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– ¿A qué viene este retraso, padre? -preguntó sin más preámbulos-. Todo el reino de Northumbria está pendiente de vuestra decisión.

Oswio mostró una sonrisa amarga.

– Y vos estabais muy persuadido de que me pronunciaría a favor de la Iglesia de Columba y os daría pie para sublevar al reino contra mí en nombre de Roma.

Alhfrith se sorprendió en un primer momento, pero inmediatamente volvió a adoptar una expresión adusta.

– Así que vuestra demora no es más que una artimaña para ganar tiempo -observó con desprecio-. Lástima que no podáis posponer indefinidamente vuestro fallo. ¡Sois débil, pero aun así debéis tomar una decisión!

Oswio estaba rojo de ira, aunque su voz se mostraba sosegada.

– ¿No os extrañáis de que aún esté con vida? -preguntó fríamente.

Alhfrith vaciló, e inmediatamente sus ojos adoptaron una expresión precavida.

– No sé de qué estáis hablando. -Su voz era la de un fanfarrón.

– No es necesario que busquéis a Wulfric: ha muerto junto con todos sus asesinos. Y no esperéis que el ejército de rebeldes que ha partido de Helm's Leah siguiendo vuestras órdenes llegue a esta abadía; en el camino se encontrarán con mis huestes.

El rostro de Alhfrith se había convertido en una máscara gris.

– Seguís siendo débil, vejestorio -dijo.

La abadesa Hilda levantó la voz para protestar, pero Oswio la hizo callar con un gesto.

– A pesar de que sois mi hijo, carne de mi carne, parecéis olvidar que yo soy vuestro soberano -repuso clavándole una mirada gélida.

El reyezuelo de Deira sacó la barbilla con aire hostil, consciente de que ya no tenía nada que perder.

– Luché a vuestro lado en el río Winwaed hace diez años. Allí os mostrasteis fuerte, padre; pero os habéis debilitado desde entonces. Sé que os inclinaríais por Iona antes que por Roma, como también lo saben Wilfrid y otros muchos.

– Todos ellos podrán comprobar pronto cuán fuerte soy -respondió Oswio con calma-. Y también sabrán que habéis traicionado a vuestro padre, el rey.

La cólera empezó a apoderarse de Alhfrith cuando tomó conciencia de que habían desbaratado el plan que con tanto esmero había fraguado. Fidelma se dio cuenta de que no lograría reprimir sus sentimientos por más tiempo, así que advirtió con un grito a Eadulf, que se hallaba cerca del hijo de Oswio.

Antes de que nadie pudiese darse cuenta, Alhfrith había sacado un cuchillo y se había lanzado contra su padre en lo que tenía visos de ser un ataque mortal. Eadulf intentó agarrar el brazo en que empuñaba el cuchillo, pero Oswio ya había sacado su espada para defenderse. El impulso de Alhfrith arrastró con él al fraile, y el hijo del rey cayó hacia delante, con todo el peso de Eadulf sobre la espalda.

Alhfrith dejó escapar un grito ahogado, semejante a un sollozo, al tiempo que el arma caía de su mano.

Se hizo el silencio en la cámara; todos parecían haber quedado petrificados. Oswio tenía los ojos clavados en la punta ensangrentada de su acero, como si no pudiese dar crédito a lo que veía.

De forma gradual, el cuerpo colosal de Alhfrith, reyezuelo de Deira, empezó a desplomarse. La sangre comenzó a extenderse por su túnica, justo por encima del corazón.

Eadulf fue el primero en reaccionar; inclinándose, acercó la mano al cuello del joven para tomarle el pulso. Entonces levantó el rostro hacia Oswio, aún inmóvil, e inmediatamente después lo volvió hacia Hilda, tras lo cual meneó la cabeza. La abadesa cruzó la estancia y apoyó una mano en el brazo del soberano. Su voz se había calmado.

– No debéis reprochároslo; traía consigo su propia muerte.

Oswio sufrió una sacudida semejante a la de un hombre que despierta de un sueño, y comenzó a moverse lentamente.

– Con todo, era mi hijo -observó con voz suave.

Colmán sacudió la cabeza.

– Era el aliado de Wilfrid. Cuando éste se entere de lo sucedido, querrá levantar en armas a la facción romana.

