Si tanto nos odias, quizás hasta dejemos de sacarte los sábados -dijo despechada.
Brad se sintió violentado.
Quería apoyarla, pero debía ayudar también a Andy…
siempre que se comportase dentro de ciertas pautas.
– Te llevaremos a pasear los sábados -dijo con calma, observando a los dos y tendiendo la mano hacia Andy para tranquilizarle.
Sabía que estaba asustado y nervioso, pero quería que simpatizase con Stephanie.
Era esencial que congeniaran, porque si se declaraban mutuamente la guerra todo se complicaría-.
Yo iré a verte los sábados, algún fin de semana completo y siempre que las circunstancias lo permitan.
Sin embargo, sería mucho mejor si pudiéramos salir los tres juntos.
– No lo creo.
¿Por qué tenemos que cargar con ella? -protestó Andy, como si Stephanie no estuviese allí.
Ella se sulfuró, pero Brad la conminó al silencio.
– Porque es amiga mía y me siento bien a su lado -contestó al niño-.
También a ti te gusta llevar a tus amigos cuando sales por ahí, ¿no? Es más divertido.
¿Por qué no puedo traer a mamá? -insistió el pequeño.
“Porque nos aguaría la fiesta", pensó Clarke, pero se abstuvo de decirlo.
– Ya sabes lo difíciles que están las cosas entre nosotros.
Tú eras el primero en disgustarte siempre que nos oías pelear.
En cambio, Stephanie y yo nunca reñimos.
Somos buenos amigos y lo pasamos en grande.
Podríamos ir los tres al cine, a partidos de béisbol, a la playa, y hacer muchas cosas más.
Andy miró a su enemiga con desdén y aventuró: -Apuesto a que no sabe nada de béisbol.
– Le enseñaremos -repuso Brad sin perder el aplomo.
Brad volvió a mirarles de hito en hito.
Los dos estaban igualmente incómodos, ceñudos e infelices.
Se había precipitado al juntarles, e iban por mal camino.
Quizás era preferible esperar un poco más y continuar saliendo a solas con su hijo.
Pero, antes o después, Andy tendría que acostumbrarse a Stephanie.
Habían hablado otra vez de matrimonio y ella se había mostrado tajante en que o se comprometían de inmediato o cortaba la relación.
Después de más de diez meses, y habiendo visto tan de cerca su ruptura con Page, Stephanie consideraba que ya había tenido suficiente paciencia.
Ahora quería comprobar si Brad estaba dispuesto a llegar hasta el final.
En caso contrario, dejaría de verle y exploraría otras vías, otras salidas que no eran precisamente del agrado de él.
Tras lo mucho que habían pasado, Brad no quería perderla.
Stephanie era casi una mampara de seguridad, un escudo amortiguador de la soledad que sentía sin Page, Allyson y Andy.
Y también la amaba, aunque últimamente su romance había sufrido algunos altibajos a causa del trauma que supuso el accidente de Allyson.
Encima, Andy no daba facilidades.
Decididamente, la vida era muy compleja.
– Quiero que los dos pongáis algo de vuestra parte -dijo Brad con actitud imperiosa-.
Hacedlo por mí.
Os quiero a ambos y deseo que seáis amigos.
¿Trato hecho? ¿Lo intentaréis? -les instó como si fueran un par de críos.
La verdad, a juzgar por la postura petulante que adoptó, Stephanie no parecía mucho mayor que Andy.
– Está bien -concedió el niño a regañadientes, mirando a Stephanie con odio concentrado.
– A ver cómo te portas -le espetó ella.
Brad reprimió un gruñido y pagó la cuenta.
– ¡Basta ya! Sois un par de impertinentes.
Tuvieron una tarde de perros.
Fueron al parque de Marina y pasearon por la playa en un silencio casi sepulcral.
Al rato, Stephanie dijo que tenía frío y quería volver a casa.
Andy sólo había abierto la boca para responder a las preguntas de su padre.
A Stephanie no le dijo absolutamente nada hasta que, cuando la dejaron en su piso, Brad le ordenó que se despidiera de ella.
