Выбрать главу

—Los dientes ambarinos, chico, demuestran que hay carne en la despensa. Es un viejo proverbio ruso.

—Por el amor de Dios, no tomes un desvío cuando vuelvas a tu casa. Los bardos aficionados necesitan dormir.

Pero después de poner en marcha el motor, vuelve a apearse y corre hasta el portal para repasar por enésima vez nuestros planes para el día siguiente. La separación es una pena torpemente demorada.

 

El acceso de depresión que me acomete al día siguiente puede competir con los peores que experimentaba antes de conocerle.

Sólo su exhortación me arranca de la cama. Convencido al fin de que me sucede algo malo, aparca el coche donde nos sorprende el azar: junto a la Lubianka.

—¿Qué ganas con esta melancolía? ¿Qué motivos tienes para estar taciturno? Brilla el sol; no tienes que matar el día a la sombra de un estrado judicial. Pero te escucho, habla.

¿Cómo explicarle qué es lo que me inquieta? Sus problemas —el frente Finlandés, todo lo que simboliza el temido edificio amarillo cuya sombra oscurece al coche en este momento— son reales. Los míos son una estúpida colección de neurosis neoyorquinas. ¿Falta de afecto parental? Ja, ja. ¿El derrumbe de mi carrera, la pérdida de Anastasia? Feliz poseedor de todo lo que a él le falta, no puedo explicar el caos inconsciente que me deprime en estos momentos, ni el hecho de que mi vida jamás será rica como él supone. No obstante toda nuestra intimidad, a veces somos extraños. Pero ahora aprendo otra lección: los mejores amigos no deben ser necesariamente gemelos psicológicos.

Nuestra larga excursión termina en una aldea cuya única calle está ocupada por un cortejo de camiones desvencijados, que vomitan gases nocivos. Durante una caminata que hacemos por esa lóbrega aldea para eludir las «orejas» del Volga, Aliosha me habla de los G.N., nuestra clave para designar el plan que le preocupa cada día más. Grandes Negocios. Va a conseguir unos iconos estupendos, que valdrá la pena transportar de contrabando a Occidente. Con dos o tres seremos ricos.

Se trata de un plan peligroso que fácilmente podría atraer sobre nosotros las iras de la KGB, pero Aliosha está decidido. Si me descubren con la mercadería, deberé decir qué la compré a un traficante callejero desconocido. Si el contrabando sale bien pero le descubren a él con la ganancia en dólares, urdirá tina explicación que evitará incriminarme. Aunque las pruebas circunstanciales y la presión para hacernos confesar sean muy grandes, su experiencia jurídica le indica que es imposible que dicten una sentencia por asociación ilícita si nos aferramos, nos aferramos y seguimos aferrándonos a nuestras declaraciones. Y aunque a él le condenen a diez años de cárcel, es probable que en mi caso se limiten a expulsarme definitivamente.

—Escucha, muchacho, yo no confío en nadie sobre esta depravada tierra. Sólo en ti. Porque... bien, te conozco. Y si temes por este lado, voy a pronunciar un discurso. Podrán hacer lo que quieran conmigo. Aunque me corten en pedacitos, nunca denunciaré a mi yanqui.

Sé que esto es cierto y que Aliosha lo ha dicho con una intención más generosa que la de tranquilizarme simplemente respecto de. esta operación. Él y yo contra el mundo por obra de los iconos, y no le desilusionaré, a pesar de mi temor. Ahora que debo preocuparme por este peligro, mi depresión cede un tanto. Sus palabras reverberan en mis oídos.

—Podrán cortarme en pedacitos, pero nunca te venderé.

 

La culminación de las diligencias del día siguiente consiste en una consulta urgente con dos amigos de Aliosha, resabios de la época en que frecuentaba los círculos de moda. Pintores que se han enriquecido ilustrando libros y vendiendo cuadros «clandestinos a los occidentales, ejecutaron, en una noche de borrachera, un dibujo de borrachera, un dibujo erótico, que ha aparecido recientemente en una revista de Hamburgo hasta la cual llegó por vías misteriosas. La Unión de Artistas reaccionó privándoles de sus— estudios y poniendo fin a sus carreras.

