Выбрать главу

Estos son manejos delatores. ¿Cómo se explica el gesto significativo de facilitarme un coche? Una limousine Chaika, el carruaje del Comité Central, fabricado a mano, en cuya presencia los policías abren una brecha entre el tráfico común, así como los cosacos dispersaban a la chusma a latigazos. En una oportunidad Aliosha me mostró un folleto distribuido entre los conductores de Moscú.

 

¡camaradas! De Vez en Cuando, Veréis Automóviles «Chaika» por las Calles de nuestra CAPITAL. Transportan a Funcionarios Electos de nuestro PARTIDO y Gobierno, y a Huéspedes Extranjeros dé la Unión Soviética. Cada Vez que Veáis un «Chaika», Arrimaos Inmediatamente a la Acera, y Esperad que Termine de Pasar.

 

La explicación del chófer, a saber, que en el último momento habían cancelado el viaje del grupo de turistas que deberían haberme acompañado, había sido obviamente ensayada. Al cargar mi equipaje, me escudriñó con la curiosidad propia del agente por su presa, y eso eliminó la última duda acerca de lo que me aguarda en el aeropuerto. Sin embargo, el viaje de salida de Rusia ya se ha convertido en algo cuyo final no puedo imaginar, y que por tanto quizá no se producirá. Me repantingo para disfrutarlo. La lanilla del asiento huele como olía la del Buick nuevo de mi padre, cuando lo trajo por primera vez a casa en 1950.' Me he regalado con una sopa de setas, pirozhki y vodka en un restaurante llamado El Central. ¿Qué tiene de trascendente un vuelo de cuatro horas?

Sólo las ironías bien valen ese viaje. El intrépido explorador del submundo moscovita parte en una limousine Chaika. Y no le acompañan los amigos rusos a los que consagró su emoción, sino un solterón norteamericano que vuelve a un banco de Londres, después de sus vacaciones de Navidad, y que trata de entablar una conversación sobre las mejores gangas que se consiguen en las tiendas para clientes con divisas fuertes.

Lo curioso es que este extraño muy atildado no me fastidia ahora como me habría fastidiado hace un año. Espontáneamente, me obliga a pensar en lo que corresponde. En el mundo real donde estaré esta noche, ¿a quién le importará que en la Oficina Central de Correos que ahora dejamos atrás, a nuestra izquierda, un difunto llamado Aliosha y yo hayamos redactado telegramas cómicos dirigidos a nuestras respectivas personas, mientras aguardábamos la aparición de chicas apetecibles? Mi compañero de viaje tiene una experiencia útil... muy diferente de mí conocimiento íntimo de Moscú, Éste vale mucho menos: de lo que yo alardeo. Estoy harto de ser más importante aquí que en el exterior, sólo porque soy ajeno.

Además, esta es su oportunidad para descubrir Rusia. Pertenece a la categoría de los norteamericanos que llegan y sientan sus reales. En todo Moscú se inauguran oficinas del First National City Bank, del Chase Manhattan de Rockefeller, de Univac y otras empresas, cuyo personal, provisto de un importante presupuesto para gastos, reserva las mesas de los mejores restaurantes. Bajo el retrato de Lenin, el ministro de Comercio Exterior firma un contrato con Pepsi-Cola para que ésta produzca millones de botellas anuales, y el camarada Brezhnev se jacta de que él beberá la primera. El pueblo ruso hará cola todo el día, y cuando tenga finalmente en sus manos le Pepsi y la goma de mascar —antiguos arquetipos de la grosería y el imperialismo norteamericanos— la nueva revolución se postergará durante otros cincuenta años. Habrán triunfado: Orwell tenía razón.

La acometida de los hombres-organización empezó en ese día del pasado mes de mayo, con la visita de Richard Nixon, ex asesor legal de Pepsico International. Muy pronto «mi» Moscú no será el mismo.

