– Lloraba tan intensamente que apenas le salían las palabras-.
¡Déjenos en paz! -Se sentó y ocultó la cara en las manos.
Trygve se interpuso entre ambos para proteger a Page.
– Le ruego que no nos moleste más.
Váyase de aquí.
No tiene derecho a hacernos esto -gruñó, aunque también a él se le quebraba la voz.
– Tengo todo el derecho del mundo.
El público debe ser informado.
¿Y si los chicos estaban sobrios y la que había bebido era la mujer del senador? -¿A qué viene eso ahora? -replicó Trygve.
¿Por qué se inmiscuían así en las vidas ajenas? Aquel interrogatorio no tenía nada que ver con los intereses del público, ni con sus derechos, ni con la noble lucha en pro de la verdad.
Era un ejemplo de depredación, de mal gusto, de carroñero que se ensaña con quienes sufren las heridas más profundas.
– ¿Han exigido que se practique la prueba de la alcoholemia a la señora Hutchinson? Los ojos del buitre buscaron afanosos los de Page, que miró anonadada a los dos hombres.
Había llegado a un punto en el que todo le resbalaba.
Sólo podía pensar en Allie.
– Estoy segura de que la policía ha cumplido con su obligación, así que ¿por qué no se larga de una vez y deja de amargarnos la vida? ¿No ve el daño que nos hace? -le increpó a pesar de su aflicción.
El periodista parecía empeñado en agobiarles.
– Unicamente quiero averiguar la verdad, eso es todo.
Espero que su hija se reponga -dijo con fría formalidad y se marchó.
él y el fotógrafo pasaron una hora más en la sala de espera, pero no volvieron a importunar a Page.
A Trygve le había sublevado la actitud del periodista, su osadía al acosarla en una circunstancia como aquélla.
Se dolió internamente de su estilo ladino e instigador, de las insinuaciones que lanzó para alimentar la ira de ambos.
Era repugnante.
Quedaron tan perturbados tras la marcha del periodista que, cuando media hora más tarde se les acercó un muchacho pelirrojo, apenas si se fijaron en él.
Page no le había visto nunca, pero a Trygve sus rasgos le era vagamente familiares.
¿Señor Thorensen? -preguntó el chico, muy nervioso.
Estaba pálido y parecía como extraviado, pero se plantó frente al padre de Chloe y le miró a los ojos.
¿Sí? -lo miró sin calor ni reconocimiento.
No era la noche adecuada para presentarse allí y ponerse a platicar con Trygve.
Éste sólo deseaba que terminara la operación de Chloe y rezar para que su vida no se malograse.
– Soy Jamie Applegate, señor.
Estaba con Chloe en…
en el accidente.
– Los labios del chico temblaron al pronunciar esas palabras y Thorensen le miró con expresión de espanto.
¿Quién eres? Se levantó para escrutar a Jamie, cuyo semblante se demudó.
Tenía una pequeña contusión y varios puntos de sutura en la ceja, pero por lo demás había salido indemne de aquel horror.
– Soy amigo de Chloe, señor.
Habíamos quedado para cenar juntos.
– ¿Os emborrachasteis? -preguntó Trygve sin piedad ni vacilación, pero Jamie negó con la cabeza.
Acababan de analizar su sangre para verificarlo y había superado el examen, él y también Philip.
– No, señor.
Cenamos en Luigi's, un restaurante de Marín.
Yo bebí una copa de vino y Phillip aún menos, creo que no llegó a media copa.
Luego tomamos un cappuccino en Union Street y regresamos a casa.
– Sois menores de edad, hijo -le recordó Trygve-.
No deberíais haber probado el alcohol.
Ni siquiera media copa.
Jamie sabía que tenía razón, y así lo dijo antes de proceder a relatarles su experiencia.
– Es cierto, señor, no lo niego.
Pero nadie se emborrachó.
Ignoro cómo ha podido pasar.
No vi nada.
Ibamos en el asiento trasero, charlando, y de repente me encontré en este hospital.
