– Si Tyler no llega esta noche, ¿me llamarás?
– No te preocupes por mí, ¿vale? Tú tienes bastante -Harry bostezó y Carine le dio otro beso-. Es hora de la siesta -sonrió y guiñó un ojo a Mackenzie-. Para los dos.
Se marchó de la tienda y dos segundos después entraba Gus desde la trastienda. Al ver a Mackenzie, soltó un gruñido.
– ¿Cuándo has llegado?
– Muy buenos días a ti también, Gus.
Él suspiró.
– Estoy de mal humor.
– Ya lo veo. He llegado hace un cuarto de hora. Carine y Harry acaban de salir.
– Voy con retraso. He pasado la noche en casa de Beanie. A ella no le importaba quedarse sola anoche pero a mí sí -se pasó una mano por el pelo gris y miró la tienda-. Me ha echado hace una hora. Siempre la he puesto nerviosa.
– Y viceversa.
– Supongo -él movió la mano en el aire con irritación-. Está alterada pero no quiere admitirlo. ¿Me han dicho que tu agente del FBI y tú encontrasteis ayer a Mayer?
– Sí.
Gus suspiró.
– Eso no puede ser bueno. Encontrar cuerpos es peor que dar clase, ¿no te parece? Asumo que vas a ver a Beanie.
Mackenzie asintió.
– Pero ella no me espera.
– Mejor así. No deja de decir que ha debido pasar algo por alto. Se está volviendo loca.
– Conozco esa sensación.
– Sí -Gus se ablandó un poco-. Si quieres llevarte la camioneta…
– He alquilado un coche en el aeropuerto -ella vaciló un segundo-. ¿Has hablado de Cal con Beanie?
Él respiró hondo.
– Sí. En este momento no está muy contenta ni contigo ni conmigo.
– ¿Qué habría hecho ella en nuestro puesto?
– Yo le pregunté lo mismo; no dio resultado. Me habló de sinceridad y de guardar secretos a los amigos. Está avergonzada. Ese bastardo trajo mujeres al lago sabiendo que eso la humillaría si se enteraba.
– O sea que hubo más de una. Yo lo suponía, pero sólo lo vi con una morena.
Gus parecía incómodo con aquel tema.
– Hubo por lo menos dos que yo sepa, tal vez más. Un día lo vi en el muelle con una rubia joven y guapa.
Mackenzie tomó una libreta del mostrador y se la tendió.
– Hazme una descripción. Todo lo que se te ocurra… pelo, ojos, altura, peso, fechas… No te censures. La llevaré cuando vaya a ver esta tarde al inspector Mooney.
– Está bien, agente -él tomó la libreta con regocijo-.Lo haré.
– Gracias.
Gus sonrió un instante.
– Me alegro de verte, muchacha. ¿Cómo va la herida?
– Cicatriza bien.
Mackenzie se despidió y salió de la tienda. Las tormentas del día anterior habían dejado el aire limpio y transparente y las montañas se destacaban contra el cielo sin nubes. Cold Ridge era su hogar de un modo que Washington no lo sería nunca, ¿pero por qué no tener ambas cosas?
Antes de entrar en la zona sin cobertura, comprobó los mensajes del móvil. Tenía una llamada de T.J. pidiéndole que se pusiera en contacto. Marcó su número y él contestó enseguida.
– ¿Qué ocurre? -preguntó ella-. ¿Rook está contigo?
– Va de camino para allá, Mackenzie. Yo estoy en el piso de tu hombre.
– ¿Te refieres a Cal?
– No. Me refiero a tu atacante. Un portero del edificio lo ha reconocido por el dibujo que dejaste tú. Alquiló un piso encima del de Cal Benton.
– ¿Tienes un nombre?
T.J. vaciló.
– Jesse Lambert.
Mackenzie movió la cabeza.
– No me suena de nada. ¿Hay pruebas contra ese hombre?
– De momento sólo cuchillos de cocina. El lugar está bastante limpio.
– ¿Y se sabe algo de Cal?
– Todavía no -T.J. hizo una pausa-. Rook va de camino a New Hampshire. No tardará mucho en llegar. Su vuelo salía un par de horas después que el tuyo.
– Lo tenía planeado desde el principio, ¿verdad?
