Выбрать главу

En consideración a los eruditos que lean estas memorias prohibidas con secretos estremecimientos sensuales (como humanos que son) en los abismos secretos de las bibliotecas (donde se conservan piadosamente las charlatanerías, las copulaciones y los sobos de los pornógrafos en descomposición), el autor debe añadir en el margen de las galeradas que corrige heroicamente un anciano enfermo (porque esas largas culebras resbaladizas arañen un último suplicio a los tormentos del escritor) algunas... [El final de la frase es ilegible; pero, felizmente, el párrafo siguiente está garrapateado aparte, en una hoja de bloc. Nota del editor.]

...a propósito del éxtasis de su identidad. Los asnos que pudieran creer realmente que a la luz sideral de la eternidad la conjunción de yo, Van Veen, y de ella, Ada Veen, en algún lugar de América del Norte y en el siglo diecinueve, no representa más que una milmillonésima de la milmillonésima parte de la significación general de un planeta puntiforme, pueden irse a rebuznar ailleurs, ailleurs, ailleurs(si tradujéramos la palabra francesa perdería su valor onomatopéyico; el viejo Veen está lleno de deferencias), porque el éxtasis de su identidad, colocado bajo el microscopio de la realidad (que es la única realidad) revela un sistema complejo de esas pasarelas sutiles que atraviesan los sentidos, rientes, enlazadas, lanzando flores al aire, entre el alma y la carne laminada, y que siempre ha sido una forma de recuerdo, incluso en el instante de su percepción. Estoy agotado. Escribo mal. Quizá muera esta noche. Mi alfombra voladora no se desliza ya sobre el dosel formado por las copas de las selvas tropicales, sobre los pajaritos de abierto pico y sobre las más raras de tus orquídeas. Inserción.

XXXVI

La pedante Ada dijo una vez que la búsqueda de palabras en un diccionario, cuando no tiene por objeto la voluntad de instruirse o las exigencias del arte, es una actividad que se encuentra en una zona intermedia entre la confección de un ramillete decorativo (labor no exenta de cierto atractivo romántico para una jovencita delicada) y los collages«artísticos» de alas de mariposa heterogéneas (que son siempre vulgares y a menudo criminales). Per contra, sugirió a Van que las payasadas verbales, « poodle-doodles», «palabras acróbatas», y otros juegos parecidos, podían encontrar una justificación en la calidad de trabajo cerebral requerida por la creación de un bello logogrifo o el hallazgo de un retruécano inspirado, y no debían eliminar el recurso al diccionario, áspero o complaciente.

Esa era la razón de que admitiese el «Flavita». El nombre se derivaba de Alfavit, antiguo juego ruso de azar y habilidad basado en el enredo y desenredo de las letras del alfabeto. El Alfavithabía estado muy de moda en Estocia y en Canadia hacía 1790. Renovado a comienzos del siglo diecinueve por los « Madhatters» (como se llamó en otros tiempos a los habitantes de Nueva Amsterdam), alcanzó, tras una etapa de decaimiento, una nueva boga hacia 1860, y, un siglo más tarde, dicen que vuelve a estar de moda bajo el nuevo nombre de Scrabble; algún hombre ingenioso lo habría reinventado, sin haber tenido conocimiento de su forma o de sus formas originales.

La versión rusa de nuestro juego, muy difundido por los hogares campesinos ricos cuando Ada era niña, se jugaba con 125 fichas en forma de cuadraditos con letras. Se trataba de que el jugador compusiese palabras, en líneas horizontales o verticales, sobre un tablero de 225 casillas, 24 de las cuales eran de color marrón, 12 negras, 16 naranja, 8 rojas y el resto de un amarillo dorado (también llamadas «flávidas», para justificar el nombre original del juego). A cada letra del alfabeto cirílico correspondía un cierto número de puntos (la F, excepcional en ruso, valía hasta diez puntos; la A, de las más comunes, sólo uno). En una casilla marrón, el valor numérico de una letra se duplicaba, y en una casilla negra se triplicaba. El naranja doblaba la suma de puntos correspondientes a la palabra entera, y el rojo la triplicaba. Lucette recordaría más tarde las formas monstruosas que habían revestido en su delirio (durante una fiebre aguda de origen estreptocócico que contrajo en California en septiembre de 1888) los insolentes triunfos de su hermana, que multiplicaba por dos, por tres e incluso por nueve (en cuanto por dos casillas rojas) la puntuación de sus hallazgos verbales.

A cada ronda del juego, cada jugador se servía, a ciegas, siete fichas, y formaba su palabra en el tablero. El que iniciaba el juego y trabajaba, por tanto, en terreno virgen, se conformaba con colocar dos letras (o más, si podía) utilizando la casilla central marcada con un heptágono llameante. A continuación, cada uno colocaba su palabra (de izquierda a derecha, o de arriba abajo) alrededor del punto catalítico formado por una de las letras ya presentes en el tablero. El que reunía mayor número de puntos por letras y por palabras había ganado la partida.