Cuando estaba tan solo a dos manzanas del trabajo de Julia, recibió la llamada.
– Luciano, tranquilo, Julia está bien, está ya atendida. Ha tenido un accidente, pero sin consecuencias graves, alguna fractura y nada más. Estamos en La Princesa. Habitación 332.
– ¿Puedo hablar con ella?
– Sí, te la paso.
– Estoy bien, Luciano, no te preocupes. Un atropello marcha atrás, solo un mal golpe.
– Ahora mismo voy. Te quiero.
Detuvo un taxi con el riesgo de ser él mismo atropellado. Sentía tal ataque de impotencia. El taxista le dio permiso para seguir fumando pero abrió su ventanilla. Y con el aire entraron sus veinticinco años, estaban ahí, a la vuelta de la esquina. Julia a su lado, un vagón de tren con compartimentos para ocho personas, en uno, ellos dos solos: «Ven, vayamos juntos a visitar las cosas de este mundo que habremos de dejar, vayamos juntos». Todo empezaba y todo sigue empezando. El tiempo nos espera todavía. ¿Qué te han hecho? ¿Por qué siempre nos hieren en otros? Me creéis mayor y retirado pero tengo la rabia intacta, y puedo volverla arma y ya no tengo mucho que perder.
Una compañera de Julia le esperaba en la entrada del hospital. Sintió que se mareaba al verla, aunque ella sonreía.
– Tranquilo, tranquilo. Se ha roto la clavícula, una costilla y el fémur derecho. Son tres fracturas limpias, no ha habido ninguna complicación. Un mes de reposo con muleta y escayola.
– Gracias, Elisa. ¿Está en la habitación?
– Ha dicho que la esperes ahí. Ahora estaban haciéndole unas pruebas.
– Ya me quedo yo con ella entonces. Muchas gracias.
– Hasta luego, vengo en un rato llamadme con cualquier cosa.
La vio en el pasillo, en una silla de ruedas, parecía un dibujo animado con tantas vendas y una gran escayola en la pierna. Caminó a su lado dándole la mano, ella sonreía.
– Me dejarás que lo diga, ¿no? «¡Ten cuidado con la moto, ten cuidado!» ¡Y me atropellan cuando voy andando…!
Entraron en la habitación. Julia dijo que se quedaría sentada un rato y la enfermera se fue. En la cama de al lado dormía una mujer bastante mayor que Julia. Ella habló ahora en voz baja:
– Luciano, creo que han podido hacerlo a propósito. Vi que era una matrícula falsa, estaba superpuesta. De eso estoy segura porque caí de bruces contra ella.
– Sí -dijo Luciano, le temblaban las manos-. No me han dejado tiempo, llamaron al bar hace un rato, pero ni siquiera era un aviso, ya era tarde, te llamé y ya estabas aquí.
Julia apretó con fuerza la mano de Luciano.
– Al final, siempre la violencia. Parece que hemos tenido suerte, ¿no? Podían haberme hecho más. ¿Por qué te han hecho esa llamada? ¿No es una prueba de que el atropello ha sido intencionado?
– Para nosotros sí, para la policía no es más que una voz sin identificar. De todas formas, han cometido un delito, no puedes atropellar a alguien y salir corriendo. Vamos a denunciarlo, desde luego. Sin ninguna esperanza, eso también te lo digo.
La mujer de la cama vecina gritó en sueños, luego sonrió y se acurrucó de lado. Luciano se asomó a la ventana. La calle de Diego de León se convertía ahora en un pico de montaña para Julia porque le habían quitado una de las cosas que más apreciaba, su movilidad. Ella tenía los ojos cerrados, estará agotada. Luciano salió al pasillo en busca de una enfermera. No encontró a nadie. Volvió a sentarse al lado de Julia y tomó su mano. ¿Dónde está la vida, Julia? ¿Debería dejarlo todo, marcharnos juntos a un pequeño hotel en una ciudad pequeña, costera, como a veces soñamos? ¿Los dos solos en Portugal o en Francia, presenciando el clima como un acontecimiento? Cuando no hay lucha, ¿hay vida? Otros contestarán que sí. Pero tú te rebelarías, Julia, menearías la cabeza si me oyeras decirte todo esto. También sé que no me dejarías rendirme por ti pero ¿y si lo hago por mí? Resulta que este organismo que somos podría no tener fuerzas para verte rota y vendada sobre la silla.