Camino de casa, se detuvieron unos minutos en el nuevo apartamento de Clarke.
Al ir al baño, Andy vio algunos artículos femeninos en la repisa del lavabo y un albornoz rosa colgado de la puerta, lo cual le deprimió todavía más.
– No has sido muy amable con ella -le regañó suavemente su padre, de nuevo en el coche -.
Stephanie significa mucho para mí, y quiere caerte bien.
– ¡Mentira! Ha sido odiosa conmigo desde el primer momento.
Sé que me aborrece.
– No lo creas.
Lo que ocurre es que no conoce a los niños y te tiene un poco de miedo.
¿Por qué no le das una segunda oportunidad? El tono de Clarke era casi de súplica.
Habían pasado una tarde infernal y sabía que Stephanie le montaría un numerito en cuanto regresara a la ciudad.
– A Allie tampoco le gustará -remachó Andy, y a Brad esas palabras le traspasaron el alma.
Dudaba mucho de que Allyson volviese a estimar o censurar a nadie.
Sus recientes movimientos no habían prosperado.
– Pues hará mal -dijo, para entablar diálogo.
– Y mamá nunca simpatizaría con ella.
Está muy flaca y es una estúpida.
– No lo es.
Estudió en Stanford, tiene un buen empleo y es muy inteligente.
¡Qué poco la conoces! -¿Y qué? Es una cretina.
Se había cerrado el círculo y Brad trató de distraer a su hijo charlando de otras cuestiones, pero Andy no estuvo nada comunicativo.
Se limitó a mirar por la ventanilla en obstinado mutismo.
Su padre le dejó frente a la casa y, al arrancar, saludó a Page con la mano.
Se sintió tentado de frenar y decirle algo, pero le habría exigido demasiado esfuerzo.
Estaba malhumorado y tenía prisa por volver junto a Stephanie para consolarla.
Sabía cuánto la habían contrariado las insolencias de Andy, ya que ella era un poco infantil en determinadas situaciones.
él era el único que podía aplacar su cólera.
Esperaba que Andy y ella acabasen entendiéndose.
Pero, en el ínterin, entre los dos iban a convertir su vida en un suplicio.
Ya en casa, Andy se mostró alicaído.
Page lo advirtió.
¿No lo has pasado bien? -le sondeó por la noche, al meterle en la cama.
Apenas le había dirigido la palabra durante la cena.
Habitualmente, Andy comentaba con detalle los encuentros con su padre-.
¿Te duele algo? -insistió Page.
Le palpó la barbilla y la frente, pero no tenía fiebre.
Más bien estaba frío, con los ojos apagados y la cabeza hundida en la almohada.
– No -contestó el niño.
Se hallaba al borde de las lágrimas y su madre no quería dejarlo solo-.
Papá ha dicho…
No puedo contártelo.
– No quería heri a su madre.
Habéis tenido algún altercado.
Tal vez Andy había hecho una travesura peligrosa y Brad le había dado una azotaina, aunque no era su estilo.
El pequeño meneó la cabeza y persistió en su hosquedad.
Pero, al cabo de un minuto no pudo contenerse más y se echó a llorar.
– ¡Vamos, cariño, cuéntaselo a mamá! -exclamó Page, acostándose a su lado y abrazándole cálidamente -.
Papá te quiere mucho, aunque hoy os hayáis enfadado.
– Sí, pero…
– Acurrucado contra su madre, se le atragantaron las palabras -.
Tiene una novia.
Se llama Stephanie -balbuceó.
Ya estaba dicho.
Page sonrió también entre lágrimas, sin dejar de estrechar su cuerpecito.
– Lo sé, cielo mío.
No te preocupes, estoy al corriente de todo.
¿La has visto alguna vez? -preguntó atónito el niño, apartándose para mirar a su madre.
Ella negó con la cabeza, pensando en lo dulce que era el pequeño Andy.
– No, nunca.
¿Y tú? -Ha comido con nosotros.
Es un adefesio.
Y además de ser feísima, delgaducha e imbécil, creo que me odia.