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– ¿Por qué creéis que os han acusado?

Canna la miró. Sus ojos se hicieron más grandes cuando vio a la joven religiosa y se dio cuenta de que era una compatriota.

– Porque destaco en mi disciplina.

– ¿Y cuál es vuestra disciplina?

– Soy astrólogo; puedo predecir el futuro preguntándoles a las estrellas.

Eadulf dejó escapar un gruñido incrédulo.

– ¿Admitís haber predicho la muerte de la abadesa?

El hombre asintió complacido.

– No hay nada en ello de que admirarse. Nuestra doctrina es antigua en Irlanda, como os podrá confirmar esta bondadosa hermana.

Fidelma lo corroboró con un gesto.

– Es cierto que los astrólogos poseen ese don…

– No se trata de un don -corrigió el pordiosero-. Un astrólogo debe estudiar, igual que se hace en el resto de ciencias y artes, y yo he dedicado muchos años al estudio.

– Muy bien -admitió sor Fidelma-. Los astrólogos irlandeses han practicado su arte durante muchos años. Antiguamente era privilegio de los druidas, pero hoy se sigue practicando, y muchos reyes y jefes no levantan siquiera sus casas hasta que se estudia su horóscopo y se determina cuál es el momento más propicio para hacerlo.

Eadulf lanzó un suspiro en señal de menosprecio.

– ¿Estáis diciendo que hicisteis un horóscopo y visteis la muerte de Étain?

– Sí.

– ¿Y la nombrasteis a ella y dijisteis cuál sería la hora de su muerte?

– Sí.

– ¿Y os oyó la gente decir eso con anterioridad a su muerte?

– Sí.

Eadulf miró incrédulo al mendigo.

– ¿Y seguís manteniendo que ni la matasteis ni tenéis nada que ver con el asesinato?

Canna sacudió la cabeza.

– Soy inocente del derramamiento de sangre, lo juro.

Eadulf se volvió hacia Fidelma.

– Yo soy un hombre sencillo, nada inclinado a ideas extravagantes, y es mi opinión que Canna debe de haber tenido un conocimiento previo del hecho. Nadie puede ver el futuro.

La hermana Fidelma negó con un gesto firme e inequívoco.

– Entre nuestras gentes, la ciencia de la astrología está muy desarrollada. Hasta la gente sencilla aprende a conocer el cielo y puede hacer sencillas observaciones astronómicas en su vida cotidiana. La mayoría sabe a qué hora se hará de noche en las distintas estaciones del año por la posición de las estrellas.

– Pero de ahí a predecir el minuto exacto en que el sol desaparecerá del cielo… -comenzó a decir Eadulf.

– Nada más fácil -interrumpió Canna, irritado ante el tono que había adoptado el sajón-. He practicado durante largos años para ser competente en esta arte.

– A nuestros compatriotas no les resultaría difícil predecir ese tipo de cosas -añadió Fidelma.

– ¿Y es igual de fácil adivinar el asesinato de una persona? -insistió Eadulf.

Fidelma se mordió el labio en actitud vacilante.

– No; sin duda eso es más complicado. Sin embargo, conozco a gente que puede hacerlo.

Canna la interrumpió con una risa ahogada.

– ¿Queréis saber cómo se hace?

La hermana Fidelma alentó con un gesto al vagabundo.

– Decidnos cómo llegasteis a esa conclusión.

Canna sorbió ruidosamente el contenido de su nariz y metió la mano entre sus raídas vestiduras, de donde sacó un trozo de vitela, plagado de líneas y cálculos, que puso a la vista de los dos religiosos.

– Es fácil de explicar, hermanos. El primer día de este mes, que en Irlanda está dedicado a los fuegos sagrados de Bel, la luna se coloca ante el sol a la hora décimo séptima del día (quizás unos minutos más tarde; no puede precisarse hasta ese punto). Aquí, en la octava casa, se halla Tauro. La octava casa es precisamente la de la muerte, mientras que Tauro, amén de representar al reino de Irlanda, es el signo que rige la garganta. Por tanto, lo que indica es una muerte por estrangulación o degüello, o incluso un ahorcamiento, destino trágico que debía de recaer (eso también lo deduje por la presencia de Tauro) sobre uno de los hijos de Éireann.

