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Con la idea sencilla y nítida (desde el punto de vista de una bonita combinación) de que, después de todo, no había más que un solo cielo (blanco, con diminutas y multicolores chispas ópticas), Demon se lanzó al vestíbulo para coger el ascensor, en el que acababa de entrar un camarero pelirrojo con un desayuno para dos en una mesa de ruedas, y el Timesde Manhattan sujeto entre las cúpulas de plata, rutilantes y ligeramente arañadas. ¿Seguía viviendo allí su hijo?, preguntó automáticamente, poniendo entre las cúpulas una pieza del más noble metal. Y el imbécil, radiante, dijo que sí, que había vivido allí con su dama todo el invierno.

—Entonces, somos compañeros de viaje —dijo Demon, olfateando, no sin anticipado sibaritismo, el aroma del café del Mónaco, exacerbado por la sombra de las hierbas y las flores tropicales que se agitaban en la brisa de su mente.

Aquella memorable mañana, Van después de pedir el desayuno, había saltado fuera del baño y se había puesto una bata de color fresa, cuando creyó oír la voz de Valerio en el salón contiguo. Dirigió sus pagos hacia la puerta del mismo, tarareando notas más o menos sueltas, feliz al pensar en aquella nueva jornada de felicidad creciente (otra molesta pequeña arista limada, otro doloroso nudo del pasado readaptado a Ja nueva trama luminosa).

Demon, completamente vestido de negro, botines negros, chalina negra y el monóculo sujeto por una cinta negra más ancha de lo acostumbrado, estaba sentado a la mesa del desayuno, con una taza de café en la mano, y en la otra una página financiera del Times, plegada según las leyes de la comodidad.

Se sobresaltó ligeramente y dejó su taza con un gesto más bien brusco, al observar k coincidencia cromática entre el albornoz y un detalle (súbitamente luminoso en su recuerdo) del ángulo inferior de cierto cuadro reproducido en el catálogo copiosamente ilustrado de su mente.

Todo lo que Van pudo decir fue «no estoy solo», pero Demon estaba demasiado lleno del rico material de malas noticias de que era portador para prestar atención a la estúpida advertencia de Van, que, simplemente, debería haber entrado en el dormitorio contiguo para volver a salir un momento después (luego de cerrar con llave la puerta, dejando así fuera años y años de vida perdida). En cambio, todo lo que hizo fue quedarse de pie junto a la silla en que su padre estaba sentado.

Según Bess (que en ruso quiere decir «diablo»), la hermosa —pero, por lo demás, desagradable —enfermera de Dan, que él había preferido a todas las demás, y a la que se había llevado a Ardis porque todavía sabía extraer bucalmente unas últimas gotas de placer de su cuerpo cansado, Dan llevaba ya algún tiempo quejándose (incluso antes de la súbita partida de Ada) de que un diablo que reunía las características de la rana y de los roedores trataba de montar a horcajadas sobre él y hacerle galopar hasta ese lugar de suplicio que es la eternidad. Dan describía a su jinete ante el doctor Nikulin como un ser negro, de vientre pálido, con un escudo dorsal negro y brillante como el caparazón de un escarabajo pelotero y que blandía un cuchillo en una de sus patas delanteras. Una Mañana helada de finales de enero Dan había conseguido escaparse por un dédalo de bodegas y un cuarto de herramientas de jardinería hacia los arbustos sin hojas del parque de Ardis. No llevaba encima otra cosa que una roja toalla de baño pendiente de su grupa como una especie de concha, y, a pesar de las dificultades del camino, se había arrastrado a cuatro patas, como una cabalgadura lisiada montada por un jinete invisible, hasta muy dentro del bosque. Por otra parte, si Van hubiese intentado prevenirla, ella podría haber dejado oír su gran bostezo «ádico» y pronunciado alguna palabra irrevocablemente íntima en el momento de abrir él la espesa puerta protectora.

—Por favor —dijo Van —baja, y me reuniré contigo en el bar en cuanto esté vestido. Me encuentro en una situación muy delicada.

—¡Vamos, vamos! —replicó Demon, ajustándose el monóculo—. Córdula no se enfadará.

—Es otra chica, mucho más impresionable (¡otra horrible torpeza!), ¡Al diablo Córdula! Córdula es ahora la señora Tobak.

—¡Ah, claro! —exclamó Demon—. ¡Qué estúpido soy! Ahora recuerdo que el prometido de Ada me lo dijo. Ha trabajado algún tiempo en Phoenix, en el mismo banco que el joven Tobak. ¡Por supuesto! Un rubio de ojos azules, cuadrado de espaldas. Un tipo espléndido. Backbay Tobakovich.

—Me importa poco... aunque tenga el aspecto de un sapo albino, mu. tilado y crucificado. Por favor, papá, es realmente necesario que...

—Es curioso lo que acabas de decir. Sólo he venido a informarte de que el pobre primo Dan ha muerto, de una muerte singularmente «boschiana». Imaginaba que un fantástico roedor cabalgaba sobre él y le obligaba a salir de la casa. Le encontraron demasiado tarde, y ha muerto en la clínica de Nikulin, delirando sobre ese detalle del cuadro. Ahora tengo el problema de reunir a la familia. El cuadro se conserva en el museo de bellas artes de Viena.

—Padre, lo siento, pero estoy tratando de explicarte...

—Si yo fuera escritor —continuó Demon en tono soñador —describiría, con muchas palabras sin duda, con qué pasión, con qué incandescencia, de qué modo tan incestuoso... esa es la palabra... se enlazan la ciencia y el arte en un insecto, en un tordo, en un cardo de ese bosquecillo ducal. Ada se casa con un terrateniente deportista, pero su mente es un museo cerrado. Ella y Lucette atrajeron un día mi atención, por una de esas coincidencias que ponen la carne de gallina, hacia ciertos detalles de ese otro tríptico, ese formidable jardín de delicias jocosas pintado allá por 1500, y, concretamente, hacia sus mariposas: una mirtilo hembra en el centro del panel de la derecha, y una carey en el panel central, colocada allí como si estuviese posada en una flor... y repara en el «como si», porque es todo un ejemplo de riguroso saber de esas dos admirables jovencitas, puesto que dicen que en realidad se ve el lado equivocado del insecto, pues, al presentársenos de perfil, debería ser la parte inferior la que se viera. Pero indudablemente el Bosco encontró una o dos alas de la mariposa en una tela de araña en un rincón del marco de su ventana, y nos muestra el lado superior, más bonito, de modo que pinta un insecto anormalmente contorsionado. Dicho eso, me importa poco la significación esotérica, el mito que hay detrás de la mariposa y de la engañosa obra maestra con que Bosch expresa algún boshde la época; soy alérgico a la alegoría, y estoy completamente seguro de que si él inventaba aleatorias hibridaciones de fantoches hijos de su imaginación lo hacía simplemente para divertirse, por el placer del dibujo y del colorido, y lo que hemos de estudiar, como yo les decía a tus primas, es el placer de la vista, el gusto y el tacto, de esa fresa grande como una mujer que el espectador abraza a Ia vezque el artista, o la exquisita sorpresa de un orificio insólito... ¡Pero no me estás escuchando, quieres que me marche, para poder interrumpir el sueño matutino de la bella durmiente, bestia feliz! A propósito, no he podido avisar a Lucette, que está en algún lugar de Italia, pero por fin ne descubierto a Marina en Tsitsikar, donde está flirteando con el obispo de Belokonsk; llegará esta tarde, seguramente con unos lutos que la favorecerán mucho, y saldremos los tres hacia Ladore, porque no creo que...