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Ambos eran espíritus protectores, y se aupaban uno a otro con la gratitud de quien sabe que ha vivido mucho tiempo en un túnel y divisa por fin la luz.

Trygve se sentía como un desahuciado que hubiera revivido gracias a aquellos abrazos.

– ¿Dónde estabas veinte años atrás, cariño, cuando más te necesitaba? -bromeó.

– Veamos.

En aquella época trabajaba en el ofj-off Broadz.vay y asistía a clases de arte siempre que podía pagármelas.

!.

– Me habría enamorado de ti con sólo verte.

– Y yo de ti -repuso Page, aunque entonces todavía estaba desequilibrada a causa de la experiencia con su padre-.

¿No es increíble? Podríamos haber vivido un montón de años en la misma comunidad sin conocernos jamás.

Y ahora, aquí estamos, con las vidas de ambos totalmente cambiadas.

– Así es el destino, querida.

El destino que glorificaba y que dnnstruía, y que a ellos les había dado ambos extremos.

Pero era la gloria la que ahora relucía.

Charlaron extensamente hasta que, no sin renuencia, Trygve se levantó.

Tenía que volver a casa, junto a Bjorn y Chloe, y despedir a la enfermera auxiliar.

En el caso de Page, se había hecho tarde para recoger a Andy en casa de Jane.

Eran las tres de la madrugada.

– ¿Vas a quedarte aquí sola toda la noche? -preguntó Trygve horripilado.

Ella asintió-.

No puedo consentirlo.

Acabaron haciendo otra vez el amor, y eran ya las cuatro cuando Page, cubierta con un albornoz, le despidió con un beso en la puerta principal.

¿A qué hora llevas a Andy a la escuela? -preguntó Thorensen entre arrumacos.

Estaba jovial, exultante, en un delirio, y Page también.

Eran como dos amantes juveniles y apasionados que no hallaban el momento de separarse.

– A las ocho.

¿Y cuándo vuelves? -dijo él con afectado tono de desesperación.

– A las ocho y cuarto.

– Estaré aquí a las ocho y media.

¿Dios mío, eres un maníaco sexual! Trygve se apartó un instante y exclamó: ¡ Vaya, ¿no te lo he contado?! Debes saber que ése fue el motivo de que Dana me abandonase.

La pobre estaba consumida.

Los dos se echaron a reír y se dieron un beso más.

La verdad era, por supuesto, que los Thorensen no habían tenido ningún contacto físico en los dos últimos años, y Trygve incluso llegó a pensar que su virilidad se había nnsecado".

Pero, se secara o no, la savia había vuelto a manar…

y a borbotones.

– ¿Qué harás mañana? -preguntó.

– Ir al hospital.

– Vendré a desayunar contigo y te acompañaré.

Page aceptó y él, tras besarla nuevamente, se apartó de sus brazos y se obligó a caminar hacia el vehículo.

Ya en la portezuela, regresó y le dio el beso definitivo.

Los dos soltaron una carcajada y al fin Thorensen consiguió regresar a su casa.

Fiel a su palabra, estaba otra vez allí a las ocho y media.

; Page no le esperaba, pues había creído que hablaba en broma.

Después de ir a buscar a Andy y llevarle al colegio, se puso a trabajar en casa.

Al llegar Trygve hacía la colada, risueña y canturreando.

– Buenos días, mi amor -la saludó él, exhibiendo un ramo de flores.

Era el hombre más romántico y más adorable que Page había conocido-.

¿Cómo está ese desayuno? No pisaron la cocina.

Trygve empezó a besarla una vez más y cinco minutos después estaban en la cama, aún deshecha y tan incitadora como la víspera.

.

¿Crees que a partir de hoy volveremos a hacer algo a derechas? -dijo Thorensen unas horas después, colocándose de lado y admirando el cuerpo de Page.

;, -Lo dudo.

Tendré que renunciar a mis murales.

– Yo dejaré de escribir.

