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Si la tenía, no lo dijo.

– En tal caso, planeemos el emplazamiento de nuestras tropas -continuó Cribb, una vez conseguido su objetivo-. Utilizaremos este medio penique para Philbeach House. Me parece que hay dos puntos en los que debemos concentrar nuestras fuerzas. -Golpeó ligeramente uno de los tapones de champán con la moneda de medio penique-. El establecimiento de la señora Body y el del señor Plunkett. ¿Algún comentario, mayor?

– Parece razonable -dijo el mayor, cogiendo aire por las narices.

– Bien. Ahora sería una estrategia prudente, sugiero, el disponer nuestras fuerzas según el número del pelotón. ¿No está usted de acuerdo, mayor?

El mayor asintió con la cabeza.

– De manera que el pelotón con mayor número de personal se concentrase en el punto del mapa donde el enemigo está dispuesto con una mayor fuerza. -Cribb volvió a golpear con el medio penique.

– Usted y el agente vayan a Philbeach House. Yo iré al Paragon -dijo el mayor-.

– Gracias, señor. Es una oferta muy generosa -dijo Cribb guardando el puntero bajo el brazo-. Estamos todos de acuerdo entonces. ¿Alguna pregunta, caballeros?

– Sí -dijo el mayor-, ¿Qué debo decirle a Plunkett?

Cribb se puso las manos a la espalda y patrulló su lado de mesa, casi dando la vuelta cada vez que llegaba al rincón. A Thackeray le parecía que se estaba divirtiendo.

– Es una misión difícil, lo sé, mayor, pero creo que es usted el único hombre que puede manejarlo. Necesitamos descubrir si puede haber habido una razón para que Plunkett matase a la señorita Pinkus. Chantaje parece ser el motivo más probable, pero necesitamos hechos. Supongo que tampoco podemos dejar de lado un motivo pasional. Amor no correspondido…

– ¿Pero no creerá usted que lo hizo el mismo Plunkett? -dijo el mayor-. Es obvio quién mató a Lola Pinkus.

– ¿Quién?

– La señora Body. Ella tenía a mano la botella de ácido de su esposo, detestaba a Lola Pinkus porque la chica estaba haciendo la vida imposible en Philbeach House. ¿No habló usted con la señora Body? Hubo escenas terribles. Luchas abiertas en ocasiones. Lola causaba problemas en cuanto podía, insultando a las señoras y coqueteando con los hombres. Incluso intentó seducir al pobre y viejo Virgo, por pura maldad… ¿Usted sabe que la señora Body está un poco enamorada de Virgo, verdad?

– No -dijo Cribb-, Yo no creía que la señora Body sintiese más afición por un hombre en concreto que por cualquier otro.

– Ah, hay un tipo de hombres que le va -afirmó el mayor-. Escoge a los tipos con una debilidad patente, como una leona en el charco en busca de un búfalo cojo.

Cribb lanzó una mirada amenazadora en dirección a Thackeray, casi desafiándole a que sacara alguna conclusión de la observación del mayor.

– Supongo que quiere usted decir que su difunto esposo no podía ver sin gafas y que el profesor Virgo tartamudea.

– Exactamente -dijo el mayor Chick-. No estuvo demasiado interesada en mí cuando intenté abordarla sentimentalmente ayer tarde. Tuve que beber hasta aturdirme antes de que me dejase sentar en su maldito palco. Es por el más débil de la carnada por el que esta señora se encapricha, se lo digo yo.

– Usted nos estaba diciendo por qué sospecha de ella -le recordó Cribb secamente-. Usted cree que ella estaba celosa de la amistad de Lola con el profesor Virgo.

– Lola lo hizo por despecho, desde luego -dijo el mayor-. A ella no le interesaba Virgo lo más mínimo. El joven Bellotti era mucho más atractivo para una chica como ésa, pero, ¿sabe usted?, disfrutaba endiabladamente rechazándole por el viejo. Estaba atormentando a Bellotti y a la señora Body al mismo tiempo, ya ve. Una lagarta como ésa no despierta mis simpatías cuando alguien le da veneno.