Las esposas omiten los refinamientos habituales y participan en la angustiosa conferencia donde se debate la forma de evitar el descalabro de su opulento estilo de vida. Aliosha carea a los condenados acerca de los procedimientos disciplinarios de la Unión y acerca de las actividades que desarrollaron en la noche fatal, y les aconseja que supliquen demencia pero que también expliquen: que la mujer que dibujaron en posición obscena pretendía representar a la hija de Stalin. Dirán que la revista revanchista distorsionó vilmente una caricatura patriótica, aunque de mal gusto, al eliminar el «Svetlana Aliluieva» estampado sobre su frente, junto— con las inscripciones «prensa burguesa» y «capitalismo monopolista» que figuraban en los penes insertados en ella, así como el título de la obra: «Traidora a la Madre Patria, Prostituida a lose Sucios Dólares». Al principio los pintores se sienten irritados por lo que interpretan como una broma inoportuna, pero luego se dejan convencer de la seria intención de Aliosha, y a falta de un plan mejor, acceden a considerar la idea.

Ya estamos lejos, comprando un molinillo para café, cuando Aliosha comenta que en una oportunidad tuvo una aventura con la más elegante de las esposas. Durante el resto del día, no puedo dejar de preguntarme tristemente si algún día podré hablar de Anastasia con la misma indiferencia con que Aliosha habla de la mujer que hemos visto tan nerviosa sobre el diván. Le pregunto nuevamente cómo se conocieron él y Anastasia, pero no agrega nada a la historia, y dice que aún no entiende qué fue lo qué falló entre nosotros, ni por qué no intento reconquistarla en lugar de languidecer.

—Con tu porte, muchacho, puedes excitar a la Bella Durmiente. Mides dos esbeltos metros, pulidos de pies a cabeza... En esta transacción ella es la afortunada.

No puedo explicarle por qué aún amo tanto a Anastasia después de nuestra ruptura, pero su fría convicción de que ella será mía si verdaderamente la deseo, alivia mi congoja. Con un sobresalto, comprendo que sí me hubiera desahogado vagabundeando con Aliosha antes de conocer a Anastasia, ahora estaríamos casados. Pero la conocí antes a ella, y lo paradójico es que fue ella quien me condujo hacía Aliosha. Supongo que la vida es así, y no me quejo, pero mi felicidad sería completa si de alguna manera hubiese un lugar para Anastasia en todo esto.

 

Inmensamente tarde otra vez, por la razón habitual —una transeúnte de ojos azules—, Aliosha zigzaguea con el Volga entre los camiones que ocupan un camino congelado. Cuándo los neumáticos pelados pierden la tracción, saluda el desafío del patinazo, deja que él volante se encuentre a sí mismo y vuelve a apretar el acelerador. Volamos a visitar a Natasha «Tamaño Gigante», quien, según acabamos de oír, se ha practicado un aborto esta mañana.

El hospital ocupa un edificio moderno en un distrito suburbano. Los riesgos que corrimos en la ruta han sido en vano, porque llegamos después de las horas de visita y las payasadas más hilarantes de Aliosha, quien jura ser un técnico sanitario del ministerio de Salud, no impresionan a la agria jefa de enfermeras que ocupa el escritorio. Al ver su mueca hostil, Aliosha comprende que ése no es el momento oportuno para probar la suerte. Lo piensa mejor y nos vamos. Desde una cabina telefónica situada fuera del recinto, Aliosha despliega todas sus artes y su experiencia para vencer los obstáculos que nos separan de Natasha. La primera treta consiste en arrancar el número del hospital a las irascibles operadoras; la última, en flirtear con una enfermera del pabellón hasta que ésta llama a la convaleciente que tiene bajo su custodia. Muy pronto, la corpulenta joven nos hace señas desde una ventana del tercer piso.

Avanzamos por un terreno cubierto de nieve lisa hasta colocarnos directamente debajo de Natasha, y ella nos arroja un rollo de hilo de algodón, en cuyo extremo Aliosha ata una red llena de salchichas, bizcochos y chocolate que hemos comprado en el trayecto. Natasha iza el botín y nos arroja un beso restallante. Le comunicamos a gritos nuestros planes para transportarla a su casa al día siguiente por la tarde, y enfilamos nuevamente hada la carretera.