Se levantó inquieto y regresó a la ventana. Desde los hospitales siempre le parecía increíble que la vida siguiera fuera, que alguien hiciera sonar una bocina, ¿con qué objeto? Pero esta vez era diferente. No estaban allí a causa de un destino casi siempre difícil de asumir, una enfermedad, un error. Estaban a causa del poder, y el poder era insoportable. Porque alguien da una orden, tu vida se quiebra. Aunque ¿no es también lo de la vicepresidenta, y lo mío a su lado, poder? No, no es ese poder en la medida en que no es arbitrario, exige argumentación, ha de ser promulgado y no debería, al menos no debería, ser secreto.
Miró a Julia; por un momento sonrió de alivio ante la certeza de que las heridas eran leves y Julia estaba fuera de peligro. Imaginó que preparaba su pipa, que la encendía. Se sentó de nuevo al lado de Julia y ella abrió los ojos.
– ¡Qué sueño! Oye, Elisa me dijo que vendría a verme a la una. En cuanto llegue quiero que te vayas a dar una vuelta. Y necesito que me hagas un favor.
– Claro, dime. Te harán falta cosas de casa.
– No es eso. Vas a ir a ver a mi tocaya. Tienes que hacerle prometer que no se rendirá por esto que me ha pasado. Si quiere rendirse, es cosa suya, pero yo no quiero ser el motivo, me niego, es la única libertad que me queda. Ya sabes que yo no soy como vosotros, tan lírica, quiero decir.
– ¿Líricos?
– Sí, me refiero a esas expresiones que usa Julia: «Principios sólidos, compromiso con los ciudadanos, el momento maravilloso de la retirada de las tropas de Irak». Todo es más chapucero.
– Lo sabemos, no somos unos idealistas.
– No me refiero a eso. Tú y la vice os esmeráis, lo digo con esta palabra antigua a propósito. El esmero está en extinción. Yo siempre voy deprisa, ya me conoces. No me esmero, ni puedo. Porque yo sí que estoy en el mundo. Vosotros no. Sopla un viento huracanado, los árboles se quedan sin hojas, la gente corre y vosotros dos estáis ahí quietos, al abrigo de nada, intentando enhebrar una aguja. Siempre que habéis trabajado juntos en algo os he imaginado así.
– Unos inútiles, creo que tienes razón.
– No, no, inútiles no. Alguien tiene que seguir intentando hacer las cosas con sumo cuidado. Que les den, Luciano. Yo quiero que sigáis enhebrando esa aguja.
– Julia…
– Prométeme que se lo dirás, Luciano. Me lo debes.
– ¿Y si ella no acepta? -insistió Luciano aún.
Elisa, la compañera de despacho de Julia, se asomó con discreción por la puerta entreabierta.
– Aceptará.
Eran las doce de la noche cuando la vicepresidenta salió a la terraza tras haber hablado con Luciano por teléfono. Miraba a lo lejos y le parecía distinguir la comitiva de Voland, el oscuro hacedor de El maestro y Margarita. Delante de todos, él, en su caballo de tinieblas, a su derecha Koroiev-Fagot haciendo sonar las riendas doradas de su corcel, a la izquierda el gato Popota convertido en demonio paje adolescente y, algo rezagado, Asaselo, el demonio del desierto iluminado por la luna. Cuando un día vengáis a buscarme, os pediré unas horas antes de partir. Y montaré mi escoba: ¡Mirad, ahí va la vice!, dirán desde la calle, y yo daré ese gusto a los que me llaman arpía, mandril, lechuza, nigromante. ¡Mirad arriba, es la invitada del diablo! ¡Si ya lo decíamos nosotros: tras esa voz serena y esos colores en llamas había una mujer en el palo de una escoba!
La vice se marcha, los cabellos al viento, la vice no es destituida ni apartada sino que desaparece por combustión espontánea, se convierte en humo de azufre y luego los engaños cesan y un cuerpo nuevo, desnudo, vuela en la escoba sorteando cables, copas de árboles y ondas electromagnéticas. La vice da un viraje, desciende a toda velocidad, el aire baña su cuerpo con un silbido. Junto a la ventana del dormitorio del presidente del gobierno se detiene y golpea el cristal con el palo de la escoba: ¡Eh, presidente!, soy yo, ¿te acuerdas de todo lo que luchamos y ahora cedes y cedes y vuelves a ceder? El se asoma atraído por mi cuerpo untado en aceite pero solo ve una risa sin nadie, la risa de la impotencia hecha locura: ¿He dedicado mi vida a la política para esto? ¿Para que nos retraigamos sin haber siquiera asomado la cabeza: nada sabemos, nada podemos, qué miedo, qué miedo que vienen los mercados? ¿Qué dirás si te hablo del atropello de Julia? ¿Sacarás tu retórica conmigo también? Claro que lo harás, así que me largo, adiós, adiós.