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Cribb movió la cabeza.

– Se lo concedo, señor. Tales actuaciones se pueden ver a veces en los teatros baratos de las callejuelas de El Cairo. Pero no estoy aquí para recordar viejas historias. ¿Dónde está el mago con el que trabajaba esta chica?

– ¿El Profesor Virgo? Le han acompañado a su vestuario. Estaba más que trastornado, desde luego, y no quiero que cunda el pánico aquí detrás. Ahora sólo hay un puñado de personas que lo saben.

– ¿Y quiénes son?

– Los dos hombres de la escotilla que trabajaban aquí debajo, ustedes, el Profesor Virgo y yo.

– ¿Y la hermana de la chica muerta?

– ¿Bella? ¡Dios mío!, la había olvidado. Nadie se lo ha dicho. Bajará aquí y verá…

Cribb reaccionó rápidamente.

– Déme aquella sábana, por favor, Thackeray. Ya estará lo suficientemente conmovida por la noticia, sin necesidad de que vea el cuerpo. ¿Se lo dirá usted, señor Plunkett, o se lo digo yo?

– Preferiría que lo hiciera usted, si no tiene ninguna objeción.

– Muy bien. Será mejor que pregunte a Virgo, Thackeray. Averigüe lo que pueda del hombre, y luego repase con él la actuación paso a paso. -En caso de que en la cabeza de su agente brillara un destello de responsabilidad, añadió-: Y póngase su chaqueta y sus pantalones. Está usted ridículo.

No obstante, Thackeray llamó a la puerta del Profesor Virgo unos minutos más tarde con un justificado sentimiento de importancia. No eran muchos los policías que eran capaces de llevar a cabo entrevistas importantes en el terreno del área metropolitana.

El Profesor estaba sentado ante una mesita de tocador hecha de una caja para el té, tenía una botella de whisky en la mano izquierda y una vara en la derecha, con la que estaba dándole malhumoradamente a un gordo conejo blanco que estaba en una conejera. Thackeray carraspeó dándose importancia. Lo sabía todo de interrogar sospechosos. Tenías que controlar desde el primer momento, informar de tu rango oficial y después ir lanzando las preguntas como disparos de revólver.

– Soy el agente de policía Thackeray, señor, de Scotland Yard. Tengo que hacerle algunas preguntas.

– ¿Preguntas? -el Profesor Virgo dio un respingo de sorpresa. Y también el conejo.

– ¿Podría decirme cuánto tiempo hace que está usted en el cartel del Paragon, señor? -Una buena primera pregunta, que requería una corta afirmación de hecho. Haz de forma que repitan los hechos y luego les será difícil empezar a introducir evasivas.

Hubo una larga pausa.

– ¿Me ha oído usted, señor?

Unos segundos más tarde, Virgo habló:

– Cu-cuando estoy nervioso, me cuesta ha-h-h…

– ¿Hablar? -¡Cielo santo, vaya una suerte! Su primer interrogatorio importante y le había tocado un tartamudo.

– Hace seis semanas es la respuesta a su p-p…

– Creo que es usted tragasables de profesión.

Virgo asintió.

– ¿Y tuvo usted un accidente?

– En el Ti-Ti…

– Tivoli Garden. ¿Qué sucedió entonces, señor?

– D-d-dolor…

– ¿…de garganta? Ya lo creo, señor. Y fue usted llevado a Philbeach House en Kensington, ¿verdad? -Poner las palabras en su boca no era el procedimiento recomendado, pero si no lo hacía, esa entrevista podía durar toda la noche.

Otra afirmación de cabeza.

– Y alguien de allí le ofreció un contrato en el Paragon. ¿Es así? Bien. ¿Y quién fue?

– La señora B-B…

– Body. Gracias. ¿Y cuándo vio usted por primera vez a las hermanas Pinkus?, ¿en Philbeach House? Bien. ¿De quién partió la idea de que trabajasen con usted, de ellas o de usted?

– De ellas.

– Ya. ¿Y cuándo apareció usted por primera vez con ellas en el Paragon?

Virgo levantó los dedos.

– T-tr…

– ¿Hace tres días? ¿no? Tres semanas. Muy bien. ¿Está usted nervioso todavía?¿Cómo se llama su conejo? Olvídelo. Mire, Profesor Virgo, yo necesito escuchar su relato de lo que ha sucedido esta noche desde el momento en que llegó usted al teatro. ¿Puede usted hacerlo? Tome un poco de whisky. Para mí no, gracias. Estoy de servicio.

