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Aparte de Chinguiz, mis amigos son jóvenes simpáticos de clase media. Lev —Dustin Hoffman con barba— estudia realmente por las noches, a pesar de que éste es un pasatiempo monstruoso e insólito cuando los exámenes no son inminentes. Intimidado por la perspectiva de tener que prestar servicios durante tres años en provincias, cuando se haya graduado, está decidido a formar parte de ese cinco por ciento de alumnos más sobresalientes de su curso. Así se eximirá de esa servidumbre y pasará directamente a la escuela para graduados. Estudia en la Facultad de Economía y tiene el proyecto de escribir un libro sobre Robert

McNamara. (Si lo aceptan para realizar trabajos de graduado en el instituto de su preferencia, tendrá acceso a materiales de investigación como ejemplares viejos de la revista Time y el Diario de Sesiones del Congreso.) Para distraerse, juega al Monopoly con el tablero que dejó un miembro norteamericano del programa de intercambio estudiantil. Fascinado por la incongruencia que ello implica en este bastión del saber marxista-leninista, jura que con este juego ha aprendido más acerca del capitalismo que en cuatro años de lectura de textos soviéticos.

Pavel proviene de Tbilisi, donde su padre es un alto funcionario del Pravda de Georgia. Una vez al mes, un hermano le trae de casa un paquete que contiene carne ahumada, tarros de encurtidos y tres botellas de vodka casero, contra el cual todos los diarios soviéticos, incluido el del padre de Pavel, llevan a cabo una campaña encarnizada y permanente. El mayor problema de Pavel consiste en decidir si seguirá los pasos de su padre —y si aprovechará la influencia de éste— para labrarse una carrera en el Partido, o si luchará por sus propios medios para convertirse en el artista que anhela llegar a ser.

Y también está Semion, que no es, empero, un amigo, sino por alguna razón un antagonista y tutor. Semion no tiene amigos. A veces no parece tener consistencia física. Es un cúmulo de ondas cerebrales, tensión nerviosa e irritación: la encarnación de la Ruina de la Intelligentsia.

Creo que le veo tanto como al que más, entre los ocupantes de la residencia, lo cual refleja su terrible soledad, porque se mantiene inalcanzablemente alejado de mí a pesar de las horas que pasamos juntos. Horas de absoluta intimidad, porque apenas se aproxima una tercera persona, ya sea rusa o extranjera, con excepción de Chinguiz, Semion se aleja sin despedirse de mí ni saludar al intruso (pero dedicándome una mirada fulminante). Para evitar estos trances, casi siempre se reúne conmigo después de la medianoche.

La primera vez fue alarmante. Una noche se deslizó en mi cuarto, sin golpear, mientras Viktor estaba en su dacha. Cuando me desperté, las manecillas luminosas de mi reloj marcaban las dos. Semion encendió la luz del techo y se encaminó hacia la biblioteca. Nunca lo había visto antes, ni había visto a nadie tan repulsivo. Tenía un cuerpo de embrión y una frente hinchada; la piel facial estaba fuertemente estirada sobre la parte visible de su cráneo, y el cuero cabelludo depositaba escamas vivas sobre sus hombros patéticos. Era evidentemente mayor que el estudiante medio, como el enano veterano de un circo entre recién llegados. Un tic nervioso le crispaba los labios, dejando al descubierto muñones de dientes clorados.

Sin dirigirme más que una mirada (desdeñosa), paseó la vista sobre mi biblioteca como un ladrón que contempla su nuevo botín Cogió tres o cuatro volúmenes de Trotski y Deutscher (entre los más heréticos, y por tanto los más interesantes y peligrosos, de los cien mil libros prohibidos en el país; yo sólo me había atrevido a introducirlos gracias a los buenos oficios de un diplomático amigo) y los abrió a la altura de las portadas para verificar las fechas de edición. A continuación seleccionó otros varios estudios sobre historia rusa, y los metió debajo del saco de lana y lona en avanzado estado de descomposición que usaba a modo de americana. Finalmente se dio por enterado de mi presencia.

—N-n-necesito un libro ti-titulado Los enemigos agrarios del bólchevivismo, de Radkey, el norteamericano, y la últ-t-tima edición de El p-p-punto crucial de Rusia, de Kerenski, publicada en 1970. Espero que puedas conseguirlos. Volveré para preguntártelo la s-s-semana próxima a es-es-esta hora, cuando te devuelva éstos.

