– Teatros de variedades -contestó el mayor a la pregunta que había en el ceño fruncido de Thackeray.
– Evidencia claramente su nivel de vida -comentó Cribb, con franca envidia.
El final del cuarto estaba ocupado por la chimenea, una mesa de trabajo increíblemente ordenada, en ángulo recto contra la pared, y tres sillas puestas en fila en el lado opuesto. Sobre la repisa de la chimenea había un retrato de Su Majestad, flanqueado por la bandera del Reino Unido y los colores (presumiblemente) del octavo de húsares.
– Los dormitorios están por ahí -dijo el mayor, indicando una puerta al lado de la mesa de trabajo-, y el lavabo a la izquierda. No es a lo que yo estaba acostumbrado, pero me basta. Estaba trabajando en mi diario cuando llamaron ustedes. Aquí no hay sala de ordenanzas, sargento, ya ve. El ama de llaves limpia mi dormitorio diariamente y ésa es toda la ayuda que tengo. Tengan la amabilidad de sentarse ahí y díganme qué asunto les trae. -Le dio bruscamente la vuelta a la silla giratoria de su mesa de trabajo y se sentó con los brazos y las piernas cruzados, de cara a sus visitantes.
– Se le ve a usted en excelentes condiciones, señor, si puedo decirlo -empezó Cribb-. Creí que podría usted estar en cama esta mañana, después de la hospitalidad de la señora Body.
– En absoluto -dijo el mayor-. Nunca he tenido problemas por beber demasiado. Tengo un reconstituyente de primera. Dos tercios de brandy, un tercio de pimentón. Muy recomendable.
– Lo recordaré. Es muy amable por su parte recibirnos sin que nos esperase. Mayor, no es usted un hombre de remilgos, y yo tampoco… ¿Puedo hacerle algunas preguntas muy directas?
– Si no le importa recibir respuestas directas…
– Muy bien. Desde que nos encontramos en el Grampian la noche del accidente de Albert, Thackeray y yo le hemos visto en otras cuatro ocasiones. En el Grampian entendimos que era el empresario de allí, el señor Goodly, quien había contratado sus servicios. ¿Era así?
– Totalmente.
– ¿Estaba usted allí para tomar precauciones, además de las habituales patrullas de policía?
– Sí.
– ¿Y usted investigó las circunstancias del accidente de Albert y eso le llevó hasta Philbeach House?
– Sí.
– ¿Y qué sucedió después, señor?
– Me despidieron. Le dije a Goodly lo que estaba sucediendo en Philbeach House según mis observaciones, pero una vez que él supo que no era probable que hubiese otro accidente en el Grampian, ya no necesitó mis servicios. Fui desmovilizado más rápidamente que un culí con cólera.
– Sin embargo, conserva usted su interés por el caso -dijo Cribb-. ¿Le ha contratado alguien más?
– No he tenido tal suerte -dijo el mayor-, Pero si el Yard necesita ayuda, estoy abierto a las ofertas.
Cribb sonrió.
– Bien, si nadie le paga, ¿dónde está el provecho de continuar con sus averiguaciones?
– ¡Dios!, tiene usted una mente mercenaria, sargento. Mire en ese rincón, detrás suyo.
Cribb miró de soslayo. Dos montones de periódicos, doblados concienzudamente y amontonados hasta una altura de más de un metro, estaban allí sobre una mesita.
– The Times y The Morning Post -dijo el mayor-. Soy un hombre metódico, y cuando pensé en establecerme como investigador privado, fui a ver a un viejo compañero del ejército que había hecho algún estudio sobre métodos detectivescos. «¿Cómo empiezo?», le pregunté. «Léase cada mañana las columnas de anuncios personales», me dijo. Y así lo he hecho durante ocho meses. Y se sorprendería usted del conocimiento que he adquirido, sargento. Conozco todos los remedios para el reumatismo que existen. Puedo decirle cuándo celebran la junta anual su asociación de antiguos alumnos. Es una información interesante, ya lo ve, pero todavía no me rinde beneficios.
– ¿No ha tenido usted casos que investigar, señor?
