Выбрать главу

—¿Cómo era? ¿Por qué sólo contestaste a una de sus cartas?

Dice que era afable y que ella se sintió halagada, y luego vuelve a callar. Mis celos permanecen embotellados porqué creo que los siento por ella, no por él, y siempre por razones que no son las justas.

Más tarde, nos reímos juntos de los sucesores de Mirek. El secretario de la Juventud Comunista de su escuela secundaria, que se reunía con Anastasia, cuando ésta aún era menor de edad, en una carbonera, se desahogaba en treinta segundos, y después se apresuraba a salir furtivamente del edificio, ¿ornó un ratero. El chófer de la granja colectiva que casi murió con un cuchillo clavado debajo del corazón cuando, después de Ja proyección de Los siete magníficos en el Palacio de Cultura local, se implantó la moda de imitar a Yul Brynner y arrojar puñales. Pero dé lo que realmente quiero que me hable es de su periodo promiscuo. De los fines de semana de su último año en la escuela secundaria dé Moscú, cuando se dejaba seducir a cambio de las comidas y del billete de regreso a la aldea. De las noches pasadas con directores de fábricas provinciales o con oficiales del ejército. En una oportunidad, dos traficantes georgianos del mercado negro hicieron un simulacro de secuestro, y ella, después de hacer, a su vez, un simulacro de resistencia, se plegó a sus juegos. Juntos, la poseyeron nueve veces en doce horas...

Nuevamente me siento Heno de dolor estéril, y de excitación. Anastasia seducida por georgianos enamorados de las rubias rusas... y yo estoy celoso de ella, no indignado contra ellos. Tanto más cuanto que ha recordado el episodio con obvia satisfacción.

Ella y Aliosha se tratan como afectuosos y viejos amigos con un fantasma casi benigno en su pasado. Ninguno habla de su relación, pero él lo hizo antes de comprender la intensidad de la nuestra, y ocasionalmente ella formula un comentario acerca de un inconfundible «hombre que conocí en otro tiempo». Con estos elementos, y con la ayuda de su poco agraciada compañera de cuarto, he reconstituido la historia de sus amores.

Se conocieron cuando Anastasia cursaba su primer año en el instituto, cuando su lenguaje y su indumentaria hablaban a gritos de la «aldea» y cuando «su nariz chorreaba como la de una mocosa campesina»... a pesar de lo cual ella conservó tenazmente su independencia desde el primer momento. La cháchara que Aliosha empleaba para reclutar a sus amantes le pareció encantadora, pero no aceptó subir al coche: por alguna razón había decidido no entregarse fácilmente.

En cambio, la desfachatez de Anastasia le cautivó a él. Olvidando que su lema era «si no triunfas a la primera pasa a la siguiente», Aliosha le telefoneaba dos veces por día. Ella sólo contestaba cuando le daba la gana. Él montaba guardia durante horas frente a la residencia de Anastasia, «como un Paolo pobre en homenaje a su Francesca... e... da Rimini». Una y otra vez él juraba que no perdería una hora más con esa «ninfa demoníaca», pero fue esta fuerza de voluntad la que le hizo sentirse feliz —y agradecido por la sorpresa de poder seguir hechizado— cuando ella sucumbió y se instaló castamente a su lado para realizar largas excursiones en coche.

La doblegó con flores. Por fin, Anastasia le permitió que la llevara a restaurantes y a proyecciones reservadas de filmes en la Unión de Trabajadores Cinematográficos. Lo que más hacían era polemizar... acerca de todo. A veces permanecían sentados en el coche hasta la mañana discutiendo encarnizadamente el talento de una actriz o la declinación de un sustantivo. Ella exigía que la tratara como a una igual, y no aceptaba sin más nada de lo que él decía acerca del sentido de un filme, las implicaciones de una guerra, la intención del comentario de uno de los amigos de Aliosha. O él abría los libros de Anastasia y la asesoraba para las lecciones del día siguiente, interrumpiéndose para formular comentarios seudomédicos y para reír.

La negativa de Anastasia a dejarse tocar «antes de que te sometas a una operación para curar la satiriasis», le hacía sentir exultante. Según los sondeos de Aliosha, la defensa de ella residía en la agilidad física o la rapidez de réplica. Él la cortejó —y la disfrutó— más asiduamente que a un millar de sus presas habituales.

