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Las palabras de una sola letra no experimentaban cambio alguno. En las demás palabras, cada letra era remplazada por una letra posterior en la serie alfabética, tal que su número de orden, contado a partir de la letra primitiva, viniese determinado por el número de letras de la palabra. Así, «amor», una palabra de cuatro letras, se escribía dpsv(pues «d» es la cuarta letra después de «a», «p» la cuarta después de «m», «s» la cuarta después de «o», y «v» la cuarta después de «r»). Una palabra más larga, como «abrazo» (seis letras), en la cual hay que volver a empezar la serie alfabética, porque se ha agotado, se convertía en devdCHs, ya que las letras de la nueva serie se escribían en caracteres mayúsculos (en el ejemplo propuesto, CH es la cuarta letra que sigue a «z» volviendo a empezar, por lo que va en mayúsculas).

Es un penoso momento para el lector de una obra de divulgación, sobre las grandes teorías cosmogónicas aquél en que el autor (que ha comenzado por párrafos fluidos, sencillos y directos) empieza bruscamente a soltar hileras de fórmulas matemáticas que obnubilan el entendimiento. Nosotros no llevaremos las cosas tan lejos. Sabiendo que se trata del código secreto de nuestro amantes (ese «nuestros» puede constituir, independientemente de su contexto, un motivo de irritación, pero no importa), no dudamos que el más ingenuo de nuestros lectores, a poco dispuesto que esté a considerar nuestras digresiones con un poco más de atención y un poco menos de antipatía, será perfectamente capaz de seguirnos.

Desgraciadamente, se presentaron complicaciones. Ada propuso ciertas mejoras, como comenzar cada carta en francés cifrado para pasar al inglés cifrado a partir de la primera palabra de dos letras, y volver al francés después de la primera palabra de tres letras, aparte de alguna otra complicación adicional. Gracias a esas mejoras los mensajes llegaron a ser aún más difíciles de leer que de escribir, tanto más cuanto que los dos corresponsales, enloquecidos por el exceso de pasión, sobrecargaban su texto con correcciones, recapitulaciones, añadidos tachados, erratas rehechas y faltas de ortografía y de criptografía, imputables tanto a su propia lucha contra su indecible aflicción cuanto a la misma extrema complicación de su código.

En el segundo período de su separación (comenzado en 1886) el código sufrió una transformación completa Ada y Van se sabían aún de memoria los setenta y dos versos del Garden, de Marvell, y los cuarenta versos de la Mémoire, de Rimbaud. Aquellos dos textos les proporcionaron la clave de su alfabeto Así, v.2.11.v.l.2.20.v.2.8. significaba love(amor), pues «v» y el número que acompañaba a esa letra designaban un verso del poema de Marvell, mientras que el número siguiente determinaba la posición en dicho verso de la letra buscada (así: v.2.11 = undécima letra del segundo verso). ¿Soy lo bastante claro. Último detalle: cuando, para hacer la pista aún más difícil de seguir, se utilizaba el poema de Rimbaud, la letra que precedía al número del verso iba escrita en mayúscula. Una vez más, este tipo de explicación es fastidioso y sólo resulta divertido si uno se propone buscar —en vano, por lo demás —errores en los ejemplos dados.

De cualquier manera, pronto se probó que este segundo código presentaba inconvenientes aún más graves que los del primero. La prudencia exigía que los corresponsales no poseyesen ninguna copia, impresa o manuscrita, de los dos poemas, y, por maravillosa que fuera su memoria, era fatal que la frecuencia de los errores cometidos tendiese a aumentar.

Durante el año 1886 se escribieron con tanta asiduidad como lo habían hecho anteriormente: nunca menos de una carta por semana. Por el contrario, cosa extraña, en el tercer período de su separación, de enero de 1887 a junio de 1888 (tras una conferencia telefónica de larga distancia y de muy larga duración, y una entrevista de las más breves) sus cartas se hicieron más raras: Ada escribió apenas una veintena (sólo dos o tres en la primavera de 1888) y Van más o menos el doble. No podremos citar ningún pasaje de esa correspondencia porque todas las cartas fueron destruidas en 1889. (Sugiero que este capítulo se suprima totalmente: Nota de Ada.)

XXVII

—Marina me habla de ti en los términos más calurosos, y dice 'uzhe chuvstvuetsya osen', lo que es muy ruso. Todos los años, en la misma fecha, tu abuela repetía muy puntualmente su fórmula meteorológica: «ya se nota el otoño», incluso si se trataba del día más cálido de la estación en Villa Armina: Marina no entendió nunca que el anagrama se refería al mar y no a ella. Tienes un aspecto espléndido, sinok moi(hijo mío), pero imagino que estarás harto de esas dos niñas. En consecuencia, voy a hacerte una proposición.

