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Oswio asintió con un gesto.

– ¿Qué decís de la proposición, Fidelma de Kildare?

La hermana se mordió el labio y meneó la cabeza.

– La abadesa Hilda ya me ha comunicado que desea que emprenda una investigación. Y lo haré, no por razones políticas, sino por la ley y su moral, y por la amistad que me unía a Étain.

– Bien dicho -observó Oswio-. De cualquier manera, será imposible dejar la política al margen. Este asesinato, y más aún teniendo en cuenta el prestigio de la víctima, podría ser un ardid para perturbar el debate que nos ocupa. La interpretación más obvia parece ser la de que Étain, en cuanto principal representante de la fe de Colmcille, ha sido cruelmente asesinada por algún partidario de Roma. Por otra parte, quizás es eso lo que el asesino quiere que pensemos, para que así los asistentes al sínodo respalden a Iona frente a Roma movidos por la compasión.

Fidelma observó pensativa a Oswio. No era ningún insensato: ante ella tenía a un rey que había gobernado con mano de hierro a los northumbrios durante más de veinte años, rechazando cada intento por parte de los otros reyes sajones de invadir su reino, conquistarlo y expulsarlo a él del trono. De esa manera había logrado que la mayoría de soberanos sajones, al menos en teoría, lo considerase su señor, y que incluso el obispo de Roma se dirigiese a él como «rey de los sajones». La hermana era bien consciente de la agudeza de su inteligencia.

– Y queréis que yo determine qué ha sucedido en realidad -observó con voz serena.

Oswio vaciló un instante y acto seguido sacudió la cabeza.

– No del todo.

Fidelma levantó una ceja inquisidora.

– Hay una condición.

– Soy abogada de los tribunales brehon, y no trabajo bajo ninguna otra condición que mi deber de descubrir la verdad. -Sus ojos mostraban un destello amenazador.

La abadesa Hilda estaba patentemente escandalizada.

– Hermana, habéis olvidado por completo que no estáis en vuestro país, y que sus leyes no tienen ninguna aplicación aquí. Debéis tratar al rey con respeto.

Oswio, sin embargo, volvió a sonreír, y miró a Hilda al tiempo que movía la cabeza.

– Sor Fidelma y yo nos entendemos bien, Hilda. Y no me cabe la menor duda de que nos profesamos mutuo respeto. No obstante, debo insistir en que se cumpla esa condición, pues, como ya he dicho, éste es un asunto político, del que depende el futuro de nuestros reinos y la religión que adoptarán.

– No acabo de entender… -empezó a decir Fidelma ligeramente desconcertada.

– Dejad que os lo aclare, en ese caso -interrumpió Oswio-: los rumores que ya han empezado a circular por la abadía pueden dividirse en dos. Según uno de ellos, la facción romana ha recurrido a este horrible método para silenciar a uno de los abogados más eruditos de la Iglesia de Colmcille; según el otro, se trata de un ardid de los defensores de ésta para dar al traste con la asamblea y asegurarse de que sea Iona, y no Roma, la que se imponga en Northumbria.

– Sí, eso lo entiendo.

– Mi hermana Aelflaed, educada entre las religiosas de Iona, ya ha hablado de poner soldados en pie de guerra para exterminar a los que desean expulsarlos. Mi hijo Alhfrith y su esposa, Cyneburh, están conspirando para usar sus huestes con el fin de derrocar a los seguidores de Iona. Y mi hijo pequeño… -Se detuvo para dejar escapar una risotada amarga-. Mi hijo Ecgfrith, al que sólo le interesa el poder, se limita a observar en espera de la mejor oportunidad, de una debilidad que pueda aprovechar para arrebatarme el trono. ¿Veis ahora por qué es tan relevante este asunto?

La hermana Fidelma levantó un hombro para dejarlo caer inmediatamente.

– Pero sigo sin entender cuál es la condición que debéis imponerme. Soy perfectamente capaz de investigar este misterio.

– Para demostrar a ambas facciones que yo, Oswio de Northumbria, me muestro ecuánime a la hora de aplicar la ley, no puedo permitir que la muerte de la abadesa Étain sea investigada sólo por un representante de la Iglesia de Colmcille, de igual manera que no podría consentir que fuese investigada sólo por uno de la de Roma.

