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– Espero que no tengamos que encontrarnos allí mucho tiempo más -repuso Page, entristecida.

– Y yo.

Pero, entretanto, ¿por qué no concertamos una cita con todas las de la ley, sin niños ni enfermeras, y ante un plato de comida auténtica en lugar de pizzas picantes? Page sonrió ante aquella imagen.

La idea la seducía.

Hacía años que no la solicitaban así, y sólo de pensarlo se sintió guapa y rejuvenecida.

– Me parece fabuloso.

– Sólo había salido una vez, con su madre, desde el accidente, pero quizá estaba ya preparada para algo más excitante-.

¡.Significa eso que no tendré que cocinar? -¡No! -enfatizó Trygve-.

Ni tampoco habrá estofado noruego ni albóndigas suecas, y mucho menos mantequilla de cacahuete o galletas de montañero.

Será comida de verdad, para personas adultas.

¿Cenamos el jueves en el Silver Dove? -Era un restaurante de Marín, de modo que, si ocurría algún imprevisto, estarían a dos zancadas del hospital.

– Me apetece muchísimo -contestó Page con una ilusión que creía haber perdido.

Trygve siempre se las ingeniaba para hacerla sentir como una verdadera mujer.

Incluso cuando vestía su raído suéter de jardinera y zapatos viejos, a su lado se transformaba en una belleza.

– Te recogeré a las siete y media.

– Perfecto.

Podía dejar a Andy con Jane, o llamar a una canguro.

De pronto, algo cruzó por su mente y soltó una carcajada.

¿Qué pasa? -Estaba pensando que ésta es mi primera cita galante en diecisiete años.

No sé si me acordaré de comportarme a la altura de las circunstancias.

– Tú no te apures por nada.

Yo te enseñaré.

Los dos se echaron a reír como una pareja de adolescentes y continuaron hablando, para variar, de sí mismos y no de sus hijos: del artículo de Trygve, del nuevo mural que había proyectado Page y de la casita de Tahoe.

Thorensen comentó que había localizado a su amigo el periodista, y que este último había iniciado el sondeo sobre Laura Hutchinson y sus aficiones etílicas.

Tal vez quedase todo en agua de borrajas y no aportara pruebas respecto al accidente.

Pero, de alguna manera, Trygve estaba obsesionado con sus sospechas.

– Hasta mañana -dijo por fin, de nuevo con tono seductor.

Al colgar, Page se preguntó a qué obedecía aquel tono.

Obtuvo respuesta al día siguiente, cuando Thorensen se presentó en la UCI con una cesta de picnic y un ramo de flores.

Había estado ayudando a la fisioterapeuta de Allie, tratando de activar sus músculos.

La chica tenía las piernas agarrotadas, tirantes, los pies en una postura rígida, los codos doblados, los brazos anquilosados y las manos como garfios.

Tenía que ejercitarse con mucho ahínco para mover, estirar o aflojar cualquiera de los miembros.

Su cuerpo, al igual que su mente, se negaba a responder.

Las sesiones terapéuticas eran agotadoras y Page se alegró de ver a Thorensen.

– Venga, salgamos a la calle -propuso Trygve, viendo lo exhausta y desmoralizada que estaba-.

Hace un día esplendoroso.

En efecto, el sol ya calentaba y el cielo exhibía un azul inmaculado.

Era lo que cualquiera esperaría de una mañana de junio en California.

En cuanto respiró el aire estival, Page se sintió mejor.

Se sentaron en la hierba, rodeados de enfermeras, estudiantes y médicos residentes, y dejaron pasar el tiempo.

Todo el mundo parecía estar enamorado e indolente.

– Se acerca el verano -dijo Trygve, tumbándose en el cés ped mientras ella aspiraba embelesada la fragancia de las flores que le había llevado.

Sin pensar, tocó dulcemente su mejilla con los dedos, y él alzó los ojos con una expresión que Page no había visto en ningún hombre durante años, si es que alguna vez la habían mirado así.

De repente comprendió el porqué de su frecuente melancolía-.

Eres bella, bellísima.

Casi pareces noruega -la piropeó Thorensen.

