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—Esa fue literalmente la matanza de los inocentes. Pocos de esos muchachos habían conocido la vida o la alegría de vivir en la medida suficiente para compadecerse por perderla. Su problema se reducía a decidir si debían arrebatarle a un cadáver el abrigo que los protegería del frío pero que también les convertiría en blancos más perfectos. La mayoría de ellos esperaban sencillamente su turno, preguntándose sólo si aparecería una cantina móvil, para poder morir con un poco de sopa caliente en el estómago.

A Aliosha le enviaron a cumplir una operación de reconocimiento antes de que a él también le tocara el tumo. Encontraron unos prismáticos y se los confiaron de mala gana a su sargento. Cuando éste fue muerto una hora más tarde, los prismáticos pasaron a manos de uno de los otros dos soldados que le acompañaban en la misión. Cuando ambos hubieron muerto, Aliosha se apoderó del instrumento óptico y echó a correr. Entonces se vio envuelto en una súbita y violenta tempestad de nieve. Totalmente exhausto e irremisiblemente perdido en la inmensidad blanca —el comandante de la división se había negado a entregarle al sargento un mapa completo de la región porque no estaba autorizado a manejar esa información secreta— se sintió agradecido al pensar que el frío entumecedor le ayudaría a prepararse para una muerte apacible. Al amanecer del día siguiente aún estaba vivo. Como la tormenta de nieve había amainado, pudo utilizar los prismáticos, y se los llevó a los ojos para distraerse durante sus últimas horas. Habría sido inútil caminar, aunque hubiera tenido fuerzas. Sin un mapa, cada colina silenciosa se parecía a la de al lado, y el vallecito que se veía a lo lejos podría haber estado muy bien en la luna.

(Al oír cómo el humilde sargento había suplicado que le entregaran un mapa, comprendo súbitamente la obsesión de Aliosha por saber siempre, con exactitud, dónde se encuentra. Entre los muchos motivos de escarnio que tiene contra el régimen soviético, sólo su irritación por la escasez permanente de mapas ruteros traspone el límite entre la ironía y el rencor. Incluso los pocos que hay disponibles, vitupera, están deliberadamente falsificados: los caminos, los puentes y los ferrocarriles se hallan desplazados de su auténtica posición. A los cartógrafos de las universidades también les niegan la «información secreta», los datos precisos. Lo que se pretende es confundir a los cohetes y bombarderos enemigos... lo cual, dice, es una soberana estupidez en esta época en que es posible trazar un mapa desde un satélite, y las auténticas víctimas, como siempre, son los ciudadanos rusos. «Un millón de excavadores que horadan túneles con una desviación de varios metros, veinte millones de conductores que doblan donde no deben... o que mueren embestidos cuando bajan de su coches y se paran sobre el asfalto para rascarse la cabeza frente al enigma de un camino heterotípico... Se han perdido barcas pesqueras, y ha habido caminantes que murieron congelados porque un arroyo serpentea hacia la derecha en lugar de hacerlo hacia la izquierda. Esto lo resume todo, muchacho: el Pentágono conoce la ubicación del último de nuestros almiares, mientras nosotros marchamos a tientas, tratando de descubrir el lugar que corresponde a cada cosa en este nuevo mundo feliz.» Sin embargo, Aliosha guarda todos los mapas que encuentra. El apartamento está lleno de ellos.)

El soldado agonizante jugaba tontamente con los prismáticos. De pronto contuvo el aliento. A través de las lentes escarchadas vio un nutrido contingente soviético, aparentemente una división blindada, que ocupaba el camino de ese valle lejano. Antes de que su sistema pudiera reaccionar cabalmente ante el júbilo del rescate, distinguió varias figuras. Incrédulo, comenzó a arrastrarse. Centenares de soldados estaban literalmente petrificados por el frío junto a los tanques y los cañones de campaña. La naturaleza tétrica del espectáculo se vio intensificada por el hecho de que él lo contemplaba solo en medio de todo el mundo blanco. Rifles que descansaban en brazos que habían quedado congelados en posición estirada; bocas abiertas en medio de gritos y bufidos, incluso de sonrisas espontáneas, como si la carne se hubiera trocado instantáneamente en roca. (Los rostros ennegrecidos también estaban espolvoreados, como monumentos, por la nieve de la noche anterior.) Docenas de hombres habían estado rezando; un oficial apretaba la gorra entre los dientes. Pero la mayoría de ellos estaba en posición supina, con las extremidades estiradas hacia el cielo, como caballos en estado de rigor mortis. Aliosha, que entonces tenía apenas diecisiete años, comprobó, chillando, que nada se movía.