Solamente sé lo que ha dicho la policía de tráfico, que alguien chocó contra nosotros, o a la inversa.
De verdad que no me acuerdo.
Pero le aseguro que Phillip era muy responsable al volante.
Ordenó que nos abrochásemos los cinturones, y no perdió el dominio del coche ni por un segundo.
Jamie se echó a llorar.
Su amigo había muerto y él tenía que vivir y pasar peor un calvario.
¿Crees que la culpa fue del otro conductor? -preguntó Trygve, ya más sereno.
Le había conmovido el relato del chico, ver cuán afectado estaba.
– No lo sé.
Tengo la mente en blanco.
Lo único que sé es que Chloe y Allyson están muy mal, y que Phillip…
– Prorrumpió de nuevo en sollozos al recordar a sus amigos, y Trygve no dudó en rodearle con sus brazos-.
Lo siento, le juro que lo siento.
– También nosotros, hijo.
Pero ahora debes tranquilizarte.
Piensa en la inmensa suerte que has tenido esta noche.
Así es el destino.
El destino, que escoge a una víctima, agosta su vida y se esfuma al punto.
El destino que fulmina como el rayo." -Pero no es justo…
¿Por qué he tenido que librarme yo? ¿Por qué no ellos? -Son cosas que ocurren.
Deberías alegrarte de tu buena estrella.
Sin embargo, Jamie Applegate sólo era capaz de sentir culpabilidad.
No quería que Phillip hubiese muerto, ni que Chloe y Allyson estuviesen tan malheridas…
¿Por qué él se había hecho un simple chichón? Habría preferido conducir el Mercedes en lugar de Phillip.
– ¿Hay alguien que se ocupe de ti? -preguntó Trygve, incapaz de resentirse con el muchacho después de lo que les había contado.
– Mi padre está al llegar.
Les vi aquí sentados y he venido para…
para decirles…
Miró de hito en hito a Thorensen y a Page, y tuvo un nuevo acceso de llanto.
– Lo comprendemos -dijo Page, alargando el brazo y estrechando su mano.
El chico se agachó en actitud cariñosa, y Page, al abrazarle, redobló sus propios sollozos.
Llegó por fin el padre, con cólera, lágrimas y reproches.
Bill Applegate, que así se llamaba, estaba tan consternado como era de esperar, pero respingó aliviado al ver a su hijo sano y salvo.
Había llorado cuando Jamie le anunció la muerte de Phillip Chapman, dio gracias de que su chico hubiera sobrevivido.
Era un hombre muy respetado en su comunidad, y Trygve había coincidido con él en fiestas y encuentros deportivos de la escuela.
Applegate conversó un rato con Page y con Thorensen, tratando de reconstruir los hechos, y se disculpó en nombre de Jamie.
Pero los tres sabían que había pasado el tiempo de las disculpas, que ahora lo único que contaba era la cirugía, los milagros y las oraciones.
Sí, lo sabían muy bien.
Dijo también que les llamaría para tener noticias de Allyson y Chloe.
Antes de irse, preguntó a Jamie si se habían pasado con el alcohol, y el muchacho insistió en que no.
Cuando se fueron los Applegate, Trygve miró a Page y agitó la testa.
– Me da lástima ese chico, pero hay una parte de mí que aún se revuelve de furia.
Aquella furia iba dirigida a todo el mundo, a Phillip por exponerles al accidente, a Chloe por haberle engañado, y a la conductora del otro vehículo, si es que era culpable.
Pero ¿quién sabía lo que había sucedido realmente? ¿Cómo dilucidarlo? El oficial de policía le había comentado que la fuerza del choque fue tan monumental que era casi imposible determinar quién infringió las normas, y que por la posición de los vehículos tampoco se distinguía cuál de los dos invadió antes la línea continua,.ni por qué.
Los análisis mostraban rastros de alcohol en la sangre de Phillip, aunque no el suficiente para considerarle ebrio.
Y la mujer del senador parecía tan sobria que ni siquiera le hicieron la prueba.