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La hermana volvió a dejar que su mirada vagase con aire preocupado del rostro de Fidelma al del joven monje sajón, mostrando una inseguridad que Fidelma encontró irritante.

– El tiempo apremia, hermana Athelswith -dijo en tono desabrido.

La encargada de los aposentos para los invitados meneó la cabeza desconcertada y se apresuró a salir para cumplir con el encargo. La hermana Fidelma se volvió hasta quedar frente a frente con Eadulf. Su expresión pretendía ser calmada, pero el destello de sus ojos verdes delataba su enojo.

– No estoy acostumbrada…

Apenas hubo empezado a hablar fray Eadulf la desarmó con una sonrisa.

– ¿… a trabajar en equipo? Me hago cargo: lo mismo me sucede a mí. Creo que deberíamos idear un plan para poder llevar a cabo sin ningún conflicto nuestra investigación, empezando, digamos, por quién debería dirigirla.

Fidelma lo miró sorprendida. Estuvo algunos instantes buscando las palabras que pudiesen expresar su indignación, pero acudieron a su mente tan deslavazadas que no llegó a pronunciarlas.

– Puesto que nos encontramos en la tierra de los sajones, quizá soy yo el más indicado. -Eadulf continuaba hablando, ajeno a la tormenta que parecía a punto de estallar-. Al fin y al cabo, conozco bien la ley, los usos y la lengua de este país.

Fidelma crispó los labios en un esfuerzo por contenerse mientras encontraba las palabras apropiadas.

– Es indiscutible que poseéis dichos conocimientos, lo admito. Sin embargo, el rey Oswio, respaldado por Hilda, abadesa de este monasterio, y Colmán, obispo de Northumbria, me ha encargado esta investigación debido a mi experiencia. Vos habéis sido nombrado en virtud de una conveniencia política, ya que se pretende demostrar la ecuanimidad del proceso.

El hermano Eadulf, lejos de ofenderse, se limitó a reír entre dientes.

– Independientemente de cuál sea la razón de mi nombramiento, el hecho es que estoy aquí.

– En ese caso, y visto que no somos capaces de llegar a ningún acuerdo, propongo que recurramos a la abadesa Hilda, y que sea ella la que nos diga quién debería estar al mando de la investigación.

Los cálidos ojos castaños de Eadulf se encontraron con los de Fidelma, de un verde encendido, y las miradas de ambos quedaron trabadas en señal de desafío durante unos segundos que parecían alargarse.

– Quizá sí -dijo Eadulf con aire parsimonioso- y quizá no. -Su expresión se tornó de pronto en una sonrisa-. ¿Por qué no podemos resolverlo por nosotros mismos?

– Parece que vos ya habéis decidido que debéis llevar la voz cantante -respondió fríamente Fidelma.

– Pero puedo ceder. Ambos gozamos de talento y de dotes diferentes para resolver el caso; quizás es mejor que ninguno de los dos esté por encima del otro.

De pronto sor Fidelma cayó en la cuenta de que él podía haber estado probándola, tanteando su resolución y la confianza que tenía en sí misma.

– Me parece una solución muy lógica -admitió con desgana-; pero si queremos trabajar juntos debemos entendernos mutuamente: cada uno debe saber cómo funciona la mente del otro.

– Cosa que sólo podemos lograr mediante el trabajo conjunto y el aprendizaje. ¿Lo intentamos?

La hermana Fidelma miró los intensos ojos castaños del monje sajón y vio una imagen de sí misma ruborizándose. Volvía a tener la extraña sensación química que había experimentado la tarde anterior.

– Muy bien -contestó distante-, intentémoslo. Compartiremos todas nuestras ideas y conocimientos acerca de este asunto. De momento, vayamos a buscar a la hermana Athelswith a la puerta norte de la abadía. Este edificio se me está haciendo extrañamente sofocante, y desearía caminar al aire libre y sentir en mi rostro la brisa del mar.

Se volvió sin dirigir una mirada a la celda o al cuerpo de la abadesa Étain. Al hacer que su mente se centrase en los problemas que entrañaba el homicidio, había empezado a superar su propio dolor.

