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ADA (como saliendo de un sueño letárgico): O chyom ti(¿decías algo?)

ANDREI: Ya govoryu, razskazhi emu pro tvoyo zhit'yo hit'yo(te decía que le hables de tu vida cotidiana, de tu existencia ordinaria). Ávos' za-glyanet k nam(Tal vez venga a vernos).

ADA: Ostav', chto tam intersnago(¿Qué hay de interesante en eso?).

DACHA (dirigiéndose a Ivan): No la hagas caso. Massa interesnago(Hay montones de cosas interesantes) Délo brata ogromnoe, volnuyush-chee délo, trehuyushchee ne men'she truda, chem uchyonaya dissertatsiya(Su trabajo es importante, tan exigente como el de un sabio). Nashi sel'skohozyaystvenniya mashini ib teni(Nuestras máquinas agrícolas y sus sombras)... eto tselaya kollektsiya predmetov modernoy skul'pturi zhitiopisi(son una verdadera colección de arte moderno, que supongo que usted ama tanto como yo).

IVAN (a Andrei): Yo no sé nada de agricultura ni de ganadería, pero mil gracias de todas maneras.

(Una pausa)

IVAN (no sabiendo muy bien qué añadir): Sí, estoy seguro de que me encantará ver algún día sus aparatos. Siempre me hacen pensar en monstruos prehistóricos con cuellos de jirafa, paciendo de un lado para otro, o meditando melancólicamente en la extinción de las especies... pero quizás en lo que estoy pensando es en las excavadoras...

DOROTHY: Las máquinas de Andrei son todo menos prehistóricas. (Risas sin alegría.)

ANDREI: Slovom, milosti prosim (En cualquier caso, será usted bien venido). Budete zharit'verhom s kuzinoy(Pasará usted ratos estupendos montando a caballo con su prima).

(Pausa)

IVAN (a Ada): Mañana por la mañana, a las nueve y media. ¿No será demasiado temprano para ti? Estoy en los Tres Cisnes. Vendré a buscarte en mi cochecito... no a caballo. (Dirige a Andrei una sonrisa cadavérica.)

DACHA: Dovol'no skuchno(Lástima, sin embargo) que la estancia de Ada en las encantadoras orillas del Leman sea echada a perder con visitas a abogados y banqueros. Estoy segura de que podría usted satisfacer casi todas sus necesidades haciéndola ir un par de veces a su casa, en lugar de llevarla a Luzon o a Ginebra.

Aquella charla manicomial les llevó de nuevo al tema de las cuentas bancarias de Lucette. Ivan Dementievich explicó que su prima había perdido uno tras otro todos sus talonarios de cheques y nadie sabía exactamente en cuántos bancos había depositado las considerables sumas de que disponía. Andrei, que ahora se parecía especialmente al lívido alcalde de Yukonsk después de la inauguración de la Feria de Primavera o de las pruebas de un nuevo modelo de extintor en un incendio forestal, no tardó en levantarse, con algún trabajo, de su asiento y presentar sus excusas por retirarse tan temprano; estrechó la mano de Van como si estuviera despidiéndose para siempre (cosa que, de hecho, estaba haciendo). Van se quedó solo con las dos damas en el salón desierto y frío, en el que el maître había procedido disimuladamente a una mezquina reducción de la luz faradayana.

—¿Qué le ha parecido mi hermano? —preguntó Dorothy— On red chayshiy chelovek. (Es un hombre como hay pocos.) No sabría decirle hasta qué punto le ha afectado la terrible muerte de su padre de usted, y, naturalmente, también el extraño final de Lucette. Ni siquiera él, el de los hombres, podía por menos de lamentar la despreocupación parisina de esa chica, pero, así y todo, la admiraba mucho... Y usted también, ¿no es verdad? No, no, es inútil negarlo, yo he dicho siempre que su gracia parecía el complemento natural de la de Ada: eran dos mitades que, al reunirse, realizaban algo así como la belleza perfecta en el sentido platónico del término (otra vez aquella sonrisa sin alegría). Ada es, ciertamente, una «belleza perfecta», una verdadera muirninochka, incluso cuando hace ese gesto, pero sólo es bella según nuestras pequeñas reglas humanas, según la estética de nuestra sociedad —¿estoy en lo cierto, profesor?—, del mismo modo que un plato de cocina, o un matrimonio, pueden ser llamados perfectos.

