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Albert movió la cabeza.

– Me temo que más. ¿Quién me va a contratar para un teatro de variedades de Londres como artista serio después del ridículo de esta noche? Verá usted un artículo sobre el accidente en el Era de la próxima semana y ésa será la última nota que me dediquen como hombre forzudo.

Cribb asintió con gravedad.

– ¿Quién podría haber hecho eso, pues? Quizás otro hombre forzudo.

– No, con toda seguridad. No hay más que dos docenas que nos dediquemos a levantar pesos profesionalmente en Londres, y hay más de cien salas, ya lo sabe usted. No competimos entre nosotros.

– ¿Y no tiene usted enemigos entre los demás artistas del Grampian?

– No, sargento. La gente no permanece el tiempo suficiente como para tener celos los unos de los otros. Se puede conseguir un contrato de tres semanas y luego te vas, a menos que seas Champagne Charlie o la Chispa Vital y te hagan un contrato por tres meses.

– Veamos entonces fuera del teatro -dijo Cribb-. ¿A quién ve usted en su tiempo libre? ¿Conoce a alguien que pueda haberse enfadado con usted?

Albert se rió.

– ¿Tiempo libre? ¡Pero si no tenemos! Desde que me levanto el lunes por la mañana hasta el entrenamiento con las pesas del domingo por la noche, toda mi vida está dedicada al teatro. Incluso mi madre y mi chica forman parte de él.

– ¿La señorita Blake?

– Ellen. Es una belleza, tiene usted que admitirlo. Cuando su encanto esté a la altura de su rostro y de su figura será el fulgor de las variedades.

– No lo dudo. -La voz de la señorita Blake necesitaba un milagro, pero Cribb habló con convicción-. Supongo que tendrá otros admiradores.

– A cientos, estoy seguro. Cada noche recibe ramos de flores y cajas de bombones en su camerino. -Albert parecía ingenuamente orgulloso de ello.

– Entonces tiene usted rivales.

– Ah, pero ella no les anima. Ni siquiera se come los bombones. Las demás chicas se los reparten después que Ellen se haya ido a casa. Me es totalmente fiel, sargento… Sí, ríase si quiere, pero conozco a Ellen. Es extraordinariamente resuelta. No quisiera ser el moscón que intenta imponerle sus atenciones.

– Quizás un tipo así provocó su caída esta noche -le sugirió Cribb.

– Lo dudo. Quienquiera que sacase a Beaconsfield de su cesto sabe muchísimo de mi actuación. Alguien que sepa tanto sabrá también que hacerle proposiciones a Ellen es una pérdida de tiempo.

Cribb hizo una pausa en su interrogatorio, rascándose las patillas pensativamente. Thackeray, a quien disgustaban los silencios, bajó los ojos y lentamente fue dando vueltas al ala del sombrero de seda que tenía en el regazo. Tenía la intuición de que Cribb estaba a punto de abordar una serie de preguntas delicadas.

– Entonces parece que hemos eliminado a todo el mundo menos a su madre, Albert. No puedo creer que ella le jugase una trastada como ésta.

Se oyó una carcajada desde la cama.

– ¿Mamá? No hay mucho a lo que no se haya rebajado en sus tiempos, sargento, ¡créame!, pero no puedo entender por qué habría querido arruinar la actuación. Además, no haría nada que pudiese molestar a Beaconsfield. Adora a ese animal.

– ¿Ha formado siempre parte de su actuación? No creo que su contribución sea indispensable.

Albert se rió de nuevo.