– ¿Cómo consiguió la señora Body administrarle el veneno cuando ni siquiera estaba en el Paragon? -dijo Cribb.

– ¿Cómo sabe usted que ella no estaba allí, sargento? Tiene usted su palabra y eso es todo. Todos los demás estaban allí, por tanto no había nadie que pudiera servirle de coartada en Philbeach House. Creo que vio salir a los demás en el autobús y luego tomó un coche de alquiler que la llevase al teatro. Ella sabía el orden de las actuaciones tan bien como el mismo Plunkett, por tanto, era fácil decidir el momento oportuno para poner el ácido en el vaso. El veneno es un método de mujer, sargento.

– Le podría nombrar a usted una docena de hombres a los que colgaron por utilizarlo, mayor -dijo Cribb.

– Bien, ésa es mi opinión, caramba. Crimen pasional. No me puede usted negar que el número de Virgo fue escogido por el asesino. Eso es significativo, bajo mi punto de vista. Como tomar venganza en el momento de la infidelidad. Esos tíos del teatro son muy aptos para arreglar las cosas de forma que tengan un efecto dramático, ¿sabe? Ésa es su debilidad.

Por un segundo, Cribb vio al mayor, de pie sobre su mapa, con la luz de la lámpara acentuando sus rasgos, como un cuadro viviente de Wellington en la víspera de Waterloo. No hizo comentario alguno.

– De acuerdo, sargento. A pesar de todas mis teorías sigue usted queriendo que interrogue a Plunkett -dijo el mayor en tono resignado.

– Es usted capaz de leer la mente, señor. Sí, usted ha hecho una plausible acusación contra la señora Body, y puede estar usted seguro de que Thackeray y yo le haremos algunas buenas preguntas. Pero aún quiero saber más sobre Plunkett y sobre sus posibles relaciones con la señorita Pinkus. Tendrá usted que formular las preguntas de forma delicada, desde luego.

– Lo haré lo mejor que pueda. ¿Debo decir que soy del Yard? Él no me conoce, ¿sabe?

– Mejor que no, señor -dijo Cribb apresuradamente-. No es nunca aconsejable hacerse pasar por policía. Creo que le encontrará usted bastante comunicativo si le hace creer que está usted actuando con capacidad legal, intentando establecer los beneficiarios de la herencia de la señorita Pinkus.

– ¿Tenía algo?

– Lo dudo, señor, pero el dinero es muy importante para el señor Plunkett. Estará dispuesto a creer que dejó una fortuna si usted lo insinúa.

– Es usted listo como un demonio, sargento.

– Gracias mayor. Ya es hora de que empecemos. ¿Podemos encontrarnos de nuevo aquí a las dos? Gracias. Thackeray, dé la señal de avanzar, ¿quiere?

15

Thackeray estaba mudo de asombro. No porque Cribb hubiera engañado al mayor Chick; estaba claro (para un hombre de la perspicacia de Thackeray) que la elaborada charada que había representado en casa del mayor iba únicamente encaminada a conseguir que el mayor fuese al Paragon. Tampoco fue una sorpresa que cuando el mayor hubiera partido hacia su misión y se lo hubiese tragado la niebla, Cribb sugiriese tomar una cerveza en la taberna más cercana. Y era también de esperar que Cribb anunciase entonces que no tenía la intención de pasar el resto de la mañana en Philbeach House. Thackeray tampoco pestañeó cuando el sargento se lanzó a un análisis de toda la investigación que duró dos horas, suceso por suceso, culminando, unos vasos más tarde, en un repaso de los sospechosos de asesinato. Cribb no hacía esas cosas habitualmente, pero el hombre era también humano y probablemente necesitaba probar sus teorías en unos idos inteligentes. Lo que finalmente acabó con la compostura de Thackeray fue el punto culminante de la disquisición de Cribb. De forma tan enérgica y definitiva como si fuese el hombre del torniquete, el sargento fue examinando a los sospechosos uno a uno. Sólo quedó una persona, sólo una, que hubiese podido asesinar a Lola Pinkus.

– No me lo puedo creer, sargento.

– ¿Quiere usted decir que he estado perdiendo el tiempo?