—Hazle una reverencia —dijo sombríamente Van a Ada. —Mi Adochka ya conoce mi devoción por ella (abriendo la mano sobre la palma de Ada, que se retira). He compartido todas sus preocupaciones. ¡De cuántos cow-boys podzharik (de entrepierna ajustada) hemos tenido que librarnos porque delali ey glazki (la miraban amorosamente) ¡Y cuántas sensibles pérdidas hemos llorado las dos desde el comienzo de este nuevo siglo! Su madre y la mía; el Arzobispo de Ivankover y el doctor Swissair de Lumbago (donde fuimos a verle mi madre y yo, con gran veneración, en 1888); tres tíos eminentes (a los que, por fortuna, apenas conocía); y su padre de usted, que siempre he dicho que parecía un aristócrata ruso más que un barón irlandés. A propósito, en el delirio de sus últimas horas... Ada, no te contraría que divulgue ante tu primo los chismes de familia...nuestra maravillosa Marina estaba obsesionada por dos alucinaciones mentales mutuamente excluyentes: que usted y Ada eran marido y mujer, y, al mismo tiempo, hermanos. El choque de esos dos errores la sumergía en tormentos indecibles. ¿Cómo explica ese tipo de conflictos su escuela de psiquiatría?

—Bueno, yo ya no voy a la escuela —dijo Van, ahogando un bostezo —y en mis escritos me esfuerzo en no «explicar» las cosas, y no hacer sino describirlas.

—No puede usted negar, sin embargo, que ciertas intuiciones... Continuaron en aquel tono durante más de una hora, y las contraídas mandíbulas de Van empezaban a hacerle daño. Finalmente, Ada se levantó. Dorothy hizo otro tanto, pero, una vez levantada, continuó hablando.

—Mañana cenará con nosotros nuestra querida tía Beloskunski-Belokonski, una encantadora señorita mayor que vive en un chalet sobre Valvey. Muy «gran dama», y todo eso. Le gusta gastar bromas a Andrei diciéndole que un simple granjero como él no habría debido casarse con la hija de una actriz y de un marchandde cuadros. ¿Nos hará usted el honor de compartir nuestra mesa, Jean?

—¡Ay, no, querida Daria Andrevna! —respondió Jean—. Debo vigilar mi peso. Por otra parte, mañana tengo una cena de negocios.

—Al menos (sonriendo) podía usted llamarme Dasha.

—Yo estaré por Andrei —explicó Ada —porque, en verdad, la gran dama en cuestión es sólo una vulgar cabra loca.

—¡Ada! —exclamó Dasha, con una mirada de suave reproche.

Antes de que ambas damas se dirigiesen al ascensor, Ada miró a Van, y éste, que no era ningún novato en materia de estrategia amorosa, se guardó de hacerla observar que «olvidaba» en su asiento su pequeño bolso de seda negro. No las acompañó más allá de la galería que conducía al ascensor, y esperó el previsto regreso detrás de una columna de orden mestizo, como suelen encontrarse en los halls de los hoteles, sabiendo que tan pronto como en el indicador del ascensor se encendiera el rojo, bajo la presión de un dedo ágil, Ada diría a su maldita compañía (que estaba, sin duda, revisando sus opiniones sobre el beau ténébreux): Akh, sumochku zabila (¡olvidé mi bolso!), y volvería corriendo como la Ninon del viejo Veré para echarse en sus brazos.

Sus labios abiertos se mezclaron con furor, con ternura. Después, Van se lanzó sobre su nuevo, joven, divino cuello japonés, que toda la noche había codiciado como un verdadero Júpiter Olorinus.

—En cuanto abras los ojos, iremos, brum-brum, derechitos a mi casa. Olvídate del baño, salta sobre tus lencloses... —Y, en un desbordamiento de savia ardiente se puso de nuevo a devorarla, hasta el momento (¡Dorothy debía haber llegado al cielo!) en que ella puso tres dedos danzarines sobre sus labios mojados, y desapareció.