El joven y simpático banquero se aproxima más a su ventanilla, como yo a la mía. Las luces callejeras están encendidas: la noche empieza a las cuatro. El raudo, avance del Chaika conspira para aislarme del borrón pasajero de tiendas y parroquianos, pero me concentro en esta última oportunidad para refrescar mis recuerdos. El jubiloso instante en que Anastasia y yo nos estrujamos el uno contra el otro en aquel portal, la entrada laberíntica a la Librería Número Uno.

—Cojamos un taxi para ir al parque Sokolniki —dijo ella. instantáneamente excitada—. Conozco un lugar para hacerlo de pie.

Cuesta arriba por la calle Gorki, favorita para las caminatas.. Frente a la plaza Maiakovski y al hotel Pekin, donde la botella de scotch que le regalé el invierno pasado a Ivan Petrovich, el administrador del restaurante, pondrá siempre a mi disposición la mesa que ya no necesitaré. El chófer tiene prisa por llevarme hasta su jefe. Ante las puertas de fortaleza de una tienda de comestibles llamada «Armenia», donde los clientes elegantemente vestidos forman una cola de cien metros, sobre el fango de la acera, para comprar el baklavá con que adornarán sus mesas de Año Nuevo.

La cola ondula delante de las fachadas macizas y los patéticos escaparates, más sórdidos que nunca en la oscuridad de la tarde. La nieve húmeda empapa los hombros al posarse. De pronto, la clave de esta escena se me aparece en un monólogo del príncipe Mishkin, en El idiota de Dostoiewski. Mishkin explica que los rusos se entregan a los extremos impulsados por la fiebre, la sed quemante... Apenas los rusos llegamos a una costa, apenas estamos seguros de que se trata de una costa, nos regocijamos tanto que perdemos todo sentido de la proporción... La inflamada pasión que desplegamos en tales ocasiones no nos sorprende sólo a nosotros, sino a toda Europa. Cuando un ruso abraza el catolicismo, seguramente se convierte en jesuita, y fanático, para colmo. Si se hace ateo, indudablemente exigirá que se erradique por la fuerza la fe en Dios... ¿Por qué esa furia repentina? Porque por fin ha encontrado su madre patria, la madre patria que jamás ha tenido aquí, y es feliz. Ha hallado la costa, la tierra firme, y corre a besarla... El socialismo también es hijo del catolicismo... Como su hermano, el ateísmo, también fue engendrado por la desesperación... Para sustituir la fuerza moral que ha perdido la religión, para saciar la sed espiritual de la humanidad abrasada, no mediante Cristo sino mediante la violencia... «¡No os atreváis a creer en Dios!!No os atreváis a ser propietarios de bienes! No os atreváis a tener vuestra propia personalidad. ¡Fraternité ou la morí!»

 

Esto explica la buena disposición para esperar dos horas antes de comprar las golosinas que se ofrecen en «Armenia». Aunque algunos de los objetivos visibles de los rusos sean muy mezquinos, jamás los impulsó exclusivamente la comodidad material. El sueño ruso, diez veces más vehemente que el norteamericano, está mezclado con ideas religiosas acerca del sufrimiento en aras de la salvación espiritual. La ruindad de este mundo alimenta las fantasías acerca de otro más noble, y en su afán por alcanzarlo permiten que los tiranos locos les hagan pasar hambre y los fusilen. Lo sé porque experimento esa fiebre en mí.

Pero cuando nos detenemos frente a un semáforo, la vulgar exageración que encuentro en este planteamiento me enfría. Por cada Dostoievski que analiza la atormentada alma rusa y por cada Solyenitsin que clama arrepentimiento, hay diez millones de Pavel Ivanovich a los que sólo les preocupa saber qué filme verán el sábado. Cerca de esta misma calle Gorki, vive un ingeniero que yo conozco, más representativo de las nuevas masas urbanas que cualquier otro personaje creado por los enamorados de Rusia o quienes denigran el régimen soviético. Se preocupa por sus hijos y su coche, y no se siente culpable por las purgas.

—¿Para qué sirve toda esta mierda intelectual? —me espetó un día—. La versión de que nos torturamos constantemente es un mito. La evocación de los viejos problemas puede generar otros nuevos.