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– Ese es su gran problema -interviene Carmen-: le tiene terror a la operación…

– Yo puedo asegurarle que no va a sentir el mínimo dolor, ni siquiera después de la operación.

– Tampoco es por miedo al dolor. Es la simple idea de que me serruchen el tabique nasal. De sólo pensarlo, me siento muy mal…

– Mira como suda, Chucho -dice Carmen al médico, y saca un pañuelo para secar a Jan.

– Sí sí, ya veo; y se ha puesto muy p lido… ¿Siente algún mareo?

– No, mareo no, un poco de escalofríos…

– Déjeme decirle que yo he tenido pacientes capaces de sufrir los dolores más agudos, por evitar que se les aplique una simple inyección intrasmuscular. Personalmente, yo rechazo operar cuando existen fobias de este tipo, porque el miedo irracional es incontrolable, y en medio de una intervención, el paciente más robusto puede hacerte un paro cardíaco.

– Si yo no le tuviera tanto terror al cuchillo, hace 25 años que me habría operado… En mi adolescencia, mi familia trató de convencerme, pero era algo superior a mí…

– Si ese es el caso -dice el médico de pie y dirigiéndose a Carmen- no perdamos tiempo. Yo te aconsejo que antes de pensar en la operación, lo lleves a un psiquiatra. Quizá con un tratamiento adecuado, quiza mediante hipnosis previa, la operación no le sea tan traum tica…

29

Vestida con un camisón ultra corto y muy sexy, Alicia está tomando un jugo de naranja, apoyada contra el congelador donde se encuentra el cadáver de Groote.

Una mujer blanca, cincuentona, con cofia y delantal de camarera, está fregando los cristales de una ventana.

Alicia, se le acerca con un sobre de manila en la mano.

– Ay, Mariana, casi me olvido: Víctor me dejó esto para ti.

La mujer se quita los guantes y coge el sobre.

– Es tu sueldo y el del jardinero, más las vacaciones de los dos.

La mujer mira a Alicia, asombrada.

– Víctor quiere que las tomen a partir de hoy.

– ¿Ah, sí? ¿Y por qué ahora?

– Como yo me marcho unos días a Varadero y él sale en viaje de negocios esta noche, prestó la casa a unos amigos italianos…

– Sí, ya comprendo… Quieren correrse las juergas sin que nadie se entere…

Disconforme, retorna a sus cristales. Alicia la mira de reojo y sigue sorbiendo su jugo.

30

Van Dongen pone en el maletero del Chevrolet rojo de Víctor, el bolso de viaje de Karl Bos. Karl se sienta al lado de Víctor y se seca el sudor de la cara con un pañuelo.

Detrás, un carro toca el claxon. Hace calor. En las inmediaciones del aeropuerto hay un gran atasco. Autocares, taxis, coches particulares se entremezclan en caótico forcejeo por evadirse.

Sombreros de yarey, carretillas cargadas de maletas, ron a pico de botella, luctuosas despedidas, camisetas con la efigie del Che.

Víctor consigue zafarse del atasco y su coche se va alejando entre la muchedumbre.

– La familia pagar sin condiciones -comenta Bos, cuando el carro enfila por la Avenida de Rancho Boyeros…

– ¿Y la esposa de Rieks, qué dice? -inquiere Víctor.

– Estáde acuerdo. Y también la madre, que como siempre se mostró muy enérgica y prohíbe que intervenga la policía. Ella, el abogado de la familia y Vincent me recalcaron varias veces que debemos aceptar las condiciones de los secuestradores y pagar lo que sea.

– Yo creo que debemos pedirles una foto de Rieks, junto a un periódico del día. Tenemos que asegurarnos de que esté vivo.

– No, Jan: los Groote me han prohibido hacer eso. El dinero no les importa. Si a Rieks le ocurriera una desgracia, la esposa cobraría de todos modos un seguro por diez millones de dólares. Lo que quieren es no alarmar a los secuestradores, para no poner en peligro su vida.

– ¡Pero con pedirles una foto no corremos ningún riesgo! De todos modos, si se niegan, haremos como ellos digan. Pero si aceptan enviarnos la foto, yo me sentiré mucho más aliviado.

