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Su compañero llegó en ese momento con un paquete de donuts.

– He pensado que necesitarías una inyección de azúcar esta mañana -como siempre, parecía recién salido de un anuncio de reclutamiento para el FBI. Enarcó una ceja-. ¿Mackenzie?

– En la ducha.

– ¿Seguro que sabes lo que haces?

– Hoy se va a New Hampshire a ver a la jueza Peacham.

T.J. sacó un donut glaseado de la bolsa.

– Debería dejarnos la investigación a los demás y leer un buen libro -Stewart se sentó a la mesa-. Y tú también.

– Si te hubieran atacado en el lago donde creciste, ¿tú te dedicarías a leer un buen libro?

– Yo no habría llevado un bikini rosa, eso seguro. No critico, sólo digo lo que pienso.

– Entendido.

T.J. mordió su donut. Rook eligió uno normal. Si tomaba demasiada azúcar, se subiría por las paredes. Mackenzie no le había pedido que fuera a New Hampshire con ella.

La joven entró en la estancia vestida con vaqueros, una chaqueta de verano y una pistolera al hombro.

– Los dos parecéis preparados para escalar montañas altas y matar dragones -dijo animosa, con el pelo húmedo todavía de la ducha. Se le iluminaron los ojos al ver la bolsa de donuts-. ¡Ah! No habrás traído sólo dos, ¿verdad, T.J.?

– Soy un agente bien entrenado. Sabía que estarías aquí.

Ella sonrió.

– Bien pensado -tomó un donut glaseado-. Mi taxi está a punto de llegar. Le esperaré fuera. Gracias por permitirme dejar el coche aquí, Rook.

– De nada.

– Nos vemos mañana por la noche. Avísame si ocurre algo nuevo aquí.

– Te diremos lo que podamos -contestó T.J.

A ella claramente no le gustó eso, pero no discutió.

– Yo haré lo mismo.

Tomó su mochila, que había llevado esa mañana a la cocina, y salió. Rook oyó que llegaba el taxi.

– Podías haberla detenido -dijo T.J.

– Sí. Tengo más armas que ella. Y tú me habrías apoyado.

– De eso nada. Yo no me pienso meter entre vosotros. Cuando veo chispas, me aparto de la línea de fuego -T.J. terminó su donut y se lavó los dedos en el fregadero-. ¿Cuándo vas a ir tú a New Hampshire?

Rook pensó que su amigo podía leer el pensamiento mejor que nadie que conociera.

– Mi avión sale dos horas después que el de ella.

– Pues entonces vámonos.

Fueron directamente al edificio de la casa de Cal. Si no había vuelto todavía, quizá alguien de allí supiera dónde estaba.

En el vestíbulo los recibió un portero distinto, un joven con un libro de Matemáticas abierto sobre el mostrador.

– ¿Ustedes fueron los que dejaron ese dibujo? -preguntó.

– Fue una colega -contestó Rook.

– Creo que conozco a ese hombre.

Rook no mostró ninguna reacción.

– ¿De su trabajo aquí?

– Sí. Trabajo sobre todo noches y fines de semana -apartó su silla y sacó el dibujo de debajo del mostrador-. Sí, es él. Lo vi entrando en el ascensor hace dos o tres noches.

– ¿Venía a visitar a alguien?

– No, no. Tiene un piso aquí.

T.J. se enderezó y Rook no pudo ocultar su sorpresa.

– ¿Dónde?

– Sexto piso. Es un dúplex de empresa. Lo alquiló seis meses. No recuerdo el nombre de su empresa. Está basada en Virginia pero él no es de allí. Trabaja para ellos o es el dueño, no sé. No le pregunté.

– ¿Cómo se llama? -inquirió T.J.

El chico se encogió de hombros.

– Ni idea.

Rook señaló el dibujo.

– ¿Seguro que es él?

– Sí. Se parece a él. No sé si lo reconocería si hubiera visto el dibujo en la tele, pero supuse que había un motivo para que ustedes lo trajeran aquí.

– ¿Por qué no lo reconoció el portero de ayer?

– Ese hombre no para mucho por aquí.

– Llame a su piso -dijo Rook-. A ver si está en casa.