Sus agendas de trabajo eran tan flexibles, sus vidas tan libres y su mutuo deseo tan voraz, que se recrearon pensando en el tiempo que tenían para saciarlo.

– ¿Hay servicio nocturno de guardería en la escuela de Andy? -preguntó él con voz traviesa, entre una nueva andanada de besos.

Pero esta vez Page le echó de la cama.

Eran las once y debía ir al hospital.

Ahora que Allie había empezado a mejorar, aunque fuera mínimamente, no quería desperdiciar ni un solo segundo.

Trygve la acompañó en la UCI la primera hora, y luego fue a casa para trabajar y ocuparse de Chloe.

– ¿Nos vemos esta noche? -sugirió.

Page meneó la cabeza e hizo una divertida mueca.

– Andy estará en casa.

¿Y mañana? -persistió Trygve.

– Mañana pasará el día con Brad.

Page soltó una risita de picardía y la enfermera sonrió.

Era agradable ver buenas caras de vez en cuando.

– ¡Magnífico! -se alegró Trygve ante la perspectiva de que Andy saliese el sábado con su padre-.

¿Qué prefieres comer, caviar o tortilla? Page se acercó a él y le dijo quedamente, para que nadie más la oyese: ¿Qué tal un bocadillo de mantequilla de cacahuete y un revolcón en el heno? -Se rió de su propia ocurrencia y él le dedicó una sonrisa maliciosa.

– Es una idea excelente, cariño.

Ahora mismo voy a prepararlo todo.

¿Lo querrás normal o ración doble? -¡Trygve Thorensen, eres un descarado! -Te amo -dijo Trygve, la besó tiernamente y salió de la UCI.

Era del todo descabellado, pero ella le correspondía.

Ni siquiera al centrar su atención en la figura inerte de Allie se borró de su rostro la expresión beatífica que exhibía.

CAPITULO XVI

Brad le habló a Andy de su relación con Stephanie un sábado del mes de junio y los presentó durante un almuerzo en Prego, un restaurante de Union Street.

Andy la repasó de arriba abajo suspicazmente y ella estuvo muy tensa.

Vestía unos vaqueros blancos ajustados y camiseta roja.

Hasta el niño tenía que admitir que era una mujer guapa, con su cabellera morena y grandes ojos verdes, pero era obvio que le caía antipática desde el momento en que la vio.

Le habló con tono desabrido e incluso fue grosero varias veces en el curso de la comida, desmereciéndola en todo para acto seguido ensalzar el aspecto y las virtudes de su madre.

– Andy -le reprendió su padre ya a los postres-, pide perdón a Stephanie.

Le dirigió una mirada fulminante.

El pequeño proyectó orgullosamente la barbilla y fingió no escucharle.

– No pienso hacerlo -dijo, taciturno, mirando su helado.

– Has sido muy descortés al decirle que tenía una narizota.

Brad se habría reído de aquello de no ser porque Stephanie se sintió visiblemente insultada.

No tenía hijos y aquello no le hizo ninguna gracia.

No encontró a Andy monísimo, sino díscolo y mal educado, y en su opinión Brad debería haberle dado una buena azotaina.

Era el típico niño mimado, y no había dejado de criticarla durante todo el almuerzo.

También le había dicho que llevaba los pantalones demasiado ceñidos y que le faltaba pecho.

Había proclamado que su madre tenía un tipo mucho más esbelto, que era más elegante y más simpática, que cocinaba como nadie, mientras que Stephanie probablemente no sabía ni freír un huevo, y que había pintado un mural en su escuela que causaba la admiración general.

Y sin guió cantando las alabanzas de su madre, a la vez que resaltaba los defectos de Stephanie, ya fueran reales o imaginarios.

Otra cosa que hizo, sin proponérselo, fue poner de relieve que Stephanie no tenía ni idea de tratar a los niños y que su sentido del humor era bastante limitado.

– La detesto -gruñó el niño con tono casi inaudible y con la vista fija en la mesa.

– En ese caso -respondió prontamente Stephanie para adelantarse a Brad-, no te invitaremos a comer nunca más.