– Se ha ido cuatro o cinco veces para poner sus garras sobre algún desafortunado prójimo con pasta de sobra, pero siempre vuelve. Soy demasiado blando para echarla. Es el lazo sanguíneo, supongo. Ella fue en tiempos una figura famosa de las variedades, no se lo va a creer usted, una segunda bailarina del ballet. Así fue como papá la conoció. Él era el empresario del teatro de Moy, en Pimlico, allá por los años cincuenta, antes de que se convirtiera en el Royal Standard. En ocasiones también había hecho monólogos dramáticos. ¡Las horas que se pasó enseñándome las vocales! Quizás pensaba que podría necesitar seguir sus pasos algún día. Hace unos quince años le dijo a mamá que debería dejar de bailar porque ya estaba demasiado gorda y pasaba de los cuarenta. Ella se ofendió, hubo una terrible discusión, papá salió de nuestras vidas y mamá se compró a Beaconsfield. Aunque parezca mentira, dejó el ballet y empezó a cantar, conmigo vestido de marinero y con Beaconsfield andando para distraer un poco al público. No canta mal, ¿saben? Intenté persuadirla de que le diese algunos consejos a Ellen, pero no quiso. A menos que uno tenga las piernas arqueadas y una nariz negra y húmeda, mamá no está interesada en cómo hace las cosas.

– Pero, ¿está usted totalmente seguro de que ella no es responsable de lo que ha sucedido esta noche?

– Ya vio usted cómo estaba después de haber recuperado a Beaconsfield, sargento.

– Ya. -Cribb se puso en pie-. Le dejaremos ahora para que descanse un poco. Pronto sentirá los efectos de la experiencia de esta noche. ¿Hay algo que podamos hacer por usted antes de que nos vayamos? Muy bien. Entonces sólo hay una cosa que quiero que haga por mí. Suceda lo que suceda en los próximos uno o dos días, y creo que puede suceder algo, evite la violencia. Scotland Yard no estará lejos de usted.

Y con eso, Cribb cogió su sombrero y su bastón y salió de la habitación. Thackeray se levantó de un salto, desconcertado por el último comentario del sargento. ¿Violencia? Miró a Albert fijamente; ¿de qué clase de violencia era capaz un hombre que tenía que guardar cama, aunque fuese el Hércules de Rotherhithe? Y salió, moviendo la cabeza.

Llamaron suavemente a la puerta de la sala de entrevistas de la comisaría de policía de la calle Kensington. El sargento Cribb se frotó las manos.

– Más vale que sea de Cadbury -le dijo a Thackeray-. ¡Pase!

Un policía de ojos despiertos, vestido totalmente de uniforme, con casco, abrigo y brazal, hizo su entrada.

– ¡Dios mío!, cada vez son más jóvenes -murmuró Cribb-. Puedes dejar ahí la bandeja, chico. ¿Cómo te llamas?

– Oliver, sargento.

– ¿Y cuánto hace que estás en la policía?

– Cuatro meses, mi sargento.

– ¿De veras? Llevas un bonito uniforme nuevo, Oliver, pero no necesitas vestirte así para traernos una taza de cacao.

– Estoy de servicio esta noche, sargento, y el sargento Flaxman insiste…

– ¿Ahora insiste?, pues yo no voy a interferirme. Estás de servicio hasta las seis de la mañana, ¿verdad?

– Sí, mi sargento.

– ¿Y haces la ronda de Little Moors Place? Pues entonces escúchame, joven Oliver. Quiero que hagas una vigilancia especial esta noche en esa calle, en el número nueve en particular. Quizás lo sepas, es un alojamiento para gente del teatro. Tan pronto como alguien entre, tienes que venir aquí como un rayo y hacérselo saber al agente Thackeray. Puedes quedarte al final de la calle, no tiene salida y por lo tanto, podrás estar fuera de la vista. Es una pena que no seas un policía de paisano, pero tendremos que arreglárnoslas contigo. Apaga la linterna, no hay nada como una lumbrera para deshacerse de un poli. Y quítate el brazal cuando llegues allí.

– Pero mi sargento…

Cribb levantó la mano.

– Yo arreglaré esto con Harry Flaxman. Es tu oportunidad para hacerte un nombre por ti mismo, chico, no me decepciones. A ver, echémosle un vistazo a ese brazal tuyo. Mira esto, Thackeray. ¿Qué crees que es eso?

– Soda, mi sargento, sin duda.

– Inconfundible. No laves nunca el brazal con soda, joven Oliver. Hace que el color se vaya tan rápido como tú vas a volver aquí desde Little Moors Place en cuanto tengas alguna noticia para nosotros. Así estará bien. ¡Qué taza de cacao tan rica!

Se volvió a Thackeray mientras el agente de policía Oliver salía para comenzar su vigilia.