Fidelma dio muestras de perplejidad.

– Entonces, ¿qué es lo que proponéis?

– Que vos, hermana, unáis vuestros esfuerzos a los de un seguidor de la doctrina de Roma. Si investigáis unidos, nadie podrá acusarnos de tendenciosos cuando se hagan públicos los resultados. ¿Estáis de acuerdo en este punto?

Por un momento, la hermana se quedó mirando al rey.

– Es la primera vez que oigo poner en duda la imparcialidad de un dálaigh de los tribunales brehon. El lema de nuestra profesión es: «La verdad contra el mundo». Tanto si es alguien de mi Iglesia quien se encarga de la investigación como si pertenece a la de Roma, los resultados serán exactamente iguales. He jurado mantener la verdad, por desagradable que ésta pueda llegar a ser. -Hizo una pausa, tras la cual se encogió de hombros-. Con todo… Con todo, vuestra sugerencia no deja de ser lógica. La acepto. Pero ¿con quién voy a trabajar? He de confesaros que apenas hablo sajón y, por otra parte, soy consciente de que pocos sajones tienen alguna noción de latín, griego o hebreo, lenguas que yo hablo con cierta fluidez.

El rostro de Oswio se relajó en una sonrisa.

– Eso no constituye ningún problema. En la comitiva del arzobispo de Canterbury se halla un joven al que este cometido le viene como anillo al dedo.

La abadesa Hilda se volvió hacia su primo con interés.

– ¿De quién se trata?

– De un hermano llamado Eadulf de Seaxmund's Ham, del reino de Ealdwulf en Anglia Oriental. El hermano Eadulf ha estudiado cinco años en Irlanda y dos más en la misma Roma, por lo que, además de su sajón nativo, habla irlandés, latín y griego. Por otra parte, conoce las leyes, pues, de hecho, de no haber tomado los hábitos habría sido nombrado gerefa (es decir, representante de nuestra ley) por derecho sucesorio. Según me informa el arzobispo Deusdedit, goza de un talento insuperable a la hora de resolver enigmas. ¿Opondríais alguna objeción al hecho de trabajar con un hombre de tales dotes, sor Fidelma?

– No -repuso indiferente-, siempre que ambos tengamos como objetivo el esclarecimiento de la verdad. Pero ¿se avendrá él a trabajar conmigo?

– Tendremos oportunidad de preguntárselo, pues le he hecho llegar recado de que se dirija hacia esta estancia y espere fuera. A estas alturas ya debe de hallarse aquí.

Oswio se dirigió hacia la puerta y la abrió.

La hermana abrió la boca sorprendida cuando vio entrar y hacer una reverencia al rey al joven con quien había topado en el claustro de la abadía la tarde anterior. Entonces el hermano levantó la vista y se encontró con la de sor Fidelma. Su rostro se contagió del asombro de ella por unos instantes, tras los cuales volvió a ocultar dicha emoción tras una máscara impasible.

– Éste es el hermano Eadulf. -Después de presentar al recién llegado, el rey añadió en irlandés-: Hermano Eadulf, ésta es la dálaigh de la que os he hablado, la hermana Fidelma. ¿Accederéis a trabajar con ella, sin perder de vista lo que os he referido acerca de la importancia de resolver ese misterio tan pronto como sea posible?

Los ojos castaños de fray Eadulf se cruzaron con el verde encendido de los de ella. Fidelma volvió a experimentar la misma curiosa emoción del día anterior.

– Lo haré encantado -afirmó con una voz rica y grave-, si a la hermana le parece bien.

– ¿Qué decís vos, hermana? -apremió Oswio.

– Deberíamos empezar cuanto antes -respondió sin el menor asomo de entusiasmo, ocultando el sentimiento de confusión que le había inspirado la mirada del sajón.

– En eso estoy de acuerdo -repuso Oswio-. Llevaréis a cabo esta investigación en mi nombre, lo que significa que podéis interrogar a quien os parezca necesario, sea cual sea su posición, y que mis soldados se encuentran a vuestras órdenes. Sólo añadiré, antes de dejaros, que tengáis siempre presente que el tiempo apremia. A cada hora que los rumores y especulaciones se extiendan sin freno por este lugar se incrementará el poder de los enemigos de la paz, y se hará más amenazante el peligro de una guerra civil.