No hubo respuesta ni en ese piso ni en el de Benton. Rook y T.J. dieron las gracias al chico y salieron. T.J. soltó un silbido.

– Esta mañana vamos a estar ocupados.

Rook estaba de acuerdo. Tenían que pedir un par de órdenes de registro rápidamente.

Treinta y uno

Mackenzie entró en la tienda de Gus Winter tal y como había hecho otras muchas mañanas de verano.

– ¿Está Gus? -preguntó.

– Llegará pronto, en cinco o diez minutos -la dependienta, una chica rubia y bronceada, le sonrió como sí acabara de reconocerla-. Hola, señorita Stewart, digo agente Stewart.

– Mackenzie está bien.

– Me enteré de lo de la pelea en el lago. Espero que la policía capture a ese hombre.

– Yo también.

– Mackenzie -Carine la saludó desde cerca de la pared trasera de la tienda-. No sabía que estabas en el pueblo.

Mackenzie sonrió a su amiga.

– Acabo de llegar -se abrió paso entre las hileras de ropa, herramientas y la exposición de Gus de mapas y guías de senderismo-. Lo he decidido esta mañana en un impulso.

Una semana después del ataque, Carine parecía plenamente recuperada. Llevaba a Harry colgado en la cadera.

– Busco un mapa de la Isla Mount Desert. Tyler viene a casa y estamos pensando salir de aquí unos días -dijo-. Creo que Maine puede estar bien. Todavía no he ido al mar este verano.

– ¿Le contaste lo del fin de semana pasado?

– No, pero tenía que haberlo hecho. Lo leyó en Internet. ¿Te lo puedes creer? No se me ocurrió. No aparecía mi nombre, pero el tuyo sí; así que sabía que yo no andaba lejos -dejó los mapas y cambió a Harry a la otra cadera-. Dice que tenemos que mejorar nuestros canales de comunicación mientras esté aquí -sonrió-. No suena mal, ¿verdad?

Mackenzie había conocido a Tyler North tanto tiempo como a los Winter. Él se había marchado pronto de Cold Ridge para entrar en la Fuerza Aérea, pero volvía a menudo a la casa en la que su excéntrica madre, una artista bastante conocida, lo había criado sola. Parecía haber sabido desde siempre que Carine y él estaban destinados a pasar juntos la vida en su pueblo natal.

– ¿Mackenzie? -Carine tocó a su amiga en el hombro-. ¿Estás bien?

– Sí.

– ¿Has venido sola?

Mackenzie asintió.

– Tu agente del FBI, Andrew…

– Se ha quedado en Washington.

Carine enarcó las cejas.

– ¿Pero os lleváis bien?

– Mejor -sonrió Mackenzie-. No sé. Creo que Rook puede querer a una mujer más parecida a su abuela. Alguien que hornee galletas.

– ¿Le has dicho que haces unas galletas de primera?

Mackenzie se echó a reír, pero la risa le sonó forzada incluso a ella.

– No, porque es lo único que sé hacer.

La expresión de Carine se volvió sombría.

– Nos hemos enterado de lo de Harris Mayer. Llamé a Nate, pero no quiso contarme nada. Me dijo que no te molestara a ti. ¿Tú encontraste el cuerpo?

– Ayer por la tarde, sí.

– Debió ser horrible -Carine hizo una mueca. Ella había encontrado la escena de un crimen una vez, antes de casarse con Tyler-. Recuerdo que Harris venía a ver a Beanie. Siempre me pareció una de esas personas que lo tienen todo pero no están satisfechas.

– Supongo que no estaba en su naturaleza.

Carine se subió a Harry más en la cadera y sonrió. Le besó la cabecita calva.

– Este hombrecito pesa ya mucho. ¿Qué planes tienes?

– Esta tarde voy a reunirme con la policía para que me pongan al día.

– ¿Y Beanie?

– Ahora voy a verla.

– Harry y yo hemos estado con Gus esta semana, pero Tyler vuelve esta noche. Estaremos en casa, si necesitas algo.

– Siento lo que ha pasado, Carine. No tenía que haber dejado escapar a ese hombre.

– No fue culpa tuya. Ese hombre pudo atacarme a mí y no lo hizo. Supongo que yo no era su objetivo.