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– Han pasado muchas cosas. Todas malas excepto una: parece que el próximo mes podrían hacerse públicos algunos datos ligeramente optimistas sobre la situación financiera del país, te lo he preparado en una carpeta. Necesito tregua has- la ese momento. Aparca cualquier negociación conflictiva: con la prensa, con las operadoras de telecomunicaciones, deja en pausa la Ley de Libertad Religiosa. Y ponte de acuerdo con el ministro de Sanidad: tenemos que volver a colocar en la agenda de los medios la Ley de Dependencia. Eso y las becas son las dos únicas cosas que han sobrevivido razonablemente. La gente tiene que saber que seguimos manteniendo un proyecto social, aunque solo queden andrajos.

– ¿Cuándo se sabrá el dato que dices?

– Dentro de tres semanas.

– ¿Es seguro que será bueno?

– Casi seguro.

– Tres semanas de tregua son mucho tiempo, presidente. No se puede hacer política agitando una bandera blanca. Nadie espera. Nos ganarán terreno. Los medios, el PP, las operadoras.

– Que lo ganen. Es mejor eso que ser masacrados.

– ¿Y tu proyecto de las cajas, también lo aparco?

– Más que ninguno.

– Recortar, aparcar. Tienes que pasar a la ofensiva. Nos hemos retirado tantas veces. ¿Recuerdas las Sicav? No aguantamos ni dos meses, el vicepresidente económico se puso de parte de los grandes patrimonios cuando ni siquiera había riesgo, es un dinero que no tributa, ¿qué importaba que se lo hubieran llevado fuera?

– No vuelvas sobre eso ahora, ya ha pasado un año.

– Podrían haber pasado seis y seguiría estando mal hecho.

– Cuando alguien se está ahogando, no puede rechazar una mano aunque no sea la que él querría.

– Pero tenemos otras manos. No estamos solos. Somos representantes, ¿te acuerdas?

– Ahora tenemos que esperar.

– ¿Puedo al menos sondear, con suma discreción, a algunas comunidades autónomas, a algunos sindicatos? Tengo pendiente un viaje a Berlín, ¿puedo hablar allí con la organización europea de cajas de ahorro?

– No te va a quedar tiempo, Julia. Te quiero dando entrevistas, convocando cenas y comidas con representantes deasociaciones de dependientes, yendo a programas de televisión. Y al mismo tiempo vigilando que, aunque nos ganen terreno, no sea demasiado.

– Sacaré ese tiempo. Sabes que puedo hacerlo.

La vicepresidenta se fijó en el zapato puntiagudo del presidente, que ahora descansaba sobre su muslo derecho, dejando al descubierto un calcetín traslúcido. El presidente solía ser una línea recta o un cuatro sentado pero no esa especie de grulla cubista y asimétrica que ahora se acariciaba la piel del tobillo a través del calcetín.

– De acuerdo, Julia. Puedes sondear pero sembrando confusión, que nadie llegue a deducir con claridad qué pretendemos. En este momento no tengo ninguna confianza en que se den las circunstancias que nos permitan seguir. Pero agitar las aguas incluso puede ser útil, así que adelante.

El presidente se levantó sin agilidad, las articulaciones parecían tender hacia distintos lados hasta que al fin alcanzó la vertical en un equilibrio precario.

– Tengo reunión de emergencia en el Consejo Europeo. Ernesto te dirá en qué actos debes sustituirme. Me gustaría poder hablar más tiempo contigo, pero no puedo.

– Nos vemos entonces, presidente.

La vicepresidenta abandonó la ciudad prohibida más vieja. Su entusiasmo de hacía solo unos minutos se había convertido en inercia, inercia de la buena, que también existe. De esto, flecha, no te he hablado nunca. Combatimos la inercia mala, la del descuido y la pereza, pero ¿sabes tú algo tic la inercia buena, la que te hace seguir el día que todo te parece muerto, empezando por tu propio corazón? Exagero, sí, melodramatizo, y sin embargo creo que tú no conoces esos días. Porque no se trata de seguir con la vida diaria sino con lo que una vez pensamos que tenía sentido, y ahora sabemos que no, digo sabemos, sí, no digo intuimos sino sabemos; y la inercia nos hace seguir porque si abandonáramos otros que están en el juego y creen en él deberían parar. ¿No sería más justo, puede que me preguntes, tomar la palabra y desvelar lo que ahora sabes, que no vale la pena, que se lucha por nada, que el frente debe de estar en otro sitio si es que está? Pero la verdad se desplaza a veces, entonces la inercia buena te permite seguir pedaleando como esos dibujos animados que corren después del precipicio, pues aunque el conocimiento dice que vas a caerte, no lo sabe con seguridad, y es que hay verdades que se producen en el tiempo: si alguien levantara una plataforma, un puente, el impulso te permitirá llegar allí.

