Semion desprecia sobre todo a los científicos sociales occidentales que pronostican una temprana liberalización (¡normalización!) del sistema soviético... lo que demuestra, según él, una extraordinaria ignorancia acerca de las fuerzas nucleares de la mentalidad y la forma de vida rusas. Pero no desdeña mucho menos a los escritores extranjeros que catalogan a todos y cada uno de los miembros muy heterogéneos del «movimiento democrático» clandestino como héroes desinteresados, armados con las banderas de la Virtud, el Bien y la Esperanza de Rusia. Algunos disidentes ensalzados por la prensa occidental, explica Semion, son jactanciosos e intolerantes, además de valientes, y sólo la superficialidad de los analistas occidentales —que consideran una sola dimensión, omitiendo todo lo que no sea la disidencia misma— les impide captar el despotismo potencial de aquellos que combaten la tiranía actual.
—Lenin t-t-también era un disidente en s-s-su época, ¿sabes? ¿Cuántas y-y-veces los analistas occidentales entendieron las cosas mal? ¿Y se tragaron d-d-disparates novelados acerca de los nuevos salvadores de Rusia? ¿Y sacrificaron su inteligencia porque ellos necesitaban héroes p-p-políticos?
El hecho de que los mártires actuales de Rusia sean sometidos a una brutal represión, dice, no basta para hacerles virtuosos, así como la larga opresión a la que fueron sometidos los negros norteamericanos no les ha convertido a ellos en los líderes naturales del país. La aportación de los disidentes y rebeldes soviéticos consiste en tomar conciencia de los graves males de la sociedad... a los cuales ellos tampoco son inmunes. La adulación indiscriminada de Solyenitsin, por ejemplo, responde a una treta publicitaria: una «’solución’ envasada para mentes que no reconocen el negro si no tienen un blanco antagónico». Lo primero que se enseña acerca del leninismo a los estudiantes occidentales, continúa, es que su estrechez se desarrolló como una reacción contra la autocracia a la que se oponía.
—Sin embargo, p-p-por algún motivo los maestros occidentales no pueden aplicar el m-m-mismo concepto analítico a la naturaleza de Solyenitsin, forjada por la sociedad a la cual él se opone. Solyenitsin está entroncado con la tradición rusa: religioso, místico, potencialmente dictatorial. P-p-plus Da, change... P-p-pero no obstante todas las lujosas bibliotecas con que cuentan, ni un solo «estudioso» consentido de P-p-princeton escribe una palabra sobre esto. Y dicho sea entre paréntesis, si lo que anhelan realmente p-p-para Rusia es la democracia, como afirman, el Partido Comunista sirve b-b-bastante bien. En el auténtico sentido de la palabra es b-b-bastante democrático. Está compuesto por los elementos más bajos en la escala social, y refleja sus opiniones. Los estudiosos ni siquiera han puesto en orden sus elementos, o sea sus ideas. Y aquí, los p-p-problemas son mucho más profundos que los de índole académica.
En síntesis, el pronóstico de Semion es muy pesimista y, al igual que buena parte de sus desmitificaciones, tiene un acento realista. Pero por mucho que se burle de la ingenuidad occidental, no puede librarse de su afición a los libros prohibidos. Sabe que un día volverán a ponerle en aprietos. Se dice que uno de los confidentes de la KGB que hay en nuestra planta (espantosamente huraño, en tanto que el otro es un atractivo Don Juan) ha recibido orden de vigilar a Semion aún más estrechamente que a los estudiantes occidentales.
—Tarde o temprano, tendrán que encerrarme en un campo de trabajo. Es como, sabes, vivir en un Estado que dicta, leyes severas contra el pecado. Eso satisface el vacilante deseo personal de morir...
En total, Semion ha pronunciado una docena de frases acerca de su propia persona. La discusión de los asuntos personales es una frivolidad. Sólo los problemas de Estado merecen atención... y sobre todo, la filosofía del poder del Estado. ¿De qué medios se valen algunos hombres para dominar a otros? Las hipótesis, las fórmulas analíticas son sus compañeras. La personalidad —dé los Lenin, los Stalin, los Nasser y los Joe McCarthy— entra en estas ecuaciones sólo como un factor más. Semion es el colmo de ese famoso fenómeno: la condición humana estudiada por un individuo que se aísla del contacto humano común. Seguramente su pasión insaciable por todo lo histórico, antropológico y sociológico es un sucedáneo parcial de las relaciones personales de las que se siente excluido por su fealdad.
Lo que he descubierto acerca de él también parece ser exclusivamente político. Nadó en Rostov del Don, y se trasladó a Leningrado con su madre mientras su padre, miembro de la Cheka, a quien rara vez veía, merodeaba por el país ejecutando misiones muy secretas... presumiblemente asesinas. En Leningrado leía, se mantenía aislado, e ingresó en la Universidad, de donde lo expulsaron, hacía ya siete años, por haber ingresado en una célula política «antisoviética». La «célula» consistía, ciertamente, en un grupo de media docena de estudiantes que se reunían para discutir el pasado y el futuro de Rusia en términos de concepciones heréticas tales como el humanismo, el socialismo agrario y el marxismo «genuino» (por oposición al marxismo-leninismo, distorsión ilegítima y corrompida de las teorías y los ideales de Marx). El grupo estaba fuertemente influido por las ideas de Nikolai Berdiaiev, el filósofo de comienzos del siglo XX que escribió acerca de la creatividad y la personalidad humana libre como sentido capital de la cristiandad y como esperanza para la salvación de Rusia.
Después de meses de discusión y de preparativos excepcionalmente difíciles, el grupo «publicó» una «revista», utilizando, con gran riesgo, una multicopista instalada en una oficina del Gobierno a la cual uno de los miembros tenía acceso. Se trataba de una colección de ensayos acerca de la trayectoria de la historia rusa, interrumpida por el bolchevismo, y ostentaba la inscripción: «Volumen I, Número I». No hubo un segundo número. La KGB desenmascaró a los autores en pocos días y fueron enviados a prisión durante diez meses mientras se investigaba el caso. Juzgados en secreto, los espíritus inquietos fueron sentenciados a cinco años de campos de trabajo y de exilió.
Semion pasó algunos meses en la cárcel, también, pero aparentemente su personalidad monástica le salvó de un castigo severo: aunque era miembro oficial de la «célula», sólo había asistido, a dos reuniones y no había podido soportar la atadura personal de las largas reuniones editoriales «clandestinas» y de los turnos secretos de trabajo con la multicopista que habían sido necesarios para producir el panfleto. ¿O acaso le había salvado la influencia de su padre? De todos modos, es extraño que actualmente esté dentro de la Universidad de Moscú, y no talando árboles en el exilio.
—¿Cómo sucedió? —le pregunté, cuando me confirmó el episodio de Leningrado—. Ciertamente no es posible que te expulsen de una Universidad, que figure tal antecedente en tu expediente, y que después pases a otra.
—Estas cosas ocurren. En este país no t-t-todo es tan eficientemente t-t-totalitario como imaginan tus especialistas en ciencias p-p-políticas... No te p-p-preocupes —añadió, dando a entender que yo podía sospechar que le habían exigido un quid pro quo para permitirle continuar sus estudios—. No t-t-tengo alma de delator.