Fidelma y Eadulf se hallaban frente a la multitud que se agolpaba tras la puerta norte de la abadía. Allí se había instalado un mercado con aires de feria en un intento por parte de los comerciantes locales de sacar provecho económico de la concentración de ilustres clérigos y príncipes de los reinos anglos y sajones.

Al otro lado de los muros se habían encontrado con una muchedumbre que, con aire divertido, se arracimaba alrededor de un pordiosero, un irlandés a juzgar por su voz y su aspecto, y que lo zahería mientras el desdichado se empecinaba en gritar una profecía que hablaba de muerte y penumbra. Fidelma meneó la cabeza al comprobar que se trataba del mismo hombre que había visto la víspera desde la ventana.

En los tiempos que corrían, no había manera de dar un paso sin encontrarse con profetas y adivinos que auguraban catástrofes y fatalidades. En realidad, nadie creía en profecías, a no ser que fuesen temibles de verdad y predijesen ruina o perdición. Nadie se preocupaba por el porvenir de la humanidad.

Fidelma y Eadulf se detuvieron unos instantes, pero la fascinación de los puestos y las tiendas les cautivó, y, sin pensarlo, se dejaron arrastrar por la animada barahúnda. Deambularon por entre los tenderetes y atracciones, que parecían haber surgido de la nada en la cara exterior de los gigantescos muros de arenisca de Streoneshalh.

El aire llevaba un estimulante olor a sal marina. Los mercaderes, a pesar de lo avanzado de la hora, continuaban inmersos en provechosas ventas. Vieron grupos de gente de aspecto acaudalado (nobles, señores de clan, príncipes y reyezuelos) que se movían con majestuosa arrogancia de un lado a otro de la feria. Más allá, a ambos lados del valle que recorría un ancho río poco antes de su desembocadura, se alzaban oscuras colinas, en las que se habían montado numerosas tiendas cuyos estandartes proclamaban la nobleza de sus ocupantes.

Fidelma recordó que el hermano Taran había señalado que el sínodo había atraído a representantes de las casas reales no sólo de anglos y sajones, sino también incluso de algunos reinos britanos que se hallaban en pie de guerra constante con los sajones. Eadulf pudo distinguir algunos pabellones pertenecientes a nobles francos que habían cruzado el mar para asistir al acontecimiento. Por su parte, Fidelma reconoció algunos provenientes de Dalriada y las tierras de los cruthin, a los que los sajones llamaban pictos. El número de naciones que había atraído era un claro reflejo de la importancia del debate. Oswio tenía razón: la conclusión a la que se llegase en Streoneshalh iba a trazar el curso que durante los siglos venideros seguiría la cristiandad no sólo de Northumbria, sino también de los reinos sajones.

Les dio la impresión de que todo el poblado de Witebia estaba sumido en una atmósfera carnavalesca. Juglares, artistas de todo tipo, mercaderes y vendedores llegaban en tropel al lugar. A instancias de Fidelma, el fraile señaló que los precios que se estaban cobrando eran exorbitantes, y que deberían rezar una oración en agradecimiento por encontrarse bajo el patrocinio de la abadía.

Entre los tenderetes, las monedas de oro y plata cambiaban de mano con gran facilidad. Un mercader friso aprovechaba la oportunidad de hallarse entre una clientela de pudientes jefes de clan y ediles con sus criados para vender un barco cargado de esclavos. Además de los potenciales compradores, a su alrededor se habían congregado patanes y ciudadanos de a pie para observar el acto con curiosidad morbosa. No era extraño que, tras una guerra o una revuelta civil, los vencedores apresasen a familias enteras para vender a sus miembros como esclavos.

Sor Fidelma observó aquella transacción sin ocultar la repulsión que le provocaba.

– No puedo soportar ver a seres humanos que son vendidos como si fueran bestias.

Por primera vez, Eadulf admitió que estaba de acuerdo con ella.

– Nosotros, los cristianos, ya hace tiempo que advertimos del mal que supone que un individuo se considere propiedad de otro. Incluso reservamos fondos destinados a comprar la libertad de esclavos que se sabe que son cristianos. Sin embargo, muchos de los que se llaman a sí mismos cristianos no son partidarios de la abolición de la esclavitud, y la Iglesia no cuenta con ningún programa para acabar con tal práctica.