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Su madre la llamaba «tesoro mío», y punteaba sus discursos con breves exclamaciones: «¡Terriblemente divertido!», o «¡Adorable!». Pero no por ello dejaba de permitirse observaciones más críticas, como «¡siéntate un poco más derecha!», o «¡pero come, preciosa! (subrayando el «come» con un acento de incitación maternal muy diferente de los sarcasmos con ritmo de espondeo de su maliciosa hija).

Ada, unas veces sentada en su silla en posición bien erguida, con la flexible espalda bien adaptada al respaldo, y otras veces, cuando sus pensamientos o la aventura que estaba contando alcanzaban un grado de suprema intensidad, inclinándose sobre el plato (es decir, no: para entonces su plato ya había sido retirado por el previsor Price) e invadiendo la mesa, con los codos por delante, para volver luego a su posición anterior, haciendo gestos extravagantes. Había dicho «largo, largo, larguísimo», alzando a la vez las dos manos arriba, muy arriba, para apoyar la palabra con la mímica.

—Pero, tesoro, no has probado la... Price, ¿quiere usted traer la...?

¿La qué? ¿La cuerda que escala, en el ardiente azur, el niño del trasero al aire, ayudante del fakir?

—Era una especie de largo, largo... bueno, quiero decir... (una pequeña pausa) una especie de tentáculo... no, voy a ver si acierto... (sacudía la cabeza y contraía los rasgos, como en un intento de desenredar una madeja a tirones).

No. Enormes ciruelas de color rosa purpúreo, una de las cuales se había abierto de puro madura y exhibía el amarillo de su entraña.

—Y yo estaba allí... (los cabellos le caen sobre la cara, la mano vuela hacia las sienes, esbozando, sin acabarlo, el gesto de apartar el pelo; y luego, bruscamente, un estallido de risa ronca, terminado en una tosecilla húmeda).

—No, en serio, mamá, trata de imaginarte a tu pobre hija incapaz de pronunciar una palabra, pero gritando, gritando sin hablar, porque por fin comprende...

A la tercera o cuarta comida, también Van comprendió algo: lejos de corresponder a las exhibiciones de una criatura brillante que trata de deslumbrar al recién llegado, el comportamiento de Ada debía interpretarse como una tentativa desesperada, y bastante inteligente, de impedir que Marina se apropiase de la conversación y la convirtiese en una conferencia sobre el teatro. Marina, por su parte, mientras acechaba su oportunidad de poner en marcha su hobby, experimentaba un cierto placer profesional al representar el papel bien trillado de la tierna madre orgullosa del encanto y el ingenio de su hija, y que a su vez da expresión a su propio encanto y a su propio ingenio en la indulgencia con que tolera la frondosa verbosidad de la niña. ¡ Marinaera quien estaba exhibiéndose, y no Ada! Y una vez que Van hubo comprendido la verdadera situación, aprendió a aprovechar una pausa (cuando Marina se aprestaba a rellenarla con algunas Stanislavskianas selectas) para lanzar a Ada a las revueltas aguas de la Bahía de la Botánica, un viaje que en otros momentos le había dado miedo, pero que en la sobremesa familiar resultaba ser el modo más seguro y más sencillo de echar una mano a su Ada. La táctica era especialmente importante a la hora de la cena, ya que Lucette y su institutriz cenaban antes en su habitación y entonces no era posible contar con mademoiselle Larivière para que relevase a Ada, en el momento crítico, con las pintorescas referencias a sus trabajos literarios (ahora estaba dando los últimos toques a su famoso Collar de Diamantes) o a sus recuerdos de la primera infancia de Van, como aquéllos, eminentemente gratos, en los que figuraba su amado preceptor ruso, que la cortejaba amablemente, que escribía en ruso versos «decadentes» de ritmos «libres» y bebía a la rusa en la soledad de su habitación.

Van: «Esa flor amarilla de ahí (indicando la florecilla delicadamente pintada en un plato de Eckercrown), ¿es un ranúnculo?»

Ada: «No. Esa flor amarilla es la vulgar "maravilla de los pantanos", la Caltha palustris. En nuestros campos, los campesinos la llaman impropiamente cowslip("primavera"); pero, como todo el mundo sabe, la verdadera primavera, la Primula veris, es una planta completamente distinta.»

—Entiendo —dijo Van.

Marina (tomando la palabra):

—Sí, así es. Cuando yo hacía el papel de Ofelia, el hecho de haber coleccionado en otro tiempo flores...

Ada: «Te ayudaba, sin duda. Y el nombre ruso de esa Caltha es kuroslep(que los mujiks de Tartaria, pobres esclavos, aplican equivocadamente al ranúnculo) o también kalujnitsa, como se dice, correctamente, en Kaluga, USA.

—Entiendo —volvió a decir Van.

—Como sucede con otras muchas flores —prosiguió Ada, con la sonrisa tranquila de un sabio loco—, el desdichado nombre francés de esa planta, souci d'eau, ha sido traducido, o será mejor decir transfigurado...

—O bien «desflorado» —aventuró Van, probando también su juego de palabras.

—¡Por favor, hijos míos! —interrumpió Marina, que había seguido la conversación con dificultad, temía ahora, por una incomprensión secundaria, que las metáforas se hiciesen demasiado libres.

—Por suerte —continuó Ada, sin dignarse aliviar la preocupación de su madre— esta misma mañana nuestra erudita institutriz, que fue también la tuya, Van, y que...

(Por primera vez ella pronunciaba su nombre... ¡en una lección de botánica!)

—...y que es bastante severa con los traductores-traidores de lengua inglesa y sus disparates —aunque yo supongo que su celo procede más de la patriotería que de la honradez— ha llamado mi atención, mi mariposeante atención, hacia algunas soberbias «desfloraciones», como tú las llamas, Van, cometidas por un tal Mr. Fowlie en la traducción sedicentemente literal (y calificada por Elsie de «sensible» —sensible! —en un reciente artículo elogioso) del poema de Rimbaud Mémoire, que afortunadamente, y como por presciencia, me hizo aprender de memoria (aunque supongo que ella prefiere a Musset o Coppée).

—... les robes vertes et déteintes des fillettes... —citó Van, triunfalmente.

—Eg-sactamente (imitación de Dan). Por otra parte, Mlle. Larivière sólo me permite leer a Rimbaud en la antología Feuilletin (la misma que tú tienes, sin duda). Pero me propongo procurarme en seguida las obras completas; y he dicho bien, en seguida, mucho antes de lo que creéis. Mademoiselle, dicho sea de paso, va a bajar en cuanto deje bien arropada a nuestra querida, pelirroja, que a estas horas ya debe haberse puesto su camisón verde...

Angel moy—alegó Marina—, estoy segura de que Van no se interesa por los camisones de Lucette.

—...verde, como el verde de los sauces, y haber contado los borreguitos de su ciel de lit, que Fowlie traduce por «la cama del cielo», en vez de por «baldaquino», o «cielo de la cama». Pero volvamos a nuestra pobre flor. El falso louis d'or de esa antología de sucio francés, es la transformación de souci-d'eauen «preocupación del agua», a pesar de que Fowlie tenía a su disposición docenas de sinónimos, como mollyblob, marybud, maybubbley toda clase de sobrenombres asociados a las llamadas «fiestas de la fecundidad», sean éstas lo que sean.