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Hubo otros regocijantes hallazgos. Así, Van no pudo por menos de reírse con ganas al exhumar, en beneficio de la entomomanía de Ada, este fragmento sacado de una muy seria Historia de las costumbres copulativas: «Los peligros y los ridículos inherentes a la posición llamada "del misionero", adoptada con fines copulativos por nuestra intelectualidad puritana, y de la que tan justamente se mofaban los indígenas de las Islas Begouri —pueblo "primitivo", pero provisto de un sólido sentido común— han sido señalados por un eminente orientalista francés (aquí, larga nota de pie de página, que omitimos) en la descripción de las costumbres amorosas de la mosca Serromya amorataPoupart. Durante el acoplamiento, las superficies abdominales de la pareja se aplican una contra otra, y los orificios bucales están en íntimo contacto. Después de la última palpitación, la hembra sorbe el contenido del cuerpo del macho por la boca del apasionado amante. Se supone —ver Pesson y otros (nueva nota, no menos generosa) —que las golosinas presentadas a la mosca hembra por ciertos machos antes del acoplamiento (los femoratay amorata, especies inferiores, deben, al parecer, ser excluidos de ese número), tales como patas jugosas de moscas enanas envueltas en una sustancia filamentosa, o incluso los presentes puramente simbólicos (epílogo frívolo o preludio sutil de un proceso evolutivo, quién sabe), como pétalos cuidadosamente enrollados y atados con fibra de helecho rojo, representan una prudente garantía con la voracidad intempestiva de la joven dama.»

Más regocijante aún era el «mensaje» de una asistente social canadiense, madame de Réan-Fichini, que escribió y publicó su tratado Sobre los métodos anticonceptivosen jerga kapuskana (para evitar los rubores de estocianos y estadounicianos, sin dejar por eso de instruir en su especilidad a sus colegas más audaces): « Sole segura metoda—escribía— par enganar natura est por un fort contino-contino-contino hasta le plaser, e logo, a l’ultima instanzia, deviar a l'otra rajia; ma por si la dona non se da volta apriesa, capta por son ardore e plaser, la transita est facilitata por la positio buca-baixo.» Un léxico añadido en apéndice explicaba este último término como «la postura generalmente adoptada en las comunidades rurales por todas las clases, desde la nobleza campesina hasta el más vil ganado, en todos los pueblos de las Américas Unidas, desde la Patagonia a la Gaspesia». Ergo, concluyó Van, nuestro misionero se hace humo.

—Tu vulgaridad no reconoce límites —dijo Ada.

—A fe mía que prefiero incluso ser quemado vivo antes que deglutido por una Amadissima(o como quieras llamarla) que, una vez viuda, ponga un buen montón de huevos verdes.

Paradójicamente, Ada, tan impuesta en «cientos» de «ticenos» (y de «insectos»), se aburría mucho con las doctas y voluminosas obras enriquecidas con planchas anatómicas, imágenes de siniestros burdeles de la Edad Media, o fotografías de tal o cual César a punto de ser extraído del útero materno según los diversos métodos de carniceros y cirujanos enmascarados de los tiempos antiguos y modernos; mientras que Van. que detestaba la Historia Natural y denunciaba con fanática indignación la existencia del dolor íísico en todas las regiones del Universo, era infinitamente seducido por las descripciones y representaciones de carnes humanas torturadas. En campos más floridos, sus gustos y sus alegrías eran mucho más afines. A los dos les gustaban Rabelais y Casanova. Ambos detestaban al señor de Sade, a herrMasoch y a Heinrich Müller. La poesía pornográfica de ingleses y franceses, aunque instructiva e ingeniosa en ocasiones, a la larga les asqueó, y su complacencia (sobre todo en Francia, antes de la invasión) en describir los desbordamientos sexuales de monjes y monjas, les parecía tan incomprensible como deprimente. La colección de estampas eróticas del Extremo Oriente del tío Dan resultó ser artísticamente mediocre y calisténicamente pobre. El espécimen más costoso y más hilarante representaba una mongola de rostro oval y estúpido con un horrible tocado, en comunión sexual con seis gimnastas rechonchos e inexpresivos. El lugar de la escena era una especie de escaparate lleno de biombos, arbustos en macetas, telas de seda, abanicos de papel y porcelanas. Tres de los machos, contorsionados en posturas incómodas, utilizaban simultáneamente tres de los principales orificios de la muchacha, que trataba a mano a dos clientes de más edad. El sexto, un enano, tenía que contentarse con el pie deforme que ella ponía a su disposición. Otros seis voluptuosos sodomizaban a sus inmediatos compañeros y un séptimo daba su estocada en el sobaco. Después de haber desembrollado e identificado pacientemente todos los miembros y repliegues abdominales directa o indirectamente colgados sobre la plácida cortesana (la cual, no se sabe cómo, conservaba aún sobre su persona algunas partes de su vestido), tío Dan había anotado con lápiz el precio de la estampa y su título: « Geishade los trece amantes.» Van descubrió aún un decimoquinto ombligo escapado de la prodigalidad del artista, pero no pudo encontrar ninguna justificación anatómica.