Crisma y la vikinga habían logrado entrar en el sistema de sensores de los dos racks situados junto a la entrada del edificio. Eso les permitiría retardar el sonido de la alarma cuando Crisma entrase realmente en el cuarto y produjera, aún no sabían cómo, una fuga de agua.

– ¿Diez minutos de descanso? -dijo la vikinga.

– Que sean veinte, no puedo más.

Salieron de la pequeña habitación de la trastienda y subieron al piso de arriba, donde la vikinga tenía un dormitorio y una cocina pequeña. Acababan de llegar cuando sonó el timbre de la tienda.

– ¿Tienes que abrir? -preguntó Crisma.

– Voy a mirar quién es.

En el monitor de la cámara había un joven indio.

– No abras -dijo Crisma.

– ¿Le conoces?

– Sí. Es uno de ellos.

– ¿Cómo pueden saber que estás aquí?

– Cuando vine aquí la primera vez no pensé que podían seguirme. No estuve atento a eso.

– Mal hecho, joder -dijo ella-. Si te enfrentas con alguien, no puedes hacerlo a ratos.

– No tengo práctica.

– Pues peor para ti. ¿Hoy te han seguido?

– Hoy sí he tenido cuidado.

– Entonces, puede que no te estén buscando ahora. A lo mejor solo quieren saber qué es esto. Mira, está metiendo algo debajo de la puerta.

– Espero que no sea un petardo con la mecha encendida.

– Los petardos no caben por debajo de las puertas.

Vieron alejarse al indio. Crisma se tumbó en un sofá y la vikinga en otro en ángulo, sus cabezas quedaban muy cerca.

– ¿Por qué estás tan furioso? -preguntó ella.

– ¿Yo furioso? Si siempre he sido el bueno, en mi casa, en el colegio, en todas partes.

– Estás furioso. Nadie que no lo estuviera se empeñaría tanto como tú en acabar con esto.

– ¿Qué harían entonces? ¿Ceder y ceder, dejarse arrinconar y luego ver cómo te echan a la basura? ¿Y tú? ¿No vas a bajar a ver qué coño ha puesto ese indio en la puerta? En serio, podría ser un explosivo programado.

– No sacarían nada volándote por los aires.

– A lo mejor no saben que estoy aquí, y solo quieren deshacerse de ti, de cualquiera que me ayude.

– No creo que entonces hubiera llamado al timbre.

– Tú misma. Yo ya volé por los aires una vez.

– ¿Cuándo? Te veo entero, tienes trabajo, salud, no sé por qué estás tan furioso. Esa historia que me contaste de tu chica y la vergüenza no está mal, pero no explica esto que estás haciendo.

– Bueno…

El chico cerró los ojos, su cabeza casi tocaba la de la vikinga. Pensó que si se acercaba un poco más quizá pudiese pasarle sus ideas, sin hablar, solo dejando que ella viese lo que él veía, cómo a los veinte años le ofrecieron trabajar en una empresa de telefonía y él orgullosamente se negó, quería estar al otro lado, no donde se controla y se cobra y se convierte la riqueza en escasez sino donde abren las verjas que estaban cerradas y lo que es abundante se distribuye. En solo diez años se había resignado y no solo por la necesidad de ganarse la vida; era la sensación de que nunca hubo otro lado fuera, solo lo imaginaban; por eso al final no había tanta contradicción entre estar hackeando cada madrugada y acabar trabajando para bancos y grandes empresas. Incluso aquellos que se establecieron por su cuenta terminaron vendiendo sus programas a esas empresas que podían comprarlos, cuya actividad consistía de nuevo en crear escasez y sacarle beneficio. Los más viejos contaban historias del otro lado, de un tiempo en que de verdad se creyó que habría otro camino, otra organización, otra forma de vivir juntos. Pero parecían historias de ciencia ficción. De todos modos, la furia, como lo llamaba la vikinga, seguramente no empezó por eso. Fue la entrega de los demás, cómo parecían aceptarlo todo, fue oír sus vidas contadas en cafés, paseos, leídas en blogs, chats, twits, mails…, instalados en un presente que fluía intenso, tolerable, incluso en los errores, incluso en lo ruin. El sin embargo no aceptaba algunas cosas que le habían hecho, ni otras que había acabado haciendo. Si te digo esto, vikinga, pensarás que me violaron, o que me golpearon de pequeño, ese es todo el espacio que parece haber quedado para lo inaceptable y tampoco, pues si me hubiera pasado algo así yo tendría mi relato, para contar o insinuar, para ser consolado. No, vikinga; esta vida funciona mal; aunque parezca obligatorio gustarse, autoestimarse, quererse y toda esa mierda, hay cosas que no están bien en mí, pero no solo en mí: ¿a nadie le remuerden nunca los recuerdos, nadie se lleva mal con su cuerpo, su trabajo, sus días, y quisiera tachar lo que no vale, desaprobarse, elegir que importen cosas diferentes?