Eadulf se mostraba escéptico, pero sor Fidelma, que seguía con atención el razonamiento del astrólogo, se limitó a asentir con la cabeza, tras lo cual indicó a Canna que continuase.

– Por otra parte, observad esto -dijo señalando sus cálculos-: en este momento, el planeta Mercurio se halla en recepción mutua con respecto a Venus. ¿Y acaso no es Mercurio quien gobierna la casa décimo segunda? ¿No es acaso Venus el que rige la octava casa, la de la muerte, y representa también lo femenino? Venus, por otra parte, se encuentra en la novena casa, y ésta también está gobernada por Mercurio, que además rige la religión en esta carta en particular. Y si no son suficientes estos signos, por una traslación de luz de las que se practican en nuestra profesión, Mercurio entra en conjunción con el sol eclipsado.

Canna se reclinó y les dedicó una mirada triunfante.

– Hasta un niño podría interpretar las estrellas.

Eadulf hizo una mueca de desprecio en un intento por ocultar su ignorancia.

– Bueno, yo ya no soy un niño. ¿Me podríais decir qué significa todo eso de forma sencilla?

Canna arrugó airado el entrecejo.

– Os lo explicaré de forma sencilla, pues de algo sencillo se trata. El sol se eclipsó justo después de las cinco de la tarde. Los planetas revelaban que se produciría una muerte por estrangulación o degüello, y que la víctima sería una mujer, religiosa y de Irlanda. Los planetas también decían que se trataría de un asesinato. ¿Sigue sin pareceros sencillo?

Eadulf permaneció un buen rato con la mirada fija en el mendigo, tras el cual la levantó hacia Fidelma.

– A pesar de haber estudiado en vuestro país durante años, hermana, no recibí noción alguna de esta ciencia. ¿Vos sabéis algo de ella?

Fidelma frunció los labios.

– No demasiado, pero lo suficiente para saber que lo que está diciendo Canna tiene sentido de acuerdo con las estrictas normas de su disciplina.

El hermano sacudió la cabeza en actitud insegura.

– Sin embargo, yo sigo sin ver cómo podemos salvarlo de morir mañana en la hoguera por orden de Alhfrith. Incluso en el caso de que esté diciendo la verdad y sea inocente de la muerte de Étain, mis compatriotas, los sajones, se mostrarán temerosos de alguien que puede leer de esa forma los presagios del cielo.

La hermana Fidelma dejó escapar un sonoro suspiro.

– Estoy aprendiendo mucho acerca de vuestra cultura sajona. De cualquier manera, tengo el deber de descubrir al asesino, no de aplacar las conductas supersticiosas. Canna admite haber predicho la muerte de Étain; lo que hemos de hacer ahora es encontrar a los testigos que lo oyeron mencionar su nombre y la hora precisa de su muerte. En resumidas cuentas: debemos averiguar qué es lo que dijo exactamente, pues me temo que se está vanagloriando en exceso.

Canna mostró su indignación lanzando un escupitajo.

– Os he referido lo que dije y por qué lo dije. No me dan miedo esos sajones ni sus castigos, pues mi nombre quedará para la posteridad como el más ilustre vidente de mi época a causa de esta profecía que me han revelado las estrellas.

La hermana Fidelma levantó una ceja en señal de desdén.

– ¿Es eso lo que queréis, Canna? ¿Convertiros en un mártir y aseguraros de esa manera un lugar en la historia?

El pordiosero rió jadeante.

– Me conformo con dejar que me juzgue la posteridad.

Sor Fidelma invitó a Eadulf a acompañarla hasta la puerta de la celda, y desde allí se volvió bruscamente.

– ¿Por qué habéis visitado hoy a la abadesa Étain?

Canna la miró.

– ¿Por qué…? Para advertirla, claro está.

– ¿Para advertirla de su propio asesinato?

– No… -Canna levantó la barbilla-. Sí, ¿para qué, si no?

Cuando salieron de la celda, Eadulf se dirigió a Fidelma:

– ¿Creéis posible que este hombre matase a la abadesa para hacer que se cumpliese su profecía? -sugirió-. Reconoce que fue a advertirla, y la hermana Athelswith es testigo de que así fue.