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– No, por Dios. Parece bastante lógico. Realmente, desde el principio no podía haber sido nadie más, aunque no lo supe ver. Es su frialdad lo que me deja sin aliento. Imaginarse que matando a Lola… ¡es abominable, sargento!

– ¿Y qué asesinato no lo es? No hay razón para que se inquiete, agente. Si quiere usted preocuparse por algo, piense en el próximo martes por la noche. Eso, al menos, debería poder evitarse, aunque me aspen si sé cómo.

– El Yard no intervendrá, sargento, e intentar parar el espectáculo nosotros solos está por encima de nuestro trabajo.

Cribb se sacó el reloj.

– Es hora de que nos vayamos. No podemos llegar tarde a nuestra cita con el mayor. Cuando lleguemos allí, quiero que usted me deje hablar a mí y no se muestre sorprendido por nada de lo que yo sugiera. ¿Entendido?

Thackeray suspiró mientras seguía a Cribb hacia la calle. ¿Era realmente así de transparente?

Cuando llamaron a la puerta, el mayor la abrió tan bruscamente que debía de haber estado allí esperando.

– ¿No llegamos tarde, verdad? -preguntó Cribb.

– ¿Tarde? No, no. Yo volví pronto. Tuve tiempo de darme una vuelta por Knightsbridge. -El mayor señaló un lugar del mapa.

– Ah, bien hecho. Acabó usted su entrevista con Plunkett muy de prisa, entonces.

– Endiabladamente de prisa. De hecho, mis armas fueron inútiles. El tipo no estaba dispuesto a hablar en absoluto. Estaba demasiado preocupado por su hija. Me dijo que no podía pensar en nada. Fue a visitar a su novio ayer, un comportamiento extraño para cualquier chica, en mi opinión, y no ha sabido nada de ella desde entonces.

– ¿La señorita Blake?

– No, la hija de Plunkett, le he dicho.

– Pero ella es la señorita Blake, mayor. Ellen Blake, la amiga de Albert, el forzudo. Fue a visitar a Albert a Philbeach House. Yo mismo hablé con ella. Debemos ir allí en seguida. Es espantoso. Espero, por Dios, que no sea demasiado tarde.

Encontrar un coche de alquiler en la niebla era tan improbable que los detectives se dirigieron a Kensington Palace Gardens a pie. Cribb marcaba el paso yendo a un rápido trotecillo, el mayor, de paso ligero y, obviamente, muy en forma, igualaba sus zancadas, mientras el tercer miembro del grupo intentaba penosamente mantenerse al alcance del oído de los demás, maldiciendo interiormente a Cribb y sus almuerzos líquidos. A pesar de todo, no tardó en unirse a ellos, cuando llegaron a Philbeach House, con los sombreros, abrigos y cejas blancos por la helada niebla.

La llamada de Cribb fue imperiosa, como lo fue su entrada, exclamando «¡Policía!» mientras apartaba la puerta y al feo sirviente con los hombros y atravesaba el vestíbulo a grandes pasos con los demás a sus talones.

– ¿Quién hay ahí? -dijo una voz de mujer desde el salón. No era la de la señora Body.

Entraron en aquel excéntrico cuarto de caras. En el sillón de la señora Body, como un cuco monstruoso, estaba la madre de Albert.

– ¿Qué es eso de la policía? -dijo con voz atronadora, tan fuerte que Beaconsfield, postrado a sus pies, abrió un ojo para vigilarles-. Yo no he mandado llamar a la policía.

– ¿Dónde está la señora de la casa, señora? -preguntó Cribb.

– ¿Están ustedes siendo groseros? -preguntó la madre de Albert, alargando una mano hacia el collar del dogo.

– La señora Body. Tenemos que ver a la señora Body.

– ¿Tenemos?, -repitió la madre de Albert-, Ésa no es manera de solicitar una audiencia con una señora. Ella no puede verles, de todos modos. Está indispuesta. Por consiguiente, me he hecho cargo de la casa. Escribiré a sir Douglas…

– ¿Indispuesta, dice usted? ¿Qué le pasa?

– Tiene un ataque de vapores y no puede salir de su habitación. Alguien se tenía que hacer cargo y por eso yo…

– ¡Los vapores! -dijo Cribb-. ¡Lo mejor es que suba usted allí en seguida, mayor! Thackeray, haga sonar el gong del vestíbulo. Quiero que todo el mundo salga de sus habitaciones y baje. -Se volvió hacia la madre de Albert, quien estaba visiblemente ofendida por tales libertades-. Su hijo, señora. ¿Está en la casa, espero? Necesitaré hacerle unas preguntas.