Cuando Anastasia accedió por fin a acudir al apartamento, lo hizo en condiciones previamente estipuladas. Se sentó sola en el sillón, sorbiendo vino recatadamente. Afuera hacía un frío demencial. Aliosha le había servido un magnífico banquete y había puesto en marcha una cinta magnetofónica de Frank Sinatra. De pronto descubrió que él le estaba haciendo el amor con la boca. Comprendió que Aliosha lo había planeado todo, hasta la última gota de «Sangre de Toro», pero ya no le importaba. Bajó los ojos hacia la hirsuta cabeza gris que le hacía cosas tan estupendas y supo que le adoraba. Su rostro insertado entre las piernas se convirtió en el símbolo de algo importante, que ella misma no pudo explicar.

—¿Cuánto tiempo lo amaste? —pregunto, abstraído en la imagen. En algún recoveco de mi ser estoy celoso; en otro, estoy contento. Son mi hermano y mi hermana mayores—. ¿Cuánto duró?

—Tres semanas.

—¿Y entonces?

—Él no pudo continuar.

Es muy extraño. Ninguno de los dos desea esta conversación, pero ella contesta displicentemente, tal vez porque no quiere que vuelva a interrogarla.

—Aliosha está hecho para pasar buenos ratos y para cuando necesitas ayuda. Con él ni siquiera puedes sufrir decorosamente, si eso es lo que deseas del amor. No es lo que yo deseo, lapuska.

Me pregunto por qué insisto en esto. Sé que ella me dice la verdad, una verdad sencilla que no me turba. Lo único que siento es que debería sentir más.

—Sin embargo, seguiste viéndole.

Su suspiro indica que esto debe terminar pronto.

—Hay un solo Aliosha al que recurrir cuando estás asqueada de todo o muy triste. O —me estruja la cintura—, cuando necesitas un apartamento vacío.

—Todavía le quieres. Un amante tan ingenioso.

—Basta de tonterías. Vamos a lavarnos las orejas.

Esto es todo, pero aún siento que debería haber algo más. Anastasia y Aliosha parecen representar dos facetas de mi persona que de otra manera estarían totalmente separadas. Me gustaría que los tres pudiéramos vivir juntos. Ojalá yo fuera mayor. Y ojalá pudiera entender por qué la historia del hombre de cuarenta y seis años que cortejaba a la muchacha de diecinueve me parece tan importante.

 

Hoy he encontrado un refugio. Una chica llamada Evguenia que en septiembre pasado me buscó para tener un amorío, volvió a verme mientras cruzaba la calzada y me ofreció su «nidito flamante». Evguenia pertenece a la casta cada vez más numerosa de las semiprostitutas de los enclaves extranjeros, cuya vida consiste en fingir modales occidentales que armonicen con sus ropas importadas. Pero el gesto de entregarme sus llaves —y de dibujarme un plano— me recuerda que aún los rusos de su laya son proclives a compartir.

Un largo viaje en metro, otro en tranvía, una caminata hasta un chalet ruinoso y una carrera furtiva sobre el viejo suelo de tablas para entrar en una habitación desaliñada. Anastasia se arranca las ropas como si las odiara porque ciñen su cuerpo.

—Pronto, pronto —exclama, mirando casi reverencialmente la parte de mi cuerpo que más tensa está por ella—. Skorei, skorei, mi amado, mi tigre.

La más ligera caricia a sus pezones desencadena estremecimientos y gemidos. Recuerdo la escena de Age of Longing, de Koestler, que siempre me impresionó como falsa, donde un hombre transporta a su amada al clímax —que también es el de la novela— acariciando sus pechos. Algo importante deberá suceder— nos pronto.

Llenamos el cuartucho con nuestras extremidades y nuestra pasión. Ella coge mi rostro entre sus manos y solloza de dicha, y luego se desploma hacia atrás, exhausta. Mientras yace así, con los ojos cerrados y los pechos adornados con las guedejas, imagino que es eslovena o magiar... y recuerdo lo que dijo durante nuestro primer banquete en un restaurante, días después del episodio de Iaroslavclass="underline"