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—Nosotros, los anormales, somos los únicos que anhelamos la libertad... y no sabríamos qué hacer con ella. Además, Krush tampoco era un ángeclass="underline" como jefe del Partido ucraniano fue responsable de más de tres millones de asesinatos.

—Un millón —responde la joven petulante, demostrando que tiene razón cuando habla de la bondad del antiguo dirigente.

La conversación se hace más fluida porque nada de lo dicho modifica la opinión de los allí presentes, y menos aún la de algún miembro del Gobierno. El diálogo tiene tanto en común con la vida social del país como el juego del Monopoly con Wall Street. La prueba de esto es la ferviente iconoclasia, aunque todos saben que algunos de los presentes pasan información a la KGB: pequeños chismes inofensivos que se recompensan con privilegios igualmente poco considerables. Y aunque se conjetura quién es realmente el infame, y aunque cada comensal murmura acerca de su vecino, casi todos concuerdan en que un hombre —un escritor que en ese momento elogia a Bulgakov en medio de un círculo de colegas de menor magnitud— no sólo delata sino que también inventa. En Occidente le consideran un defensor de la libertad, y aquí un soplón, pero la gente se limita a tratarle con un poco más de cautela, sin eludirle.

—¿Eh, Yenia, te la harás recortar en Tel-Aviv?

El padre fanáticamente comunista de Yenia, que reemplazó el supersticioso ritual judío por la moral socialista, decidió no circuncidar a su hijo. Ahora él, el padre, detesta al Partido, pero no se atreve a renunciar porque no quiere padecer el castigo inherente a tan abominable insulto al régimen soviético. Y los hospitales soviéticos no trafican con prepucios.

La celebración está en su apogeo. Un historiador que escribe acerca de las indescriptibles abyecciones de la intervención aliada de 1918, bebe como un cosaco y me confiesa:

—Catorce jodidos ejércitos antisoviéticos combatían en suelo ruso. ¿Por qué, oh, por qué no pudieron aplastar el régimen soviético antes de que éste llegara a consolidarse?

Cerca de mí, dos perfiles iluminados por la mugrienta ventana no se oyen en absoluto el uno al otro, pero esto no estorba la delicada trama de sus argumentos. Al fin y al cabo ensayan desde hace muchos años, y ahora uno de ellos está casado con la ex esposa del otro.

 

Kandidat de

 

 

ciencia filológica Ilustrador de libros

 

...brecha de atraso político

se ensancha a medida que

aumenta la podredumbre rusa...

 

...huir a Occidente, donde ya

ni siquiera se busca un

Paraíso Perdido, equivale al

suicidio, para un artista...

 

...oscurantismo, miseria,

brutalidad, y lo más importante

es que la opción entre la

tiranía y la matanza anárquica,

determinará que se necesite

otro siglo para cambiar...

 

...el Occidente racionalista— legalista-materialista: frigoríficos Westinghouse — y no olvides que West significa Occidente— repletos de productos, ¿y pretendes que eso alimente el alma?...

 

...asqueado del romanticismo

que continúa buscando nobleza

en el estercolero de la Vieja Rusia...

el mismo autoengaño

que nos arruinó a nosotros,.

 

...una dictadura cínica, sí, pero yo jamás iría a un lugar donde la ética interior también está corrompida...

 

Las muy publicitadas secuelas de la borrachera del Kandidat permiten que su adversario más vigoroso alcance la victoria.

—Sí, estamos gobernados por déspotas con sus látigos y su mierda marxista-leninista. Pero afirmo que somos más libres, y más felices, que en los países donde todos se ofrecen voluntariamente para servir a la General Motors... Pasternak lo dijo todo en aquel mensaje de Año Nuevo. El socialismo no es más qué nuestra tentativa de poner en práctica el cristianismo que ellos predicaron durante siglos. Tomamos los sermones en serio porqué somos atrasados e ingenuos, y naturalmente lo echamos todo a perder por las mismas razones. Sufrimos espantosamente por nuestros errores. ¿Pero por qué nos odian por esto?