– Pues no lo soy -replicó Page, risueña y hasta coqueta-.

Addison es un apellido de origen británico.

– Yo te encuentro un aire escandinavo.

– Trygve se puso serio y agregó-: Estaba pensando en lo fenomenales que podrían ser nuestros hijos.

¿Tú deseas tener más? Quería conocer plenamente a Page, no sólo su actitud frente a Allie, la fuerza de su carácter o su capacidad como madre, sino también sus facetas menores, los detalles que no habían tenido ocasión de explorar en la angustiosa vigilia por sus respectivas hijas.

– Antes sí lo quería -contestó ella-, pero ya he cumplido los treinta y nueve.

Es un poco tarde, además, estoy muy ocupada con Andy…

iy con Allie! -No siempre será así.

No tardarás en adoptar una rutina con ella.

– Era forzoso que lo hiciera, por su propia supervivencia-.

A mis cuarenta y dos años, no me considero demasiado viejo para procrear.

Me entusiasmaría tener un par de hijos más.

Y tú, con treinta y nueve, podrías llegar a la media docena.

– ¡Menuda ocurrencia! -exclamó Page, antes de abordar el tema con mayor seriedad-.

A Andy le gustaría tener más hermanos.

Lo discutimos una tarde cuando volvíamos a casa después de un partido, pero luego Allie sufrió el accidente y todo cambió.

– Trygve asintió.

Seis semanas después Page ya no vivía con su marido y Chloe nunca sería bailarina, por no mencionar a Phillip, que había muerto, o a Allyson, cuya vida aún corría peligro-.

Aun así, confieso que me atrae la idea de volver a ser madre, al menos una vez más.

Tendré que meditarlo a fondo.

Claro que también deseo reanudar mi trabajo artístico.

Incluso he reflexionado sobre lo que me dijiste el otro día, que podría pintar un mural en la UCI.

Se lo he sugerido a Frances, la enfermera jefe, y me prometió que lo consultaría con la persona adecuada.

– Yo querría poner una nota de arte en mi estudio.

¿Me aceptarías como cliente? Pero ha de ser pagando.

¡Me encantaría! -Espléndido.

¿Por qué no nos reunimos en casa mañana por la noche, después de cenar? Puedes traer a Andy.

¿No te hartarás de mí si ya hemos de vernos el jueves? -preguntó Page con prevención, y a él le hizo mucha gracia.

– No creo que pueda hartarme de ti, Page, ni aunque nos viéramos todos los días y todas las noches.

En realidad, eso es lo que deseo que probemos.

– Ella se sonrojó, y Trygve, que seguía tendido en la hierba, la atrajo hacia sí y la besó-.

Estoy enamorado de ti -le susurró al oído-, muy enamorado.

Jamás me cansaré de tu presencia, ¿me oyes? Tendremos diez hijos, viviremos felices y comeremos perdices -dijo entre risas y besos.

Ella se meció alegremente en sus brazos, sintiéndose como una niña.

Era demasiado bonito para creerlo.

Sólo esperaba que durase y que no se tratara de un espejismo.

Finalmente se incorporaron y Page decidió regresar a la UCI.

La agotaba pensar en todo aquello: los ejercicios, la terapia, los aparatos mecánicos, el silencio, la apatía total, la profundidad del coma.

En algunos momentos debía hacer un gran acopio de voluntad, pero siempre volvía.

Nunca fallaba.

Las enfermeras podían guiarse por ella para poner los relojes en hora, ya que todas las noches llegaba puntualmente y pasaba largo tiempo con Allie, acariciando su mano o sus mejillas, hablándole en susurros.

– Te acompaño -dijo Trygve.

Page metió el ramillete en la cesta vacía, cogió su brazo y ambos subieron a la planta riendo, charlando en tonos quedos, ella muy serena y con una nueva dicha dibujada en el rostro.

– ¿Han comido bien? -preguntó una enfermera desconocida cuando llegaron junto a la cama de Allie.

Page se había familiarizado ya con los olores de la UCI, y con sus ruidos, luces y actividad.

– Deliciosamente, gracias.