Выбрать главу

—¡Buen sitio para disparar! —dijo Van—. ¿Entonces, estás completamente segura de que tienes en tu poder «esa cosa horrible»?

—Desde luego. Lo tengo aquí, en el fondo de esta maleta. En seguida te lo enseñaré.

—Dime, amor mío, ¿cuál era tu llamado «cociente intelectual» en la época en que nos conocimos?

—Doscientos y pico. Una cifra astronómica.

—Bueno, pues creo que ahora ha descendido alarmantemente. Ese sinvergüenza de voyeurconserva todos los negativos y montañas de copias que nos irá mandando por correo.

—¿Quieres decir que he descendido al nivel de Córdula?

—Más aún. Y ahora veamos esas instantáneas... antes de fijar el salario mensual que tendremos que satisfacerle.

En el primer ejemplar de la perversa serie, Van reconoció, representada con un ángulo diferente al de su recuerdo, una de las primeras imágenes que retenía de su llegada a Ardis. Estaba encuadrada entre la sombra de una carreta negra en la senda de grava y el blanco escalón de un pórtico de columnas inundado de sol. Marina, con un brazo todavía en la manga del guardapolvo que un criado le ayudaba a quitarse (era Price), agitaba el otro brazo en un ademán de bienvenida teatral (en completo desacuerdo con la mueca de beatitud impotente que crispaba su rostro), mientras que Ada, vestida con una ligera chaqueta de hockeynegra, que en realidad pertenecía a Vanda, e inclinada sobre sus rodillas, sobre las que caía el negro diluvio de su cabellera, abanicaba a Dack con un ramito de flores para acallar sus nerviosos ladridos.

Seguían algunas vistas preparatorias de los lugares del contorno: el bosquecillo de espantalobos, una alameda, la O negra de la gruta, y la colina y Ia gran cadena en torno al tronco de un Quercus ruslanChat (rara especie de encina), y otros muchos lugares que el compilador del panfleto ilustrado consideraba pintoresco, pero que parecían bastante insignificantes por la inexperiencia del fotógrafo.

A continuación, las cosas mejoraban.

Otra muchacha (¡Blanche!), inclinada y acurrucada exactamente como Ada (a la cual, por lo demás, se parecía un poco) sobre la maleta de Van, abierta en el suelo, devoraba con los ojos la silueta de Ivory Revery reproducida en el anuncio de un perfume. Luego, la cruz y la sombra de las ramas sobre la tumba de la fiel ama de llaves de Marina, Arma Pimenovna Nepraslinov (1797-1883).

Pasamos por alto algunos retratos zoológicos: ardillas con aspecto de zorrillos, pez rayado en un acuario burbujeante, jaula coquetona con un canario dentro.

Una miniatura fotográfica de un cuadro oval presentaba la imagen de la princesa Sophia Zemski a la edad de veinte años (1775), rodeada por sus dos hijos (el abuelo de Marina, nacido en 1772, y la abuela de Demon, nacida en 1773).

—Creo que no recuerdo ese retrato —dijo Van—. ¿Dónde estaba colgado?

—En el gabinete de Marina. Y ese tipo de levita, ¿sabes quién es?

—Parece una mala fotografía recortada de una revista. ¿Quién será?

—¡Sumerechnikov! Hizo varias sumerografías del tío Vania hace muchos años.

—El Crepúsculo antes de las Luces. Y aquí está Alonso, nuestro técnico en piscinas. Encontré a su tierna y triste hija en una noche de orgía. Se te parecía al tacto. Tenía tu olor. Se derretía como tú. ¡Soberano encanto de las coincidencias!

—Eso no me interesa. Ahora viene un niño.

¡Zdrasté!¡Ivan Dementievich! —dijo Van, saludando a la imagen de sus catorce años. Sin camisa, vestido únicamente con un pantalón de gimnasia y dirigiendo un proyectil cónico a la «prefiguración» esculpida de una joven de Crimea condenada a ofrecer un perpetuo sorbo de agua marmórea a un marine norteamericano moribundo cuyos labios se tienden hacia el cántaro agujereado por un balazo.

Nos saltamos también a Lucette con su cuerda de saltar.

¡Ah! ¡El famoso primer pinzón!

—No, es un kitayskaya punochka(gorrión de los muros chinos). Está posado en el umbral de una puerta del sótano. La puerta está entreabierta. En el interior se ven útiles de jardinería y mazos de croquet. No habrás olvidado cuántos animales exóticos, alpinos y polares se mezclaban con nuestras especies indígenas.

La hora de comer. Ada se inclina exageradamente sobre el melocotón reluciente y mal pelado que va a devorar (vista tomada desde el jardín, por la ventana abierta).

Drama y comedia. Blanche luchando con dos fogosos gitanos en la glorieta de los Espantalobos. Tío Dan leyendo tranquilamente su periódico sentado al volante de un cochecito rojo atascado en el fango negruzco de la carretera de Ladore.

Dos inmensos pavones nocturnos, todavía acoplados. Todos los años, mozos de cuadra y jardineros llevaban a Ada ejemplares de esa común especie. Y eso hace que me acuerde de ti, gentil Mario d'Andrea, o de ti, Domenico Benci, el de la cabellera rutilante, o de ti, Giovanni del Brina, adolescente moreno y soñador (que las tomabais por murciélagos), o de aquél que no oso nombrar (por tratarse de una erudita contribución de Lucette, fácil chapucería, después de la muerte del sabio) y que, una mañana de mayo de 1542, cerca de Florencia, pudo recoger al pie de la tapia de un huerto aún no oculto bajo la invasión de glicinias todavía no importadas [añadido de su hermanastra], una pareja de pavones del peral con antenas bipectinadas, plumosas en el macho, más finas en la hembra, para reproducirlas in copulacon la mayor fidelidad pictórica (entre lamentables insectos de fantasía), en el nicho de una ventana de la llamada «Sala de los Elementos» del Palazzo Vecchio.

Amanecer en Ardis. Felicitas: Van, desnudo, todavía ovillado en su hamaca, bajo los dos grandes lidderons, como llamaban en Ladore a los liriodendros, no ciertamente un lit d'édredon,aunque ese auroral juego de palabras ayude a presentar la expresión física de la imaginación de un joven soñador, no disfrazado por la red.

Felicitaciones—repitió Van, dando a la abreviatura infantil su forma completa—. Primera postal indecente. Seguro que Bewhorny conserva una copia en su archivo privado.

Ada examinó el dibujo reticular de la hamaca por medio de una lupa (que Van utilizaba para estudiar ciertos detalles de los dibujos de sus locos).

—Temo que luego sea peor —dijo Ada, con voz turbada; y, aprovechando el hecho de que estaban viendo el álbum en la cama (lo que hoy consideramos de mal gusto), la extravagante Ada volvió la lupa hacia Van en persona, cosa que había hecho muchas veces en aquel año de gracia reproducido en las imágenes, impulsada por la curiosidad científica y la depravación artística.

—Encontraré un parche para tapar eso —dijo, volviendo a la carúncula picaresca que se distinguía a través de la red indiscreta—. A propósito, he visto que tienes toda una colección de antifaces en tu cómoda...

—Para los bailes de máscaras —murmuró Van.

Un ejemplar para el capítulo de las comparaciones: Ada exhibiendo generosamente sus blancos muslos a horcajadas sobre una rama negra del árbol del Edén (su falda se había enredado en las ramas y las hojas). Luego, varias fotos del pic-nic de 1884, como, por ejemplo, Ada y Grace bailando juntas una giga liaskana, y Van, con los pies en alto, paciendo entre las estelarias y las agujas de pino (interpretación conjetural).