– Tenía el billete antes de que yo llegara con los donuts, sí.
Mackenzie suspiró.
– Ese hombre es implacable.
– No voy a entrar en eso -T.J. soltó una risita-. Ten cuidado, Mackenzie. Ese hombre…
– Lo sé. Es por la hortensia. Es macabra.
Ésa vez él no se rió.
Cuando colgó el teléfono, Mackenzie consideró la idea de esperar a Rook en el pueblo, pero no lo hizo. Quería ver a Bernadette y también ver con ojos nuevos el lago, el cobertizo y el lugar donde había sido atacada.
Jesse Lambert.
El nombre no le decía nada. Eran los ojos sin alma lo que le resultaba familiar.
Treinta y dos
Bernadette abrió el candado de la puerta del cobertizo con irritación. No podía dejar de pensar en Harris y en que Cal se había colado allí con sus mujeres.
Se sentía violada. El lago era su refugio, pero ya no podía ignorar más tiempo lo que había pasado allí en los últimos meses.
Abrió la puerta del cobertizo con frustración y posó la vista en las manchas viejas de sangre del suelo de cemento. Suspiró y sujetó la puerta con una piedra que guardaba allí con ese objetivo. Había dormido mal y, aunque apreciaba la preocupación de Gus por ella, no podía soportar tener a nadie cerca en ese momento. No era por él, sino por ella… por su cansancio, su sensación creciente de que iba a pasar algo malo.
Quizá debería agarrar unas herramientas y pasarse el resto del día arrancando malas hierbas.
Pero imaginó a Mackenzie luchando por su vida delante del cobertizo. Y recordó a Harris cinco años atrás yendo al lago para decirle en persona que estaba en apuros. La había encontrado en el cobertizo, buscando su kayak favorito. Ese maldito lugar traía mala suerte. De pie en el umbral, se dio cuenta de que había olvidado por qué había ido allí. Desde luego, no por nostalgia; eso seguro. Estaba perdiendo la cabeza. Retrocedió a la luz del sol. Normalmente en una mañana como ésa habría salido al lago a remar, nadar o a observar a los somorgujos. Pero ese día no.
– Hola, jueza Peacham.
Un hombre salió de entre los arbustos y árboles pequeños situados entre el cobertizo y la parte frontal del lago. Bernadette, sobresaltada, casi se cayó hacia atrás, pero mantuvo el equilibrio y miró al hombre, al que reconoció por el pelo moreno entreverado de gris y los ojos gris pálido. Llevaba ropa de montaña cara y botas buenas pero parecía cómodo con lo que lo rodeaba.
El hombre sonrió.
– Beanie. Por aquí la llaman así, ¿verdad?
Ella tardó un momento en situar dónde lo había visto y recordar su nombre. Él no era de Cold Ridge.
– Jesse Lambert, ¿verdad?
– Así es, jueza.
Su tono era tranquilo y controlado, pero algo en él la ponía nerviosa. Retrocedió un paso, pero se mantuvo cortés.
– Nos vimos hace unos meses.
– Así es. En una fiesta aburrida de Washington. Esto es mucho más agradable -inspiró hondo, pero sus ojos, sus extraños ojos, no abandonaron la cara de ella-. A mí me encanta. ¿Y a usted?
Bernadette sintió una punzada de miedo. Ahora se acordaba ya. Cal los había presentado en un cóctel al que los dos habían asistido por separado. Si no recordaba mal, le había dicho que Jesse Lambert era un consejero que tenía una compañía pequeña con base en Virginia. Ella se había cruzado con él al menos en dos ocasiones más, pero no había prestado atención. Tenía muchos conocidos de paso y no había pensado dos veces en Jesse Lambert.
– ¿Ha venido con Cal? -luchó por mantener un tono ligero-. Si quieren usar las canoas o los kayaks, no se… -se interrumpió bruscamente. El modo en que la miraba era más terrorífico que nada de lo que había presenciado en sus años de fiscal o de juez.
– No he venido por eso. Y usted lo sabe, jueza.
– Sólo sé que es un consejero de negocios de algún tipo.
– Cal y yo hemos hecho algunos negocios juntos. Y Harris -añadió Jesse con una sonrisa fría.
Bernadette dio un respingo.