Tras envainar su espada teñida en sangre, Oswio se dirigió a Colmán. Había recuperado su habitual energía.

– No he tenido elección. Llevaba tiempo intentando matarme para hacerse con el trono. Y no hace poco que estoy al corriente de sus conspiraciones. No guardaba fidelidad a Roma ni a Iona; sólo se limitaba a hacer uso del enfrentamiento de ambas para debilitarme. Ha sido su temperamento el que ha acabado con él.

– De cualquier manera -repuso Colmán-, ahora habréis de preocuparos de Wilfrid y Ecgfrith.

Oswio negó con la cabeza.

– Mis huestes acabarán con los rebeldes de Alhfrith antes de que acabe el día, y luego regresarán a la abadía. -Se detuvo durante un breve lapso de tiempo y luego dirigió una mirada pesarosa a su obispo-. Mi corazón está con Columba, ilustrísima; pero si me pronuncio a su favor, Wilfrid y Ecgfrith no descansarán hasta levantar a Northumbria contra su rey. Afirmarán que estoy vendiendo el reino a los irlandeses, pictos y britanos, dando la espalda a mi propia raza. ¿Qué debo hacer?

Colmán suspiró compungido.

– Por desgracia, se trata de una decisión que debéis tomar por vos mismo, Oswio. Nadie puede hacerlo en vuestro lugar.

El soberano dejó escapar una risa amarga.

– Me embaucaron para convocar este sínodo, y ahora me encuentro en él como el cangilón de una noria: no tengo otra opción que ahogarme en el agua según gira la rueda.

Fidelma sofocó un grito.

– ¿Habláis de ahogados? ¡Nos olvidábamos por completo de Seaxwulf! Aún hemos de trabajar si queremos descubrir quién asesinó a Étain, Athelnoth y Seaxwulf.

Dio media vuelta e invitó a Eadulf a que siguiera su ejemplo, dejando a los demás estupefactos con su brusca decisión.

Cuando hubieron salido de la estancia abacial dijo con premura al fraile:

– Quiero que encontréis a un pescador entre los habitantes de Witebia. Preguntad cuánto puede tardar un cuerpo lanzado desde el lugar en que se deshicieron del cadáver de Seaxwulf en aparecer en otro del que pueda recuperarse. Recemos por que se trate de horas y no de días, porque es indispensable que lo examinemos.

– Pero ¿por qué? -protestó Eadulf-. Estoy completamente desconcertado. ¿No eran Alhfrith, Taran y Wulfric quienes estaban tras los asesinatos?

Fidelma le regaló una breve sonrisa.

– Creo que la pieza que falta en este enigma se encuentra en el cuerpo de Seaxwulf. Al menos, eso espero.

Capítulo XVIII

Para cuando la luz grisácea del amanecer acarició la ventana del cubiculum de Fidelma, la hermana ya estaba vestida. Daba comienzo el día de la clausura del gran sínodo: el día en que Oswio daría a conocer su veredicto definitivo. A menos que resolviese el misterio del asesinato de Étain, Athelnoth y Seaxwulf, los rumores podían dar origen a una guerra que quizás acabase extendiéndose más allá de los confines de Northumbria. Se había levantado con los miembros engarrotados por la angustia y con un dolor de cabeza que se agravaba según trataba de resolver el misterio.

Su corazón se aceleró cuando oyó unos pasos apresurados en el pasillo. Un sexto sentido la hizo reconocer las rápidas pisadas, y cuando abrió la puerta de la celda a punto estuvo de darse de bruces con Eadulf, que llegó casi sin aliento.

– No hay tiempo para pedir disculpas por mis modales -dijo él bruscamente-. El pescador estaba en lo cierto: ha sido hallado el cuerpo de nuestro amigo fallecido, Seaxwulf. Las olas lo han empujado hasta la orilla del embarcadero.

Sin articular palabra, Fidelma siguió al fraile sajón, y juntos salieron apresuradamente de la domus hospitalis, para después atravesar el claustro en dirección al exterior de la abadía. Una vez fuera, tomaron el sinuoso camino que los llevaría al embarcadero. Atravesaron los escabrosos acantilados en dirección a la orilla del mar, donde el río desembocaba en la bahía a cuyo alrededor se había construido el puerto de Witebia.