Me abro paso hacia el otro extremo de la habitación. No hace mucho tiempo, estaba ávido de disertaciones sobre el socialismo, pero la monotonía acaba siendo tan chocante como la hipocresía... la cual sería bastante obvia al cabo de unos pocos meses aunque no supiera que el ilustrador de libros que se complace en proclamar su encono contra la corrupción occidental vive desahogadamente gracias a los dibujos de propaganda que vende a editoriales de cariz reaccionario. Ni siquiera se abstiene de cometer auténticas vilezas en libros infantiles: campesinos alemanes orientales altos y felices, alemanes occidentales encorvados y asustados.

Sus asertos de que el ruso no debe desgajarse de la cultura rusa son más estentóreos porque compara tácitamente su talento y su futuro con los de Yenia. Y porque los focos luminosos de todas las artes, la minoría de los auténticos creadores que se mantuvieron incorruptos, evacúan él país sumados a la emigración judía. Dejan atrás el resto de la élite intelectual, buena parte de la cual está manchada por la deshonestidad. Las dachas y los privilegios de camarilla por los que venden sus materiales mercenario; parecen más lastimosos cuando los mejores hombres les vuelven la espalda.

Por contraste, los amigos íntimos de Yenia, que están apretujados cerca de la cocina, recuerdan sus viajes a las provincias donde, comisionados para pintar murales, fornicaron a diestra y siniestra, sin perdonar ni a las hijas de los presidentes de granjas colectivas ni a las detenidas en los campamentos de trabajos forestales. Antes, estas conversaciones me gustaban aún más. Son veraces: el reflejo de la despreocupada vida bohemia, cuyos protagonistas lo abandonan todo durante un mes a cambio de aventuras inciertas porque sólo les importan las buenas vibraciones. Pero lo cierto es que todos esquilman a alguien para asegurarse el sustento, así como los hippies dé la costa occidental de los Estados Unidos subsisten gracias a los cheques que sus padres les envían mensualmente. Y aunque la discusión acerca de las orgías sexuales de la noche anterior y acerca de la marca de vodka que aporta un sabor más dulce a los conos puede ser divertida, estos individuos están más obsesionados por él sexo que muchos otros moscovitas. Una ex amante de Yenia me contó en una oportunidad que si una nueva conquista no se siente cautivada por éste a primera vista, él apenas puede hablarle. Se siente tan inseguro de sí mismo, agregó la muchacha, que necesita el estímulo dé la aprobación inmediata, y sólo después recupera su desmedida naturalidad. Sea como fuere, sospecho que algunos amigos de Yenia están tomando notas minuciosas para un reportaje del samizdat sobre la vida en Moscú, donde ellos mismos desempeñarán el papel de héroes antiheroicos.

Un director de cine me empuja con el codo para abrirse paso hacia las candilejas y tropieza con el hombre de más edad que está presente en la habitación, un gordo de aspecto travieso. Cuando recojo el hilo de su monólogo, está evocando su juventud. Nacido en Polonia, se convirtió en una anomalía: un jugador de fútbol judío. No era «una bola de grasa como ahora, sino bello y esbelto como un lápiz, vaya, yaya». —Entonces se produjo la invasión nazi. Huyó hacia el Este donde el Ejército Rojo trinchaba su mitad, y pronto cayó en manos de la NKVD. El tren-jaula que lo llevó a Siberia no era digno de transportar cerdos, y vivió como un troglodita en esa colonia increíblemente primitiva, recogiendo bayas y aguzando piedras para cortar leña. Muchos murieron durante el primer invierno, pero eso era mejor que ser arreado a las cámaras de gas, como casi toda su familia. Nunca perdió el afecto por cada nuevo día, ni la gratitud hada los rusos, que no lo mataron.