Pero la naturaleza es movimiento y desarrollo. Un día, después de comer, en el salón de música, se le aproximó aún más discretamente que de costumbre, porque iba descalzo, y la pequeña Ada volvió la cabeza, cerró los ojos y apretó sus labios contra los de Van, a quien aquel beso de rosa fresca hundió en un éxtasis anonadante.
—Y ahora, vete —le dijo—. Vete en seguida, estoy ocupada. —Y, viendo que se quedaba allí plantado, como un tonto, ungió su frente enfebrecida con dos pinceladas que trazaron la señal de la cruz al estilo de los antiguos estocianos—. Tengo que acabar esto —añadió, indicando con el pincelito empapado de violeta un híbrido de Ophryx scolopaxy Ophryx veenae— y dentro de un minuto tendremos que vestirnos. Marina quiere que Kim nos fotografíe. Dame la mano, y una gran sonrisa.
(Una gran sonrisa, y vuelta a la odiosa flor.)
XVII
El más voluminoso diccionario de la biblioteca decía, en el artículo «Labio»: «Cada uno de los dos pliegues carnosos que rodean una abertura».
MileyshiyEmile (según llamaba Ada a monsieurLittré) lo decía así: «Parte exterior y carnosa que forma el contorno de la boca... Los dos bordes de una herida simple.» (Es que con nuestras heridas, hablamos; por nuestras heridas, tenemos hijos.) «Miembro que lame.» (¡Querido Emile!)
Una enciclopedia rusa, pequeña pero gruesa, no quería ver en la palabra gouba(«labio») más que un tribunal administrativo de la antigua Lyaska, o un golfo del Ártico.
Los labios de Van y Ada eran absurdamente idénticos, en color y en textura. Por su forma, el labio superior de Van recordaba un ave marina de largas alas vista de frente, y el inferior, grueso y hosco, comunicaba a su expresión habitual un aire de brutalidad. No era así, desde luego, en el caso de Ada; pero, por lo demás, la curva de su labio superior y el grosor del inferior, con su mueca desdeñosa y su color rosa opaco, eran la réplica, en estilo femenino, de la boca de Van. Durante la «fase de los besos» de sus amorcillos (quince días de largos besuqueos húmedos y pegajosos, nada recomendables para su salud de adolescentes), parecía que entre sus cuerpos sedientos se interponía una pantalla de extraña pudibundez; era, no obstante, inevitable que ciertos contactos y contracontactos atravesasen aquella pantalla, como lejanas vibraciones de gritos de socorro. Concienzudamente, incansablemente, delicadamente, Van pasaba y repasaba sus labios sobre los labios de Ada, atacando, a contrapelo, su terciopelo ardiente, de arriba abajo, de derecha a izquierda, hacia dentro, hacia fuera, hacia la vida y hacia la muerte, y encontraba un sabor deleitable en el contraste entre la caricia alada del idilio visible y la congestión brutal de la carne escondida.
Y la imaginación les pedía nuevos besos. —Querría —dijo él en cierta ocasión —probar el interior de tu boca. ¡Dios, cómo me gustaría ser un Gulliver minúsculo para poder explorar esa cueva!
—Puedo prestarte mi lengua —dijo la niña. Dicho y hecho.
Una gran fresa hervida, todavía muy caliente. Van la degustaba, se la tragaba todo lo dentro que ella se dejaba tragar, y luego, abrazando estrechamente a Ada, le lamía el paladar. Ambas barbillas se llenaban de saliva, «pañuelo», pidió la chica, y sin más preámbulo metió la mano en el bolsillo del pantalón de Van; pero la retiró al instante, y dijo a su compañero que le pasase el pañuelo él mismo. Huelgan comentarios.
(«Aprecié tu tacto», le dijo él un día que rememoraban, entre sonrisas y estremecimientos retrospectivos, aquellas delicias y aquellas dificultades. «Pero ¡cuánto tiempo perdimos!: ópalos irreparables.»)
Van se aprendió la cara de Ada. Nariz, mejilla, mentón, todo era de tal dulzura de contornos (asociaciones retrospectivas son nomeolvides, y flores en el cabello, y las cortesanas, terriblemente caras, de Wicklow), que un admirador extravagante habría evocado fácilmente en tomo a su perfil el pálido vello de una caña, hombre no pensante — pascaltrezza—, mientras que un dedo más infantil y más sensual se habría complacido —y se complacía, de hecho— en palpar aquella nariz, aquella mejilla y aquel mentón. Lo mismo que en Rembrandt, la rememoración es una fiesta en medio de las tinieblas. Los invitados al recuerdo se visten para las circunstancias, y se mantienen erguidos en sus asientos. La memoria es un estudio fotográfico de lujo en el infinito de una 5th Power Avenue. La cinta de terciopelo negro que sujetaba su cabellera aquel día (el día de la imagen mental) realzaba el lustre de su sien sedosa y la blancura de tiza de la raya de sus cabellos. La doble melena caía larga y lisa por el cuello, y se dividía a la altura de los hombros, de modo que entre las ondas de bronce negro se entreveía, en forma de elegante triángulo, la palidez mate de la piel.
Haciendo algo más respingona la nariz de Ada, se habría obtenido la nariz de Lucette. Algo menos respingona, habría sido la de un samoyedo. Ambas hermanas tenían los dientes un poco demasiado largos, y el labio inferior demasiado carnoso para los cánones de la belleza ideal, marmórea, de la muerte. Como llevaban siempre la nariz algo desatascada, las dos jovencitas, de perfil, tenían un aire un poco soñador o asustado (especialmente más tarde, a los quince y doce años). La blancura mate de la mayor (a los doce años, a los dieciséis, a los veinte, a los treinta y tres, etc.) era incomparablemente más rara que el encarnado dorado, de la pequeña (a los ocho años, a los doce, a los dieciséis, a los veinticinco... a los veinticinco, fin). Tanto en la una como en la otra, la línea larga y neta de la garganta, herencia directa de Marina, excitaban los sentidos con misteriosas e inefables promesas (que la madre no había mantenido).
Los ojos. Ada y sus ojos castaño oscuro. Pero, después de todo, ¿qué son los ojos? (pregunta Ada). Dos agujeros en la máscara de la vida. ¿Qué podrían significar (pregunta Ada) para un homúnculo venido de otro glóbulo, de otra Burbuja Láctea, y cuyo órgano de visión fuese (digamos) un parásito interno parecido a la forma escrita de la palabra «ojo»? ¿Qué representarían para ti dos ojos, dos bellos ojos (de hombre, de lemúrido, de lechuza) que encontraras abandonados en el asiento de un taxi? Aun así, Ada, es preciso que describa los tuyos. El iris castaño oscuro, casi negro, con pajitas o rayitos de ámbar dispuestos en torno a la pupila como un reloj de sol de horas idénticas. Los párpados: ornados de pequeños pliegues, v skladochku(la palabra rima en ruso con el diminutivo de su nombre, en caso acusativo). Forma del ojo: lánguido. La alcahueta de Wicklow, aquella noche satánica, de nieve negra y fangosa, que marca la hora más trágica, la hora casi fatal de mi existencia (Van, gracias a Dios, ahora, a los noventa años. De mano de Ada), insistía, con singular energía, en los «largos ojos» de su adorable, de su patética nietecita. ¡Con qué dolorosa tenacidad he buscado en todos los lupanares del mundo el signo y la huella de mi inolvidable amor!)