Karl Bos piensa unos instantes y hace un gesto de duda. Luego mira la hora y pide un celular.

Víctor le presta el suyo y Bos saluda en holandés a su mujer; luego en inglés a su secretaria, y le pide que fije una cita con un ingeniero cubano para el día siguiente.

Diez minutos después, el Chevrolet estaciona en el vecino barrio de Fontanar.

La negra, mujer de Bos, sale a recibirlo.

– Ok, gracias, nos reunimos dentro de dos horas en mi despacho.

A la reunión sólo asistieron Karl Bos, Van Dongen y Víctor, sin secretarias.

El primer punto, era decidir quien mediaría en la entrega del rescate. Víctor se anticipó a excusarse. Adujo estar todavía muy deprimido por lo que le había sucedido. En efecto, a sólo cinco días de haber sido atacado, aún persistían en su frente y muñecas las huellas de los hematomas. Se lo veía p lido, había perdido peso.

Van Dongen se propuso a sí mismo y Karl estuvo de acuerdo.

Víctor preguntó cómo iban a solucionar el problema del cash. Semejante suma creaba un serio problema. A petición de Bos, Vincent Groote ya había ordenado al Sr. De Greiff, de la sucursal caraqueña, enviar con un emisario los tres millones a Cuba. Y De Greiff se había comprometido a situarlo en La Habana, el 15 de noviembre.

Van Dongen insistió en su idea de pedir fotos de Groote con un periódico del día en la mano. Victor lo apoyó decididamente y Karl Bos terminó por aceptar.

31

Alicia fuma nerviosa.

– ¡Cojones! ¿Y qué vamos a hacer ahora? ¿Mandarles la foto del cadáver, tieso, maquillado de mulata?

– ¡Calma, Alicia! No hay ningún problema.

Ella lo mira malhumorada y con cierta intriga.

– Mañana, cuando tú llames a Bos y te proponga lo de la foto, dile que primero tienes que consultar con tus socios… Y no olvides preguntar quién va a entregar el rescate. Te va a decir que ser Van Dongen…

Alicia garabatea unas notas sobre la mesa y hace otro gesto de mal humor.

– No comprendo por qué no te ofreciste tú… Todo sería más f cil si tú mismo recibes el rescate…

Víctor se aproxima al congelador, lo abre y mira en su interior.

– Ni hablar: no quiero tocar ese dinero ante la gente de la compañía…

Sin interrumpirse, Víctor se pone a quitar las vituallas del congelador.

– … porque resulta ya bastante sospechoso que yo sea el único testigo del secuestro. Y además, Van Dongen es su primo, el hombre de confianza…

Alicia se asombra de verlo en su trajín con los alimentos.

– ¿Qué haces?

– Hay que descongelarlo ¿no?

Ella se queda mirándolo sin comprender

– Para la foto, Alicia… Tenemos que descongelar a Rieks.

– ¿Y cómo vamos…?

– Primero lo exponemos unas horas al sol, allá atrás, al borde de la piscina. Le ponemos una pantaloneta y lo acostamos en una reposadera.

– Está bien…

Alicia se estremece con una mueca de asco.

Doblado, con medio cuerpo dentro del enorme refrigerador, Víctor saca un par de langostas y un pescado, que le pasa a Alicia. Ella los agrega al resto de los alimentos, amontonados sobre la mesa de la cocina.

– Ya, esto es lo último -dice Víctor y se yerque para mirar a Alicia.

Ella se arrima y divisa, en el fondo, el cuerpo de Groote, en posición fetal. Víctor, de lado ahora, introduce una mano e intenta moverlo. Hace varios intentos y no lo consigue.

– ¡Puta madre! ¡Estápegado al fondo!

– Tendríamos que haberle colocado una lona debajo.

– Ahora habr que echarle agua tibia para despegarlo.

Alicia coge inmediatamente una olla grande y comienza a llenarla de agua.

Víctor, ahora con el pecho al aire, enciende un cigarro. Alicia pone la olla a calentar y se le acerca.

– ¿Calculaste por fin el peso de los billetes?