—Bueno, me han gustado muchísimo —murmuró Van—; sobre todo, la pequeña Lucette.

—Te propongo que me acompañes hoy a un cóctel. Lo ofrece la excelente viuda de un oscuro mayor de Prey oscuramente emparentado con nuestro difunto vecino, buena pistola, pero había mala luz en el Prado Comunal, y el camión de la basura tocó el claxon intempestivamente. En resumen, esa excelente e influyente dama, que desea ayudar a una de mis amigas (aquí Demon se aclaró la garganta), tiene, según me han dicho, una hija de quince primaveras llamada Córdula, la cual te compensará, a buen seguro, de haberte pasado el verano jugando a la gallina ciega con las «pulgarcitas» del bosque de Ardis.

—Hemos jugado sobre todo a los anagramas y al «Scrabble». Esa amiga a quien hay que ayudar ¿es también de mi edad?

—Es la Duse en capullo —replicó sobriamente Demon—. Y debes saber que hemos de quedar bien. Tú te ocuparás de Córdula de Prey, yo de Cordelia O'Leary.

D'accord—dijo Van.

La madre de Córdula, actriz de teatro demasiado madura, demasiado engalanada, demasiado adulada, presentó a Van a un acróbata turco de bellas manos de orangután cubiertas de pelos aleonados y pupilas ardientes de charlatán ambulante, lo que no era, pues se trataba de un gran artista en su dominio circular. Van quedó tan seducido por sus discursos y por los trucos del oficio (tan generosamente confiados por el turco a su ávido émulo), tan sobrecogido de ambición, respeto, envidia y otros sentimientos juveniles, que le quedó muy poco tiempo para dedicarse a Córdula, carirredonda, pequeña, regordeta, vestida con un jersey de cuello alto de lana rojo oscuro, o a la aturdidora jovencita en cuya espalda desnuda descansaba la mano paternal de Demon, que la encaminaba hacia tal o cual relación provechosa. Pero aquella misma tarde Van se encontró con Córdula en una librería.

—A propósito, Van... ¿Puedo llamarte Van, verdad? Tu prima Ada es mi amiga del colegio. Sí, sí. Y ahora, por favor, explícame qué le has hecho a nuestra difícil Ada. En su primera carta desde Ardis estaba entusiasmada (¡Ada entusiasmada!) por el encanto, la inteligencia, la originalidad, la irresistible seducción...

—¡Qué tonta es! Y... ¿de cuándo es esa carta?

—Del mes de junio, sin duda. Más tarde me ha vuelto a escribir, pero su respuesta... Tengo que confesar que yo estaba muy celosa de ti, celosa de veras, y le hacía montañas de preguntas... Bueno, pues su respuesta fue evasiva y prácticamente sin mencionar a Van.

Éste la examinó con más atención de la que le había concedido hasta entonces. Recordaba haber leído en algún sitio (con algo de esfuerzo podríamos dar con el título exacto. ¿Tiltil? No, eso es en Barba Azul...) que un hombre puede reconocer a una lesbiana joven y sola (el viejo tándem en traje sastre no puede engañar a nadie) por una combinación de tres características: manos ligeramente temblorosas, voz de resfriado y esa huida aterrorizada de los ojos a poco que alguien sorprenda y visiblemente apruebe algún encanto que el azar la haya obligado a mostrar (unos lindos hombros, por ejemplo). Ninguna de esas cosas (sí... Mytilène, petite isle, de Louis Pierre) parecía poder aplicarse a Córdula, que llevaba un garbotos(impermeable) sobre el cuello alto desbocado y sostenía retadoramente la mirada, con las manos hundidas en los bolsillos. Llevaba el cabello corto, de un matiz poco definido, entre paja seca y trigo mojado. Sus claros ojos azules eran similares a los de otros millones de ojos subpigmentados de la Estocia francesa. Su boca tenía la gentileza afectada de una boca de muñeca cuando se cerraba concienzuda y amaneradamente en lo que los retratistas llaman «pliegues en hoz», los cuales son, en el mejor de los casos, dos hoyuelos de forma oblonga, y, (en el peor, esos surcos que hienden las mejillas heladas de las verduleras. Cuando sus labios se entreabrían, y aquél era precisamente el caso, dejaban ver unos dientes aprisionados en su aparato corrector, que en seguida volvía a ocultar.