Volvió a correr. El instinto le impulsaba a no morir así. Pero aunque en ese momento no hubiera empezado a nevar nuevamente, aunque hubiera podido hacer algo más que patalear como un condenado debido a que carecía de zapatos para la nieve, todo habría sido inútil, porque distaba tanto de saber en qué dirección encaminarse como de saber si la cosecha de Borgoña del año anterior había sido buena. Fue notable que sus circunstanciales avances en círculo le llevaran a alguna parte. De alguna manera así sucedió y sacando la última caloría de sus prodigiosa resistencia, consiguió llegar trastabillando al campamento.

Recordó, asimismo, que el día anterior le habían enviado en misión de reconocimiento, y reunió unos pocos minutos más de energía para describir el espectáculo de la división perdida a su teniente... quien le condujo hasta el cuartel general para que repitiera la historia. Un mayor con cara de escarabajo le escuchó sin hacer comentarios, y le dijo a Aliosha que si repetía ante terceros una palabra más acerca de su «rumor subversivo», le fusilarían.

De pronto tuvo una imagen muy clara de sus obligaciones para consigo mismo y para con la sociedad. En esas treinta y tres horas se despojó de su máscara de valiente y se convirtió no sólo en adulto, sino en algo muy parecido a lo que habría de ser durante el resto de su existencia: un hombre cínico y taimado, un hábil manipulador del sistema. Decidió que quería vivir y comprendió, simultáneamente, que en el seno del régimen soviético ello era sinónimo de vivir astutamente y bien. Los hombres honestos eran peones o carne de cañón. No quedaba otra alternativa.

A la mañana siguiente, inició su guerra personal de supervivencia. Hacia la tarde había conseguido la plaza de mensajero, que le mantenía a unos pocos centenares de benditos metros del frente. Su inteligencia, que sobresalía como excepcional cuando se la comparaba con la de sus camaradas, los soldados campesinos, le hizo acreedor a un rápido ascenso a cartero de la división:, otra oportunidad para alejarse aún más de la carnicería. En esas circunstancias se hizo famosa su capacidad para memorizar nombres (¿se estaba entrenando para sus conquistas?) y para recordar unas pocas frases consecutivas —y sobre todo para manejar el lápiz y el papel— y fue promovido a escribiente de la división. Pero su habilidad para captar la torpeza y la rigidez de los jefes fue más importante que la rapidez con que aprendió las formalidades y los procedimientos militares. Como los oficiales de la división tenían que hacer grandes esfuerzos para construir oraciones simples sin cometer errores, le llamaban cada vez más a menudo para que redactara sus despachos. En aquel momento en que su desilusión y su cinismo habían llegado al apogeo, descubrió, atónito, que sus superiores aún utilizaban, para pensar, el lenguaje del patriotismo, del deber, de la fe en la autoridad. Su salvación residió en esa misma estolidez, que hacía que no desconfiaran de sus ardides.

El ascenso siguiente le convirtió en redactor del diario mural de la división, firmado por el comisariado del Partido. A medida que los soldados seguían avanzando dificultosamente para hacerse aniquilar, Aliosha redactaba las necesarias apologías a la conducción marxista-leninista-stalinista que inspiraba sus gloriosas victorias. (Al fin, sobrevivieron doce de los ciento ochenta reclutas de su compañía, cuatro de ellos con lesiones permanentes.) Cuando mataron al comisario político, a Aliosha le confiaron temporalmente la función adicional de censor, y ése fue uno de los errores por los cuales ejecutaron posteriormente al oficial responsable, ya que Aliosha no era miembro del Partido.