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—¡ Gosh! —exclamó la chica, con una ingenua explosión de argot de nodriza que enterneció a Van; su padre mismo no pareció experimentar tanta umilenié(ternura)—. ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Abriéndote camino con las garras a través de las nubes y abatiéndote sobre el castillo de Tamara!

(Lermontov parafraseado por Lowden.)

—La última vez que disfruté de tu presencia —dijo Demon— fue en el mes de abril. Llevabas un impermeable con capucha blanca y negra, y apestabas a no sé qué droga de arsénico, porque volvías del dentista. El doctor Pearlman se casó con su secretaria, te alegrarás de saberlo. Y ahora, querida, vamos a las cosas serias. Acepto tu vestido (esa vaina negra desmangada), tolero tu romántico peinado, no me gustan mucho esos escarpines na bosu nogu(que te dejan casi descalza), tu perfume Beau Masque puede pasar... Pero, encanto, detesto y rechazo tu lívido lápiz de labios. Quizás sea la moda en ese viejo Ladore, pero ya no se usa en Man ni en Londres.

Ladno(de acuerdo) —dijo Ada; y, descubriendo sus grandes dientes, se frotó sin piedad los labios con un pañuelito que se había sacado del pecho.

—Eso es también provinciano. Deberías llevar un bolsito de seda negra. Y ahora voy a demostrarte lo buen adivino que puedo ser: tu sueño es convertirte en concertista de piano.

—¡Nada de eso! —dijo Van, indignado—. ¡Qué absurdo! No toca ni una sola nota.

—Bien, no hablemos más —dijo Demon—. La Observación no siempre es la madre de la Deducción. Pero no hay nada vergonzoso en olvidar un pañuelo en la tapa de un Bechstein. No tienes que ponerte tan colorada, cariño. Voy a recitarte algo como intermedio cómico:

Lorsque son fiancé fut partí pour la guerre

Irene de Grandfief, la pauvre et noble enfant

ferma son piano... vendit son élèphant.

El enfantes del autor, pero el élèphantes mío.

—No me digas —rió Ada.

—Nuestro gran Coppée —dijo Van —es horrible, desde luego, pero ha compuesto cierto poemita seductor que la Ada de Grandfief aquí presente ha torneado en inglés varias veces, con más o menos éxito.

—¡Oh, Van! —exclamó Ada, con un tono mimoso desusado, mientras cogía un buen puñado de almendras saladas.

—¡Oigámoslo, oigámoslo! —exigió Demon, quitándole una almendra.

Todo esto —el contrapunto preciso de gastos entrecruzados, la candida alegría de la reunión de familia, los hilos de las marionetas que nunca se enredan —«es más fácil de describir que de imaginar».

—Sólo los grandes artistas, maestros inhumanos —dijo Van—, pueden parodiar los procedimientos de los viejos narradores de cuentos; pero sólo a nuestros parientes próximos les podemos perdonar que parafraseen versos célebres. Antes de citar una tentativa de esa clase hecha por un primo (o una prima, poco importa), permitidme que, como prefacio, presente un fragmento de Puchkin, sólo por el placer de la rima.

—¡Por el venenode la rima! —replicó Ada—. Una paráfrasis, incluso la mía, se parece a la corrupción de un término en el curso de los años. «Ponzoña» viene simplemente de «poción», «bebida»; pero hoy significa «veneno». Y los campesinos dicen hoy, por ejemplo, hablando de un prado, que está emponzoñadopor una planta, que puede ser la dulce aristoloquia.

—Lo cual es más que suficiente para mis pequeñas necesidades —dijo Demon— y para las de mis amiguitas.

—Pues bien —prosiguió Van, pasando por alto lo que le pareció una alusión poco decente, pues la pobre plantita había sido considerada por los antiguos habitantes de Ladore, no como un remedio contra la mordedura de reptil, sino como garantía de parto fácil para una madre joven; pero no importa—. Por suerte, el poema se ha conservado bien. Éste es el prefacio:

Cette élégie si dolente,

je I'ai gardée par hasard.

Donc la voici: leur chute est lente...

—¡Ah, lo conozco! —interrumpió Demon:

Leur chute est lente. On peut les suivre

du regard en reconnaissant

le chêne à sa feuille de cuivre.

L'érable à sa feuille de sang.

¡Extraordinariamente torneada!

—Sí. Eso era Coppée. Y ahora, escuchemos a la prima —dijo Van. Y declamó:

Their fall is gentle. The leavesdropper

can follow each of them and know

the oak tree by its leaf of copper,

the maple by its blood-red glow.

—¡Uf! —hizo la parafraseadora.

—¡Nada de eso! —exclamó Demon—. Ese leavesdropperes un hallazgo magnífico, querida.

Atrajo hacia sí a la muchacha, y ella se dejó caer en el brazo de su butaca. Demon, entre los hermosos mechones negros, aplicó sus labios cálidos y húmedos a la oreja ardiente y roja de la chica. Van sintió un escalofrío de placer.

Ahora le tocaba a Marina hacer su «entrada», que ejecutó en excelentes condiciones de claroscuro. Llevaba un vestido de lentejuelas y la cara bañada por el suave halo que desean todas las viejas estrellas. Se aproximó con los brazos extendidos hacia delante, seguida por Jones, que llevaba dos candelabros y se esforzaba al mismo tiempo en mantener dentro de los límites de la etiqueta los puntapiés que aplicaba a un pequeño torbellino oscuro salido de las sombras.

—¡Marina! —exclamó Demon, con el entusiasmo de reglamento. Le dio unos golpéenos en la mano y se sentó a su lado en un canapé.

Resoplando rítmicamente, Jones colocó uno de sus bellos candelabros con dragones sobre la mesita baja de los vasos espejeantes. Se disponía a llevar el otro al rincón donde Demon y Marina preludiaban con mil gracias la conversación, cuando esta última, con una rápida señal, le dirigió hacia una consola próxima al pez rayado. Con la respiración todavía fuerte y agitada, corrió las cortinas, pues ya sólo quedaban del día unas pintorescas ruinas. Jones era un sirviente eficaz, muy lento, muy solemne, incorporado hacía poco al servicio de Ardis, y no había más remedio que habituarse, con paciencia, a su ritmo y a su asma. Algunos años más tarde me haría un servicio que nunca olvidaré.

—Es una mujer fatal, una belleza pálida, una arruina corazones —confiaba Demon a su antigua amante, sin preocuparse de si el objeto de sus alabanzas podía o no oírle (y le oía) desde el otro extremo de la sala, donde estaba ayudando a Van a arrinconar al perro... (operación en la que exhibía una buena porción de pierna). Nuestro viejo amigo, que no estaba menos excitado que el resto de la reunión, había entrado al galope, detrás de Marina, con una vieja zapatilla en la boca La zapatilla pertenecía a Blanche, a la que habían ordenado que encerrase a Dack en su habitación, cosa que, como de costumbre, sólo había hecho imperfectamente. Los chicos sintieron el escalofrío de lo «ya-visto» (un doble «ya-visto» en el espejo de la retrospección artística).

Pozhalsta hez glupostey(Basta de tonterías, por favor), sobre todo delante de la gente —dijo Marina, infinitamente halagada. Y, cuando volvió a salir el lacayo de la boca de carpa llevándose en brazos, patas arriba, a Dack y su juguete, prosiguió —: Verdaderamente, si se la compara con las chicas del país, con Grace Erminin, por ejemplo, o incluso con Córdula de Prey, Ada es una jovencita de Turgueniev o una missde Jane Austen.