– Dos. El primero fue averiguar por dónde estuvo el chico que reparte los periódicos la semana que cogió las paperas. El segundo fue el encargo del señor Goodly. ¿Comprende usted ahora mi resistencia a dejar el caso? Ya he leído bastantes periódicos. Necesito acción. ¡Y por Júpiter, que este caso la tiene! Cuando levanté mi cuartel general de campaña aquí no preveía la investigación de un asesinato.
– Bien, pues ahora ya tenemos uno, señor, y conviene que se lleve a cabo una investigación muy urgente, como sin duda usted comprenderá.
– ¡Ya lo creo! ¿Qué pasará el próximo martes por la noche en el Paragon si hay un asesino suelto por la sala? Las consecuencias podrían ser espantosas. ¡Maldita sea, sargento! Soy un oficial… el juramento de lealtad y todo eso. Hubo un tiempo en que estaba determinado a resolver este caso solo, pero sé dónde está mi deber. Pongo mis recursos a su disposición, caballeros.
– Esto es extraordinariamente generoso por su parte, mayor -dijo Cribb, entrando en el espíritu del ofrecimiento-. ¿Discutimos la estrategia en la mesa?
Thackeray vio con incredulidad cómo el sargento cogía un elegante puntero de la repisa de la chimenea y se acercaba al mapa de Londres con aire formal. ¿Iba realmente a jugar a los soldaditos con el mayor? Los mapas y las discusiones tácticas eran casi tan propias a los métodos detectivescos de Cribb como un manual de etiqueta.
El mayor aumentó la iluminación encendiendo una lámpara de parafina que colgaba sobre la mesa. Thackeray tomó una posición en Woolwich, donde el Támesis llegaba a su límite.
– Necesitaremos algo para marcar Philbeach House -dijo Cribb-. El tapón de esa botella que está en el estante de detrás suyo, por favor, Thackeray.
El mayor Chick levantó la mano, impidiéndole cogerla.
– Es un emblema muy apropiado, sargento, pero no creo que los vapores del ácido prúsico nos ayuden en nuestras deliberaciones.
– ¿Ácido prús…? -Thackeray miró la etiqueta de la botella-. Eso es lo que dice, sargento.
– No queda mucho -dijo el mayor-, pero lo suficiente para arruinar tres prometedoras carreras, si estuviésemos aquí el tiempo suficiente con la botella destapada.
– ¿Para qué lo guarda? -preguntó Cribb, del mismo modo que si le estuviera preguntando por el animalito de la casa.
El mayor se dio una palmada en el muslo y se carcajeó estruendosamente.
– ¿Cree usted que yo…? ¡Dios mío, si yo tuviera una botella no la guardaría en mi estante! No, sargento, la cogí de Philbeach House ayer por la tarde. El difunto señor Body era algo aficionado a la ciencia, ¿sabe? Hay allí un cuarto lleno con sus chismes, instrumentos ópticos, dínamos eléctricas, imanes, aparatos fotográficos y varios estantes cargados de productos químicos. Esta botella estaba entre ellos.
– ¿Asequible a cualquiera de los huéspedes de Philbeach House? -preguntó Cribb.
– Totalmente. La habitación no estaba cerrada con llave. -El mayor le pasó la botella a Cribb-, Examínela cuidadosamente, sargento. ¿Ve usted las líneas que se han formado dentro, indicando los diferentes niveles del ácido según se utilizaba? ¿Ve usted lo claro que está el cristal entre la última señal y la pequeña cantidad restante? Debe ser al menos de unas tres pulgadas. Eso me dice que la última persona que cogió ácido de esa botella cogió una cantidad enorme. Creo que eso puede ser una prueba importante. ¿No está usted de acuerdo?
– Es un valioso hallazgo, mayor -dijo Cribb-, y me gustaría expresarle mi gratitud por entregárselo de esa forma a las autoridades indicadas. Haremos que alguien en el Yard compruebe sus teorías sobre la incrustación de dentro. Tiene usted un bolsillo de abrigo de un tamaño considerable, Thackeray. Vea si puede usted guardarlo dentro, ¿quiere? ¿Cogió usted alguna otra prueba, mayor?