Cuando le hubo dado la vuelta a la botella durante varios segundos, Virgo pareció recobrar algo de su seguridad. Parecía un hombre honrado, de rasgos regulares, pero tremendamente delgado. No duraría mucho en Newgate, pensó Thackeray.

– Ll-llegué aquí a eso de las once. No quieren que estemos aquí mientras la otra función está en m-m…

– …marcha.

– Yo no estaba en el primer número y así tenía un poco de tiempo para poner a punto mis cosas. Las puse aquí fuera junto a la p-puerta para que el hombre encargado de los accesorios las recogiese y las llevase abajo.

– Serían sus sables -recordó Thackeray-, y la mesa con la varita, su sombrero, los guantes y el vaso con fluido mágico. ¿Qué había en aquel fluido, señor?

– Ag-agua, y un poco de colorante. -Virgo sacó una botella pequeña de cochinilla.

– ¿Me la puede dar? Haré que se la devuelvan. ¿Y cuándo se llevaron sus accesorios al escenario?

– Durante el m-m…

– Monólogo. Ya. ¿Sabe usted quién lo hizo?

Virgo negó con la cabeza.

– Probablemente estuvieron en los bastidores unos veinte minutos. Eso es mucho tiempo. ¿La gente no cambia los trucos de un mago cuando están por ahí así, señor?

– ¡Oh sí! Hay cantidad de bromistas en el teatro. Eso es lo que les sucedió a mis sables en el Ti-Ti…

– Tivoli Garden. Sí señor. Entonces, ¿por qué permitió que bajaran sus accesorios tanto tiempo antes de que bajase usted?

Virgo levantó el dedo confidencialmente.

– No podían hacer mucho con esas pocas cosas, ¿verdad? Sólo podían añadirle algo al fluido mágico y ése es un riesgo que corres. Una vez mi ayudante tragó un vaso del líquido para hacer d-d-desaparecer y más tarde se encontró con que había sido mezclado con ca-ca-cas…

– Cáscara sagrada. ¡Ah!, el laxante. -Ambos sonrieron-. Así que fue a los bastidores durante la escena de la transformación -prosiguió Thackeray-, y esperó en el lado opuesto a su mesa, que trajo un tramoyista.

– Sí, hice los trucos como de costumbre. Los sables y el tragafuegos. Luego presenté a la señorita Lola. Es extraño, ¿sabe? Nunca t-t-tartamudeo durante la a-a-ac…

– …tuación -dijo Thackeray-, ¿Sucedió algo inusual?

– Realmente no. Le di la bebida después de que se hubiese quitado la capa. Luego me aseguré de que ella… ¿conoce usted el truco?

– Se puso sobre la escotilla -dijo Thackeray, con aires de suficiencia.

– Sí. Bebió el agua, la tapé con la capa y cayó por la escotilla como de costumbre.

– Pero gritó -dijo Thackeray.

– Sí. En ese momento debió de ser cuando le dio el ataque al corazón, supongo, pobrecita. Debía de estar aterrorizada por el acontecimiento. No creo que yo haya a-a-actuado ante un público tan distinguido en mi vida, tampoco.

– ¿Y luego qué sucedió?

– Terminé la actuación y cuando salí del escenario, el hombre de la escotilla me dijo que estaba muerta. Me quedé anonadado.

– Lo creo -le aseguró Thackeray-, Un suceso muy trágico, señor.

– Un desastre -dijo Virgo-. Tendré que cambiar mi número ahora. Ese truco es imposible sin hermanas g-gemelas. Y t-t-tragar sables no es suficiente para tener contenta a una sala como ésta. No están contentos hasta que no hay una chica en el escenario enseñando un montón de e-e…

– ¿Extremidad inferior? -preguntó Thackeray.

Virgo asintió.

– Así que ya ve usted que no puedo a-actuar sólo con la señorita Bella. -Se dio con la vara en la frente-. Quizás podría serrarla en dos m-m-m…

– Yo no lo haría -dijo rápidamente Thackeray-. No hay mucho futuro en esa clase de truco, señor. Bien, le agradezco sus respuestas a mis preguntas, debo ir con mi sargento ahora. Por si él quisiera hablar con usted, ¿dónde estará, señor?