– Usted no tiene autoridad…

– Señora, estoy investigando un asesinato e intentando evitar otro. Espero que no estará usted pensando en estorbarme en la ejecución de mi deber. Si es autoridad lo que necesita, le recordaré que actúo en nombre de una señora cuya autoridad se extiende bastante más allá que la suya o la de la señora Body; de hecho se extiende sobre un imperio.

– Oficial -dijo la madre de Albert, con una voz que graznaba de emoción-, Su Graciosa Majestad no tiene súbditos más leales que Dizzie -su mano buscó el consuelo de la lengua de Beaconsfield-, y yo. Si usted tuviese algún conocimiento de los teatros de variedades, sabría usted que nuestras carreras están dedicadas al rojo, blanco y azul. No es necesario que nos recuerde dónde está nuestro deber.

– Gracias, señora -dijo Cribb lacónicamente-. Entonces le hará usted a esa señora un buen servicio si nos ayuda a inculcar un espíritu de cooperación entre los demás huéspedes cuando mi agente haya…

Thackeray había encontrado el gong, y estaba totalmente contagiado por el sentimiento de urgencia de su sargento. Residentes alarmados llegaron corriendo desde distintos lugares de la casa.

– Aquí, por favor -dijo Cribb, cuando pudo hacerse oír-. ¿Hay alguien fuera esta mañana? -preguntó a la madre de Albert por encima de las cabezas de los que iban entrando.

– Estamos permanentemente aquí. Es una norma de la casa.

Thackeray empezó a pasar lista mentalmente. Muy pronto todos los que él podía recordar haber visto allí antes se habían dirigido al salón, excepto la señora Body. Albert, sofocado por el ejercicio reciente y llevando un batín, fue uno de los primeros. Se situó cerca de la puerta, lejos de su madre. El Profesor Virgo sacó la cabeza y se disponía a marcharse, pero Cribb alargó el brazo hacia él de forma que era a la vez una invitación y una coacción. Sam Fagan, Bellotti y los de la Funeraria llegaron juntos haciendo su entrada con el aplomo de los residentes bien establecidos. Pronto fue imposible llevar la cuenta porque otros miembros del coro del Paragon, o quizás de la orquesta, o sirvientes, entraban por la segunda puerta. Bella Pinkus, vestida de crepé negro, llegó la última, sostenida sin necesidad por la señorita Tring. El Profesor Virgo, a quien se le crispaba todo el cuerpo cada vez que sus ojos se encontraban con los de alguien más, parecía estar al borde de un colapso.

– Le daremos cinco minutos a la señora Body -anunció Cribb.

– Le puede usted dar todo el día y también la semana que viene, compañero -dijo Sam Fagan-, El gong de la cena no la va a hacer salir cuando puede hacer que le envíen la comida arriba por el montacargas. No tiene la intención de bajar aquí. Está allí desde ayer por la tarde y no quiere tener nada que ver con nosotros. Afortunadamente para nosotros, tenemos ahora una nueva ama de llaves.

La nueva ama de llaves le dedicó una efusiva sonrisa a Sam Fagan. Albert lanzó una penetrante mirada a su madre y una más larga y especulativa a Sam Fagan. Thackeray sintió una ligera corriente de simpatía hacia el forzudo.

El mayor volvió a aparecer sacudiendo la cabeza. La señora Body no bajaría.

– No le puedo sacar una palabra -dijo-, pero oí algunos movimientos. Ese condenado lugar está construido para resistir un asedio. La única forma de conseguir que salga, en mi opinión, es enviarle el dogo por el montacargas.

La madre de Albert contuvo la respiración con horror.

– ¡Qué pena! -dijo Sam Fagan, ligeramente a destiempo como para resultar convincente.

– Señoras y caballeros -anunció Cribb, inesperadamente de pie en la mismísima silla utilizada por W.G. Ross cuando cantaba la Balada de Sam Hall- les estoy muy agradecido por haber respondido tan pronto a mi llamada. Muchos de ustedes saben que soy oficial del Departamento de Investigación Criminal de la Policía Metropolitana. Mis ayudantes y yo estamos investigando la repentina muerte -perdóneme usted, señorita Pinkus- de uno de ustedes. No es mi deseo alarmarles; por tanto, lo consideraré como un favor particular si ustedes escuchan con calma lo que tengo que decirles. Tengo razones para creer que otra señorita, no una de ustedes, se lo aseguro, está en peligro.