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Aliosha explica estas coincidencias afirmando que Moscú —y por Moscú entiende a los círculos que están activos y vivos— es ridículamente pequeño. Para mí, son testimonios de que en la vida cotidiana de Moscú reina una excentricidad mayor que la de la ficción, y de que Aliosha tiene las cualidades indispensables para hacer surgir dichos testimonios.

 

Para nuestra confrontación intelectual nos trasladamos a casa de Edik, fuera del alcance del micrófono instalado en el apartamento de Aliosha. Una madre ha tenido noticias de la «inmunda orgía» en que participó su hija de diecisiete años, y amenaza con «arruinar» a Aliosha. Éste cita inmediatamente a las otras participantes en la velada y, con la actitud de un fiscal que ensaya su juicio espectacular, alecciona a las atónitas adolescentes sobre lo que deberán decir en caso de que las interrogue la policía. Absolutamente confiadas, ellas aceptan, sin vacilar un segundo, su deber de mentir para protegerle. Aliosha sabe que tres testigos oculares, con la misma historia de haber pasado inocentemente la velada en cuestión, invalidarán las acusaciones de perversión que contará una sola madre... pero también sabe que una sola discrepancia en la coartada común debilitaría en forma catastrófica su defensa. Es por ello que pasamos una tarde difícil, dedicada a memorizaciones y careos.

Esa misma noche, salimos del restaurante Pekín a la hora del cierre, acompañados por dos bellas estudiantes de lenguas. Si bien estamos todos aturdidos por el exceso de comida y bebida, entramos y salimos de los callejones, en medio del frío, antes de volver a casa. Aunque achispado, Aliosha intuye que hay detectives apostados en el vestíbulo y se da cuenta de que sería imprudente que le vean subir a un coche en esas condiciones. Podrían seguir al Volga, o anotar el número de la matrícula, sobre todo porque nuestras chicas han estado practicando francés con dos hombres de negocios extranjeros sentados en la mesa vecina.

En cualquier lugar donde estemos, el sexto sentido que Aliosha ha desarrollado para medir hasta qué punto puede llegar en sus defensas de delincuentes, también le sirve para comprender qué aventuras sexuales son potencialmente peligrosas, y lo mismo sucede en cuanto a sus reuniones conmigo. Detrás de su garbo, los reflejos están constantemente alerta, y su visión periférica tiene un radio de acción tan amplio para captar la presencia de policías como la de mujeres. Y cuando me lleva a hacer una diligencia en la embajada norteamericana, se comporta como un capitán de barco en una zona de aguas turbulentas. Un día, cuando está esperándome, prudentemente, a dos manzanas de distancia, un policía abre la portezuela y le pregunta quién es el individuo que acaba de apearse del coche, y por qué ha entrado en la embajada. Aliosha responde que soy el corresponsal del periódico comunista The Worker y que he ido a investigar cuántos negros han sido linchados este año. Cuando reaparezco, menea vigorosamente la cabeza para disuadirme de abordar a una chica bonita delante del mismo polizonte indignado.

—Seducirla aquí habría sido menos que discreto —se disculpa, mientras nos alejamos... y aunque en esos momentos se parece a Peter Sellers parodiando a un espía, su intención es totalmente seria. Incluso intuye cuándo conviene que él hable por teléfono, en lugar de hacerlo yo, porque mi acento podría despertar las sospechas del padre, el vecino o el compañero de trabajo de una muchacha.

Sólo un hombre tan experimentado como él respecto a todo tipo de precauciones puede permitirse el lujo de ser tan galante.

 

La procesión continúa. ¿Es que alguien creerá hasta qué punto es ridículamente fácil? (Con la supervisión de Aliosha, desdé luego. Cuando conquisto a una chica yo solo, no puedo llevarla dé la charla inicial a la cama con la elegancia o la rapidez con que lo hace él.) Ahora, lo que me desconcierta no es tanto la cantidad como la variedad de las historias. Los casos curiosos y las coincidencias que condimentan el desfile de chicas anónimas parecen provocativamente no plausibles.

