenzie sabe lo de las mujeres de Cal?

Gus se rascó la mejilla.

– Lo sorprendió justo antes de marcharse a Washington. No sabía qué hacer. Le pasaba lo mismo que a mí.

Bernadette se puso rígida.

– Me han puesto en ridículo.

Gus suspiró.

– Nadie quería verte sufrir.

– ¿Y crees que el silencio iba a cambiar los hechos? Cal trajo mujeres aquí, al lugar donde sabía que más me dolería -se cruzó de brazos y miró el agua-. Bueno, ya ves por qué no podía funcionar lo nuestro. Y no me digas que ya me lo advertiste.

– No he dicho nada.

– No hace falta. Te conozco -el aire le echó el pelo sobre la cara y ella lo apartó-. He llegado sana y salva y tú me has dado la noticia. Ya puedes irte.

Él salió del muelle.

– Voy a buscar mis cosas y esta noche dormiré en el sofá.

– No lo harás.

Él no le hizo caso.

– Volveré dentro de una hora.

Bernadette no podía concentrarse lo suficiente para pensar un argumento en contra y, cuando fue capaz de hablar, él estaba ya en la camioneta.

La jueza tomó una piedra y la lanzó al lago con rabia. Hacía tiempo que no amaba a Cal, pero no podía creer que él quisiera que sus aventuras se hicieran públicas. Llevaba semanas tenso y preocupado y ella lo había achacado al divorcio y al estrés de la mudanza.

– ¡Qué estúpida! -exclamó en voz alta.

¿Cómo podía haber sido tan ingenua? ¿Tan ciega?

El asesinato de Harris los situaría a Cal y a ella más todavía bajo el escrutinio de la policía, la prensa, sus colegas y el público. Habría una investigación y, con suerte, un arresto, un juicio y una condena. Todo sórdido y horrible.

El viento era ahora fuerte y Bernadette necesitaba un jersey, pero siguió donde estaba, repasando las decisiones que había tomado en sus cincuenta y siete años y que la habían llevado hasta ese punto.

Oyó un coche en el camino y al alzar la vista, reconoció a dos agentes del FBI de la zona que supuso habían ido a hablar de Harris y de la pensión.

¿De Cal también?

Pero ella no había hecho nada y no tenía nada que ocultar, así que salió al encuentro de los dos hombres.

– Supongo que están aquí por el asesinato del juez Mayer. Acabo de enterarme. Vengan a la casa, por favor.

Los guió hasta la sala de estar y empezó a responder a sus preguntas.

Veintisiete

Mackenzie cruzó el césped de la casa histórica en la que llevaba viviendo casi dos meses, con el olor a hortensias y a hierba mojada mezclándose en la brisa y el atardecer resplandeciendo entre los árboles. Después de horas de responder preguntas y escribir su informe sobre los sucesos del día, había ido allí a ducharse y cambiarse de ropa.

Pero cuando llegó, el coche de Nate estaba ante la casa. Caminaron por el jardín y ella se lo contó todo.

– Al fin he llamado a mis padres a Irlanda y les he dicho lo que pasa -dijo cuando se acercaban a la parte trasera de la propiedad-. No me apetecía nada. ¡Lo estaban pasando tan bien!

– ¿Tu madre está descubriendo sus raíces irlandesas?

– Dice que no hay nada como la mantequilla irlandesa. Y si alguien merece disfrutar de la vida, es ella. No sé si tengo derecho a preocuparla con esto. Si me hubiera quedado en la universidad…

– Te habrían matado la semana pasada y Harris estaría muerto igual.

Mackenzie se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

– He pedido a mis padres que busquen un cibercafé y miren el dibujo. Quizá vieran a ese hombre en el lago o por el pueblo antes de marcharse a Irlanda.

– La pareja que intercambió la casa con ellos no lo reconoció.

– Puede que estuviera aquí antes de que llegaran ellos.

Los dos guardaron silencio un momento.

– Puede que mataran a Harris antes de tu ataque -dijo Nate-. Si su asesino es el mismo hombre…

– ¿No seré responsable por haberlo dejado escapar? -gruñó Mackenzie-. Yo no lo veo así.

– Tú no lo dejaste escapar -comentó Nate con exasperación-. Si vas a seguir en este trabajo, necesitas poner en perspectiva lo que es un error y lo que no.

Mackenzie apartó la vista.

– No sé si puedo hacer este trabajo. Te miro a ti…

– Yo llevo más tiempo.

– Miro a Juliet Longstreet, a T.J., a Rook…

– Todos con más experiencia que tú. Tú eres nueva. Todos lo sabemos. Y Joe Delvecchio también.

– Hoy me ha dicho que soy tan lista que soy estúpida.

Nate sonrió.

– No le ha gustado que te colaras en casa de Beanie.

– No me he colado. Tengo llave. Y no me he llevado nada.

– Ella es una jueza federal de este distrito. ¿Y si hubieras encontrado algo relevante para la investigación de Rook? Habría sido inadmisible.

– Delvecchio no comprende mi relación con ella.

– Nadie la entiende. Después del accidente de tu padre… -Nate vaciló, pero continuó-, Beanie se culpabilizó tanto como tú. Ella era una adulta y tú una niña, pero aquel día fue duro para las dos.

– Yo apenas me acuerdo. Sólo recuerdo la sensación abrumadora de que había hecho algo malo.

– Igual que hoy.

Sí. Aquello era cierto. Mackenzie le tomó la mano y se la apretó.

– Gracias por tu amistad.

Él le pasó un brazo por los hombros.

– Harris tendría que haber sido sincero con Rook. No lo fue.

– Quizá porque tenía miedo de la persona que lo mató.

– Posiblemente.

– O, conociéndolo, quizá intentaba jugar a dos bandas. Hacer un trato con el FBI y con su asesino.

– La pensión no está en un barrio bueno. Por lo que sabemos, quizá sorprendió un negocio de drogas o intentaron robarle. Veremos adonde nos lleva la investigación.

– No forzaron la entrada. Las puertas estaban cerradas con llave. O Harris dejó entrar a su asesino o le dio una llave o el asesino convenció al encargado de que le abriera la puerta. Hay muchas posibilidades -Mackenzie se obligó a sonreír-. O fue un fantasma.