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? Esos libros pueden ponerte en aprietos.

Se fue con una mueca —aunque tal vez pretendió ser una sonrisa— y dejó en pos de sí un rastro de cenizas de su cigarrillo tembloroso.

Trascurrieron meses antes de que pudiera averiguar algo acerca de él. Aparentemente, no tiene necesidades naturales: nunca le he visto comer, dormir o usar el retrete, y no puedo imaginarle en la cafetería, codeándose con otros estudiantes. Después de varias horas de conversación, a veces se sirve un poco de agua del grifo del lavabo y bebe unos sorbos. (Luego lavo el vaso con jabón, aunque cuando lo hago me siento disgustado conmigo mismo.) Por lo demás, se alimenta con una marca de tabaco sorprendentemente costosa, libros, y una especie de autotortura nihilista cuyo paradigma se encuentra en las almas condenadas de Los poseídos.

Sólo le he visitado dos veces, la segunda cuando circuló un rumor sensacional acerca de un conflicto dentro del Politburó y yo quise consultar la opinión de la mejor mente analítica de Moscú. El olor de los cubiles de la camarilla después de una noche de borrachera es bastante desagradable, pero el cuarto de Semion despedía el hedor de la celda de un condenado. El sedimento de su cuero cabelludo cubría las sábanas. Los tarros y latas pringosos se acumulaban, como los desechos de un picnic en la playa, sobre las pilas de libros. En un rincón había una montaña de ropa sucia en estado de putrefacción. Esas prendas sin lavar, entre las que se contaban varias camisas blancas, constituían un enigma, porque nunca había visto a Semion vestido con otra cosa distinta de su traje gris de presidiario, totalmente lleno de mugre. Es aún más extraño que la Comisión Sanitaria (designada por las autoridades universitarias para realizar un recorrido semanal por todos los cuartos) tolere la roña de Semion. Tal vez sus miembros desean ahorrarse el espectáculo... ¿O acaso les han ordenado que le dispensen un trato especial? ¿De qué otra manera se explica que le dejen en paz, aunque bajo vigilancia, para vivir su vida asocial, incluso «antisocial»?

Aparece en mi habitación una vez cada semana, después de que he apagado la luz, siempre en busca de nuevos libros cuya posesión podría emplearse como prueba en un juicio criminal, sobre todo a medida que Brezhnev y compañía intensifican la represión contra los discrepantes. Nunca pide esta literatura, sino que la exige como si tuviera derecho a ella.

—T-t-tienes el d-d-deber, como ciudadano del mundo libre, de suministrar el material intelectual que te solicito.

En Semion hay algo más siniestro aún que el cinismo, el desdén y el odio fulminante que irradia su persona. Pero también es el único hombre genuinamente brillante que conozco, y por lo que se refiere a las cuestiones políticas es más erudito y lúcido que todos mis profesores juntos. A través de los turistas y de los estudiantes de los programas de intercambio, de los archivos «clandestinos» y de la red de traficantes moscovitas de libros «raros» (léase «prohibidos»), ha obtenido y absorbido una inmensa cantidad de bibliografía en inglés, alemán, francés y sueco, sobre todos los aspectos de la Historia, la Sociología, la Política y la Filosofía. (Aunque lee muy bien esos idiomas, en los que es autodidacta, apenas puede enunciar una frase inteligible en cualquiera de ellos.) Semion piensa que gran parte de su erudición sólo tiene mérito cuando se la compara con las monsergas soviéticas. La motivación humana, dice, es demasiado compleja para someterla a un análisis exitoso, particularmente cuando éste corre por cuenta de los especialistas en ciencias políticas que viven en Nueva Inglaterra y que no sienten ni a Rusia ni al marxismo, y cuyas interpretaciones se ven influidas por la pedantería académica siempre dispuesta a perpetuarse a sí misma. Para demostrarlo, elige un episodio como la colectivización de la agricultura, incomparablemente más brutal, traumático y significativo para el país, afirma, que las purgas stalinistas que tanto fascinan a los estudiosos de los asuntos soviéticos, y se explaya sobre el tema con cautivante elocuencia, comentando las teorías marxistas, no marxistas y antimarxistas, e incluyendo en su discurso extemporáneo la geografía, el clima, la historia, la psicología, el carácter nacional y la cultura rusos... toda la civilización rusa, con especial énfasis en el papel que desempeña la Iglesia Ortodoxa, al plasmar y reflejar el proceso.