Ahí está Chejov Tania, imagen de una de las heroínas inocentes de dicho escritor, con su capelina de alas anchas... aunque a los dieciséis años ha acumulado, literalmente, dos veces más amantes que años. Y Anomalía, una mujer ruborosa de treinta años que ha buscado a Aliosha para «convertirse en mujer», pero que huye al corredor en el último momento. (Aliosha llama a Lev Davidovich, que la llevará a un concierto.) Más tarde, una ex presidiaría cuyos pechos dejan escapar un chorrito de leche cuando los tocamos: ha dado a luz hace sólo diez (has.

Diversas celebridades también aparecen bajo una luz nueva, extraña. Una joven que visita Moscú menciona al pasar que es la sobrina del famoso Alexander Stajanov —el primero de los «stajanovistas»— y cuenta que cuando lo vio por última vez, el viejo invertía en alcohol toda su importante pensión y pateaba los gatos de los vecinos. Una circunspecta estudiante graduada comenta que su mejor amiga, una chica de veinticinco años, es la favorita de Rudenko, el temido procurador general que conquistó renombre en los Juicios de Nuremberg. La inquietante hija de un padre ruso y una madre georgiana afirma que el primero fue chófer de Krushchev... y dice que nada podría importarle menos. Tampoco las esposas de actores, coroneles y Artistas Eméritos de la República Rusa demuestran interés por los logros de sus maridos. Para ellas representamos una tarde de diversión, durante la cual las conversaciones sobre su status serían superfinas. Pero todas parecen vivir una fábula. Cambian— de actividades como de amantes, se dejan arrastrar por las corrientes de la emoción y las rompientes de la conmoción social, y son el plancton de la masa territorial, totalmente independientes de la nave del Estado que Hola allá arriba.

 

De tal palo tal astilla. Se parece mucho a él, el corpulento escaparate de medallas que está en segunda fila, detrás del Politburó, recibiendo las aclamaciones en la Plaza Roja: un veterano con ojos porcinos y reputación de stalinista fanático. A pesar de su belleza regordeta, el aire de familia se refleja en la boca, en las anchas espaldas y en el pecho ligeramente musculoso. Con gran desazón de su madre, y furia de su padre, ha huido de casa, renunciando a las tiendas de lujo de acceso restringido, a las villas oficiales y a los grandes establos dé las reservas estatales amuralladas. Asqueada de los Caciques del Partido y de la fortuna inmerecida de sus hijos playboys, escapó hace varias semanas y planea unirse en primavera a los pastores uzbecos: una hippie en un país donde muy pocos pueden darse ese lujo o no pagarlo caro.

Mientras tanto, no acepta consejos, no se pone el sujetador ni se va del apartamento. Permanece sentada durante días en un rincón, con las piernas cruzadas y el torso desnudo, bebiendo cócteles de vino dulce y vodka, fornicando con todos los amigos de Aliosha que vienen a visitarnos. Convencido de que el general, su padre, ha ordenado que la busquen, Aliosha le suplica que traslade a otro lugar la dinamita que constituye su presencia.

—Alioshik, no tienes por qué preocuparte. Yo te lo aseguro. Debes aprender a mandar a la mierda a papá. Si la gente entendiera esto, el mundo sería mucho más hermoso.

La académica. Es una bella mujer de veintiocho años («Santo cielo, pronto tendré un asilo de ancianas», gime Aliosha), que luce un vestido bien confeccionado. Ha viajado de Sverdlovsk a Moscú para comprar en el mercado negro algún libro de Freud. Cualquier libro de Freud, no importa cuál, siempre que «tú entiendes... explique ese asunto del sexo». La ignorancia académica y la indiferencia popular en este campo forjan una oscura estepa rusa. ¿Qué provecho sacaremos de nuestro encuentro casual con esta ninfa provinciana de gustos heterodoxos?