No, debo eludir todas esas complicaciones y todo lo que es demasiado cierto para ser inventado. Mi tarea consiste en pergeñar una pantomima para explicarle a Bastardo la presencia del material jurídico. Lo he hecho antes con él, y podré hacerlo nuevamente en este trance. Le diré que necesito algunos pasos auténticos para despertar el interés de los expertos en asuntos soviéticos que trabajan en Washington, porque así podré sonsacarles la información que él me pide. «Evgueni Ivanovich, usted mismo me ha enseñado cuán terrible es nuestra censura. Nunca podemos leer la verdad acerca de vuestro sistema jurídico. Todos los Esta— <los Unidos se entusiasmarán con estos impagables ejemplos de la verdadera justicia en acción...»
Pero, ¿sabes una cosa? Estoy harto de farfullar mentiras. Ni siquiera deseo gritar; ni siquiera sigo odiándolo. De una manera extraña me he preparado para el conflicto que deberé enfrentar cuando haya cruzado su barrera y esté en mi base, tratando de encontrar mi auténtica personalidad para consagrarme a ella y no a las carteras académicas y las hipotecas. La Rusia que él representa me ha ayudado a ver con más nitidez la otra —la de la simplicidad, el instinto, la fantasía— y a aceptar que la nación no es una sola: todos deben elegir y optar. En parte gracias a él se han ampliado los límites de mi sensibilidad y he aprendido la lección rusa de que es bueno ser uno mismo. ¡Bastardo, el hombre que nos libera de la inhibición emocional!
Lo que me irrita es que manoseará papeles que son propiedad privada, íntima, de Aliosha y mía. Y que me obliga a desperdiciar en él mis últimos pensamientos. He conocido mucha gente, deseo evocar muchos episodios... y él es el último ruso con quien deberé hablar. Me siento muy reconocido para con este país, pero es cómico que sólo quede la KGB para recibir mi tributo de gratitud.
Me han despejado el mostrador. Siento que me he erguido y que esto confunde a Bastardo: él prefiere que sus pupilos apoyen la cabeza sobre el banco del patíbulo. Ahora le tengo debajo de mi nariz, y todo su poderío simbólico ha desaparecido, hasta cierto punto.
—Evitemos las zalemas, Evgueni Ivanovich. —Me sorprende la madura serenidad de mi tono—. Supongo que usted preferirá reservarlas para alguna fiesta que se celebrará esta noche, ¿no es cierto? En el fondo, viejo amigo, usted es suficientemente honesto para aborrecer su trabajo.
Su reacción es pasmosa... y al mismo tiempo vulgar. Sus ojos despiden chispas pero sus pies se arrastran hada atrás, como los de cualquier fanfarrón al que le hacen frente. En esa fracción de segundo me doy cuenta de que podré pasar de largo, que sólo hará un simulacro de registro porque está seguro de que si me enjuician revelaré todo lo que sé acerca de él en lugar de seguirle la corriente a cambio de una condena abreviada.
—Quiero subir al avión lo antes posible. Por favor, ordene que alguien me ayude con el equipaje.
Sí, estoy nervioso, pero si es necesario empezaré a sacar sus trapos sucios a relucir aquí mismo... y a voz en grito, en un inglés muy claro, además, para que se enteren los pasajeros. Él lo sabe. Deduce de mi postura que soy más fuerte que él. Sólo me callaré en aras de Anastasia. Si armara un gran escándalo ahora, nos separarían durante demasiados años.
Demasiados años. Pienso que mi necesidad de postergar las cosas reales ha caducado. No tengo miedo de dar, de ver, de sentir, de ser. De venerarla aunque sea más pura que yo y, al mismo tiempo, menos perfecta que mi ideal. De amarla como amé a Aliosha, aceptando que una parte de toda felicidad de esa naturaleza debe morir. De saber que todo lo que haga eventualmente en la vida es menos importante que lo que soy... sin que la trivialidad de ello me avergüence. Recuerdo a Maia, en el mostrador de la Biblioteca Lenin. Ahora no importa, tengo mi hijo. Desbordo una alegre gratitud porque tengo, al fin, la capacidad de entenderla con algo más que el intelecto.
Sin dejar de hacer muecas, Bastardo busca una táctica intimidatoria para despojarme de esta dicha. Pero no quiere enfrentarse conmigo, y menos aún en presencia de testigos. Si encuentra el contrabando, lo confiscará discretamente. Y en definitiva esto no importa. Me llevaré conmigo lo que realmente vale.
notes
Notas a pie de página
1 En castellano en el original. (N. del T.)
2 En castellano en el original. (N. del T.)
3 En castellano en el original. (N. del T.)
4 Juego de palabras intraducible. El monigote que salta de la caja impulsado por un resorte recibe, en inglés, el nombre de «jack-in-the-box». Lo cual significa, literalmente, «Jack (Kennedy) en el ataúd.» (N. del T.)
5 Juego de palabras intraducible. «Harebrained» significa «atolondrado» (literalmente, «propio del cerebro de una liebre»). El autor escribe «hair-bramed» (literalmente, «con pelo en el cerebro»), haciendo referencia a la calva de Krushchev. (N. del T.)