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La lila florece en nuestros campos natales como si se regocijara, dulce primavera, de ser siempre la misma;

un jefe de brigada jode como un loco a una doncella...

y le pregunta cómo se llama.

 

Al pasar frente a una tienda de libros de segunda mano, vemos el famoso retrato de Lenin tocado con una gorra de tela, en medio de una campiña cursi, con el poema que da a entender que el Padre del Partido Comunista, nacido en abril, hizo que los retoños florecieran y los pájaros cantaran. Aliosha lo lee íntegro:

 

Se derrite la nieve de los campos,

el viento cálido acaricia nuestras sienes,

bandadas de pájaros incontables

vuelan sin temor bajo el sol.

 

Los arroyos borbotean desbordantes,

los gráciles abedules, resucitados,

nos recuerdan nuestro júbilo sincero,

 

EL CUMPLEAÑOS DE LENIN significa que ha llegado la primavera.

 

Y se limita a modificar el último verso: «el cumpleaños de Lenin... disfrutad de una jodienda al aire libre».

El relato que utiliza para ilustrar la sumisión femenina empieza cuando Vanka, el mozo a veces sobrio de la aldea, espía a una bella lechera en el establo.

—Eh, Mashka, sube conmigo al henil, y haremos lo que tú sabes.

—Atrevido. Por supuesto que no subiré.

—¿Por qué no?

—Porque he dicho que no.

—No seas mala, Mashinka. Ven.

El suspiro de Mashka refleja la inutilidad de toda resistencia ulterior.

—Oh, está bien. Me has intimidado, prepotente.

El plato fuerte de su experiencia es el conocimiento de los mejores lugares para hacer conquistas: las bocas de determinadas estaciones de metro cuando uno busca mujeres ligeras de cascos, varias concurridas calles comerciales si lo que se desea son dependientas de tiendas, las cabinas telefónicas de ciertos grandes edificios cuando uno busca secretarias que están programando su velada. Y durante todo el día, la Oficina Central de Correos, de la calle Gorki. Desde allí, las chicas del lugar telefonean a sus amigas para contarles qué han comprado, y las campesinas visitantes —las que se sienten más dichosas de encontrar una cama— telefonean a Sverdlosk o a Jarkov para pedirles a sus padres que envíen un giro telegráfico de treinta rublos. A veces pasamos por allí a las cinco con el único propósito de escuchar lo que se dice en las cabinas y tomar el pulso de la nación.

Los procedimientos prácticos son igualmente importantes. Uno de los axiomas fundamentales dice que las muchachas rusas necesitan un suave empujoncito: hay que estimularlas, tentarlas, acosarlas con vodka o con risas. El ochenta por ciento vuelven en busca de una segunda dosis, afirma Aliosha. Pero debes guiarlas para que atraviesen sus pequeñas barreras.

Otra regla estipula que nunca hay que salir sin una reserva de monedas de dos kopeks. A veces hay que hacer llamadas urgentes —cuando la chica tiene acceso al teléfono de una oficina— o desde un suburbio, y puesto que las monedas de dos kopeks son más escasas que los taxis nocturnos, el hecho de carecer de una de ellas para telefonear desde la cabina más cercana puede convertirse en el factor desencadenante de una catástrofe.

También es aconsejable pedirles a las chicas que reciten en voz alta todas las citas concertadas para el futuro próximo, antes de dejarlas, y no permitir que una damisela recién abordada y renuente a un acuerdo inmediato se vaya antes de que uno haya registrado sus coordenadas. Si no tiene teléfono, debes sonsacarle el número de una amiga que hará las veces de intermediaria, o un domicilio adonde le remitirás telegramas para concertar una cita. Puesto que la promesa de que ella te llamará a ti vale muy poco, nunca es suficiente con dejarle tu número. La gran enemiga, enseña Aliosha, no es la inhibición, sino la despreocupación rusa. Las chicas pierden las hojitas de papel, se distraen, se olvidan.

Por otro lado, el aburrimiento es el gran aliado: la variedad cósmica implicada por el skuka ruso. En una oportunidad exigí una explicación seria de la permisividad. ¿Era producto de la propaganda de algunos antiguos bolcheviques en favor del amor libre? ¿Las actitudes sociales de la Iglesia Ortodoxa habían allanado el camino? Sin negar que la tradicional tolerancia rusa para con el pecado carnal jugaba un papel importante, la explicación de Aliosha se fundaba en influencias más inmediatas, y sobre todo en el gran vacío rutinario de las jóvenes.

—Es una monotonía de tonos monocordes: ni distracciones, ni emociones. Con setenta rublos mensuales, deben resignarse a uno o dos filmes por semana o a su rosquilla diaria con azúcar. En mayor escala, nuestro sistema social las hace arrastrarse por una sórdida pobreza, sin evasiones «burguesas». ¿Entiendes por qué los playboys montados en Jaguars de los países más cuerdos son mucho más pobres que tú y yo?

Sin haber puesto un pie fuera de Rusia (excepto cuando era soldado), Aliosha intuye que en Occidente no podría aspirar a la décima parte de la popularidad que tiene aquí. Está convencido de que la sexualidad espontánea, al igual que las relaciones sociales informales, es una de las ventajas que se derivan de la represión rusa, que deja a las jóvenes en un estado de akuka. Allí donde los restaurantes son escasos y primitivos, la gente está más preocupada por su estómago que por la correcta selección del cuchillo y el tenedor, lo cual explica las escenas poco elegantes —pero llenas de vida— que se desarrollan en las mesas rusas. En un lugar donde los salarios son mezquinos, la televisión espantosa y los grupos de música pop están prohibidos, los convites de Aliosha son festines dignos de reyes. Pero esto es precisamente lo que aumenta el peso de la carga. Una cosa es la compulsión de acostarse con todas las chicas bonitas, pero «la certeza de que puedes hacerlo», suspira, con fingido fastidio, «no te deja en paz. Te repito que un error burocrático me engendró en el país equivocado».

Sin embargo, ya he descubierto que el promedio de conquistas de Aliosha no da una medida totalmente exacta de las actitudes que imperan en Moscú, no sólo en razón de su excepcional talento para desarmar incluso a la minoría inhibida (sería un formidable terapeuta sexual), sino también porque la mayoría de las chicas a las que aborda han dado muestras de este cabal hastío cósmico. Como un ave de rapiña que escoge su presa en el seno del rebaño, Aliosha juzga a las mujeres por su porte y su paso. Las que están cabizbajas en una parada de autobús o marchan sin rumbo son las que recibirán sus atenciones con mayor gratitud, y él las registra en su visión periférica como si fueran gacelas desprevenidas.

Como para ratificar esta tesis, descubrimos a una dulce criatura parada frente a la oficina de la agencia Tass. Sí, acepta venir a nuestro apartamento ahora, pero ¿por qué no «esperamos» un rato? Si «lo hacemos» esta tarde, ¿qué será de ella por la noche?

 

A primera hora de la mañana bajamos atropelladamente la escalera de Aliosha y atravesamos corriendo el patio, mientras engullimos nuestro desayuno de restos de tarta. Vamos a llegar irremisiblemente tarde a dos citas cruciales: la mía, con mi preceptor académico, un burócrata estalinista que amenaza con denunciarme a la embajada si no trabajo un poco; la de Aliosha, con un funcionario de policía, para evitar que le quiten el carnet de conductor por ebrio, según el testimonio de un agente que nos detuvo a medianoche. Con los zapatos aún desatados, riéndonos del sol y del famélico gato de cloaca que viene a pedirnos las sobras, corremos a través de la nieve hacía el remendado Volga. Después de la juerga de esa noche, nos parece divertido entablar negociaciones serias en el mundo exterior antes de volver a encontrarnos para almorzar juntos.